¡Si me queréis, irse!
La caída de Johnson demuestra la fortaleza del sistema electoral británico, que permite a sus cargos electos tener una autonomía e independencia máxima
No es fácil irse de los sitios, ni siquiera en la vida normal. Hay que saber elegir el momento idóneo para hacerlo. Cuando se encuentra ese momento, uno se dirige de manera educada al resto de las personas presentes y se va. Hay veces que las despedidas se eternizan y entran en bucle. Y otras veces que dan tanta pereza que muchos se van «a la francesa» de manera discreta y sin que nadie se dé cuenta. Es todo un arte que hay que saber hacer porque, como nos decían antes las madres, es el que se va el que tiene que despedirse. Y tiene que hacerlo bien.
En la vida política todo es siempre más complejo. Pocas veces un político quiere despedirse. Lo normal es que sean los demás los que le pidan al político que se despida cuando surge un escándalo que lo invalida para seguir en su cargo. Es ese momento en el que le dicen al político lo que les dijo la maravillosa Lola Flores a todos los que se habían autoinvitado en la boda de su hija Lolita: «si me queréis, irse». Si queréis tanto a España, a tu región, a tu partido…irse.
Y siguen sin entenderlo. No les gustan las despedidas. Y es curioso porque, aunque ninguno viene a servirse de la cosa pública, les cuesta mucho abandonarla. No se acostumbran a la idea de que más tarde o temprano tendrán que dejarlo todo. Lo asimilan mejor si viene provocado por un mal resultado electoral, una decisión del superior jerárquico o incluso si es por divergencias ideológicas. Esa despedida la entienden algo, aunque tampoco estén de acuerdo. Pero lo que no aceptan es que sea por un escándalo y sobre todo por una imputación judicial. Por supuesto que nunca por una investigación periodística que le deje al desnudo. En ese caso es más fácil que dos rectas paralelas pasen por el mismo punto a que el político dimita.
Pero tras la prensa viene en muchas ocasiones la investigación judicial. Y es aquí donde empieza la resistencia numantina: «Nada es verdad», «Es una conjura de la oposición», «Es obra de la politización de la justicia», «No es tan grave», «Bueno yo sí se lo critique a los de enfrente, pero ellos sí eran culpables» o «Esto es distinto». El político aludido afirma, promete y jura que es inocente y que no se va a ir nunca, porque es inocente. En ese momento, todo el mundo sabe que ya es un zombi político. Un «muerto viviente». Nadie sabe cuánto durará el proceso. Pero todos sabemos que el final es siempre el mismo: la dimisión, en la que intentará convencernos de que al final es una decisión suya, que no ha recibido presiones y que se sacrifica por el bien del … (póngase lo que corresponda)
Dos casos recientes han sido las dimisiones de Mónica Oltra y Boris Johnson. Dos políticos no tan distintos a la hora de ascender en su carrera a base de un impecable e implacable fuego de artillería sobre todo lo que ellos consideraban rivales. Sin embargo, la forma de irse ha demostrado lo radicalmente distinto que es la vida política en España y en el Reino Unido.
«En nuestro país se viene observando, y no es solo con Oltra, que cuando la presión de opinión pública, oposición, socios y hasta del propio partido es ya insoportable, nunca nadie cesa a nadie»
En nuestro país se viene observando, y no es solo con Oltra, que cuando la presión de opinión pública, oposición, socios y hasta del propio partido es ya insoportable, nunca nadie cesa a nadie. Ni en el gobierno, ni en el partido. Se deja al aludido que se cueza lentamente él cada vez más solo en el caldo de su autodefensa. Y cuando cede y dimite, los mensajes de socios y correligionarios son mensajes de solidaridad sin referencia a los hechos que los provocan. Da igual que hubiera sido imputada por algo tan terrible como el supuesto encubrimiento del caso de abuso de su exmarido a una menor tutelada de 14 años. El exmarido fue ya condenado por ese abuso continuado a 5 años de prisión. Da igual que la investigación la hubieran llevado dos fiscales, mujeres, progresistas y feministas. Por encima de todo, de feminismo incluido, el mensaje de los colegas y socios ha sido de apoyo a la dimitida y de críticas veladas a que la justicia.
Muy distinto es lo visto en el Reino Unido con la dimisión del primer ministro Boris Johnson. Han sido meses de presión por sus mentiras sobre las partygates, esas fiestas que se vivieron en Downing Street mientras el país estaba confinado por la pandemia y también por sus mentiras más recientes sobre su conocimiento o no de un caso de acoso sexual de un alto cargo de su gobierno. Dos hechos que provocaron un intento de automoción de censura de su propio partido conservador. Y que finalmente han desembocado en la mayor oleada de dimisiones casi simultáneas de cargos del gobierno británico desde principios del siglo XIX.
Varias veces ha pedido perdón, pero aquí no ha habido mensajes de solidaridad. Todo lo contrario. Ha sido un ejemplo de autodepuración del partido conservador con un bombardeo de actuaciones y declaraciones que ponían siempre en tela de juicio a Johnson. Lo que sí ha demostrado este caso es la fortaleza del sistema electoral británico, que permite a sus cargos electos tener una autonomía e independencia máxima respecto a la fuerza del partido. Estamos hablando de Johnson, el líder conservador que hace tan solo tres años conseguía 14 millones de votos y la mayoría conservadora más grande desde hace cuarenta años.
Pero Johnson tampoco sabe irse. Finalmente, cuando ha tenido que dimitir se ha inventado una dimisión oficial, pero la real la quiere retrasar hasta el otoño, aunque cada vez son más las voces que opinan que se tiene que ir definitivamente. El que durante meses se atrincheró para no dimitir ahora, ya consumada, dice que «no hay nadie indispensable en la política». Eso sí, se ha ido llamando «rebaño» a todos los que le dimitieron para forzar su salida.
Hay escándalos de tal magnitud que la resistencia de los políticos a las despedidas es algo egoísta e inútil y tensan siempre el clima político del país. Son políticos a los que hay que decir como Lola Flores: «si me queréis, irse». Si queréis de verdad al país, irse.