Rusia-OTAN: ¿escalada inevitable?
Salvo milagro diplomático, no se puede descartar la extensión del conflicto en Ucrania
El presidente Joe Biden ha reiterado que Estados Unidos no será arrastrado a un enfrentamiento directo con Rusia por Ucrania, descartando el envío de tropas norteamericanas, el establecimiento por la OTAN de una zona de exclusión área sobre el país y el envío de 28 cazas soviéticos MiG-29, estacionados en Polonia, para apoyar a la resistencia ucraniana. Más gráfica y rotundamente ha dejado claro que no responderá a las provocaciones de Putin de una escalada nuclear. «Está garantizado, si respondemos, habrá una tercera guerra mundial», afirmó el pasado viernes en Filadelfia. Pero, a punto de cumplirse las primeras tres semanas de la guerra, con las tropas rusas asediando Kiev, logrando avances en el sur y tras una advertencia tan clara como el ataque del domingo a una base militar donde instructores norteamericanos de la OTAN adiestran a soldados ucranianos situada a 25 kilómetros de la frontera con Polonia, el conflicto se encamina, salvo milagro diplomático, hacia una inevitable escalada convencional.
«Occidente y Rusia parecen estar entrando ahora en las últimas etapas de una espiral de inseguridad –una serie de decisiones mutuamente desestabilizadoras- que podrían acabar en tragedia, desencadenando una gran conflagración europea, incluso sin llegar a ser nuclear», advierten los profesores Emma Ashford y Joshua Shifrinson en Foreing Affairs, quienes recuerdan otros enfrentamientos convencionales entre potencias nucleares como los de China y la Unión Soviética en los años 60 o el de India y Pakistán en la región de Cachemira en 1999.
En esa espiral de inseguridad, EEUU y sus aliados han respondido hasta ahora a la injustificable violencia y brutalidad de la invasión rusa con el envío de armas defensivas al Gobierno que preside Volodímir Zelenski –se calcula que 17.000 armas antitanque y 900 misiles antiaéreos Stinger- pero completamente insuficientes para hacer frente a la artillería y misiles rusos; el reforzamiento de la OTAN en los países que hacen frontera con Ucrania con el despliegue de 12.000 soldados y la imposición de unas sanciones sin precedentes a una economía global como la rusa.
Toda guerra entraña el peligro de su extensión, incluso por accidente. Baste pensar, por ejemplo, en que aviones rusos violen inadvertidamente el espacio aéreo de un país del este miembro de la OTAN, como ha ocurrido recientemente en el caso de Suecia, o peor aún, que el Kremlin, atascado en su avance por la heroica resistencia de los ucranianos, decida atacar las líneas y puntos de suministro de armas de la Alianza a Kiev, como el situado en Rzeszóv, al sureste de Polonia. Por otra parte, el aislamiento económico de Rusia mediante unas sanciones cuyos efectos empiezan ya a sentirse –hundimiento del rublo, colas en los cajeros para retirar los ahorros, retirada del país de centenares de compañías extranjeras, imposibilidad de usar sus reservas de divisas o importar bienes de alta tecnología, etcétera- podría llevar a Putin a contratacar, como ya ha amenazado, cortando el suministro de gas a Europa o lanzando ciberataques contra los países de la OTAN, que a su vez se verían tentados a responder.
La insurgencia ucraniana
Pero hay otro escenario de escalada, más pesimista, que no puede ser descartado. Los ucranianos han opuesto en estas semanas una épica resistencia a unas fuerzas rusas que, según los expertos británicos y norteamericanos, han cometido errores estratégicos, logísticos y de inteligencia, pero es previsible que por su mayor potencia de fuego y la determinación de sus líderes intensifiquen en las próximas semanas su campaña de destrucción, maten a más civiles y capturen nuevas ciudades, incrementando la indignación moral de la opinión pública occidental ante la barbarie rusa y la presión sobre sus gobiernos para que actúen en defensa de Ucrania. ¿Qué harán, entonces, Estados Unidos y la OTAN, cuando la actual resistencia se parezca más bien a una insurgencia?
Biden ha sido muy prudente hasta ahora y tendrá que resistir las presiones de los países más cercanos a la guerra como Polonia o los Bálticos si no quiere cruzar la línea roja que se ha impuesto porque no parece posible divisar en estos momentos una solución diplomática a corto plazo, ni el derrocamiento de Putin por un golpe militar, la rebelión de las élites o la oposición de los ciudadanos rusos ni la retirada de sus tropas, ni una partición o neutralidad de Ucrania que satisfaga sus objetivos de «desnazificar y desmilitarizar» el país.
Estados Unidos y sus aliados tendrán que fijar los límites de su acción futura y tal vez desempolvar la Doctrina Truman de contención, el término acuñado por el diplomático norteamericano George F. Kennan, basado en Moscú y experto en historia de Rusia. Merece la pena releer hoy algunos párrafos de su famoso Telegrama largo enviado a Washington en febrero de 1946. «En el fondo de la neurótica visión de los asuntos mundiales del Kremlin está el tradicional e instintivo sentimiento de inseguridad ruso (…) Por esta razón sus gobernantes siempre han temido la penetración extranjera, el contacto directo con el mundo occidental (…) y han aprendido a buscar la seguridad solo con una paciente y letal lucha por la total destrucción de la potencia rival, nunca mediante acuerdos y compromisos con ella». Un poco más adelante subrayaba que los dirigentes soviéticos encontraron en el dogma marxista-leninista «la justificación para su miedo instintivo al mundo exterior, para la dictadura sin la cual no sabrían gobernar, para las crueldades que se atreven a infligir, para los sacrificios que se sienten obligados a demandar. (…) Básicamente este es el único avance firme en el inquieto nacionalismo ruso, un movimiento secular en el que los conceptos de ofensa y defensa son inextricablemente confusos».
Solo un año más tarde, el presidente Truman consagraba la idea de contención como eje de la política de Estados Unidos frente a la Unión Soviética, una potencia entonces mucho mayor que la actual Rusia de Putin. Entre el apaciguamiento y la temeridad de una guerra, que en muy poco tiempo habría llegado a ser nuclear, eligió una vía que tras años de incansable presión política, militar, económica y cultural no dejó lugar a dudas sobre su resultado final. Es posible que haya llegado el momento de que Occidente recuerde que las guerras frías también se ganan aunque la victoria cueste décadas.