THE OBJECTIVE
Internacional

Guerra mediática EEUU-Gran Bretaña por los dineros de Carlos III… y algo más 

El New York Times acusa al nuevo rey de utilizar «exenciones fiscales, cuentas en paraísos fiscales y astutas inversiones inmobiliarias»

Guerra mediática EEUU-Gran Bretaña por los dineros de Carlos III… y algo más 

El rey de Inglaterra, Carlos III | Silvia Luna (Europa Press)

Se suponía que EEUU y Gran Bretaña eran buenos amigos. Algo así como primos lejanos, olvidada ya aquella rencilla de la Guerra de la Independencia (en qué familia no hay peleas, qué hijo no necesita matar un poco al padre). Desde la Segunda Guerra Mundial, ambos se rigen por la llamada Relación Especial, que los hace socios preferentes en la lucha contra (la mayoría de) los totalitarismos. Pero hete aquí que, al calor de un acontecimiento tan intenso para el imaginario colectivo británico como la muerte de la Reina Isabel II y su sucesión en el trono por su hijo Carlos III, The New York Times, el periódico estadounidense por antonomasia (aunque hay mucho que matizar ahí, así lo entiende la mayoría de la opinión pública mundial), puede haber abierto una inquietante herida. Bajo el pus que esta supura estos días fluye una lucha más de fondo, ideológica, entre el progresismo woke y un movimiento conservador que podría encontrar en Carlos III un nuevo paladín.

‘King Charles inherits riches, and passes off his own empire‘ (algo así como ‘El rey Carlos hereda riquezas incalculables y da paso a su propio imperio’), titulaban Jane Bradley y Euan Ward en el rotativo neoyorquino el 13 de septiembre, con el cadáver de la Reina aún caliente. Un auténtico torpedo a la monarquía de la Casa de Windsor, denominada Casa de Sajonia-Coburgo y Gotha hasta 1917, por cierto, cuando decidió cambiar de nombre y elegir a EEUU como aliado preferente antes que a los belicosos primos alemanes. 

El subtítulo confirma que el ataque apunta muy específicamente al nuevo rey: «Como príncipe, Carlos utilizó exenciones fiscales, cuentas en paraísos fiscales y astutas inversiones inmobiliarias para convertir un patrimonio adormecido en un negocio de mil millones de dólares». Y por si no quedara claro, nótese el tono con el que comienza el texto: «El rey Carlos III construyó su propio imperio mucho antes de heredar el de su madre». Incluso se intuye un intento de exculpar a la reina recién difunta (¿NYT save the Queen?): «Mientras que su madre, la reina Isabel II, delegó en gran medida la responsabilidad de su cartera, Carlos estuvo mucho más involucrado en el desarrollo de la propiedad privada conocida como el Ducado de Cornualles. Durante la última década, reunió un gran equipo de gerentes profesionales que aumentaron el valor y las ganancias de su cartera en aproximadamente un 50%».

El ‘chiringuito’ de Carlos III

A continuación, se acumulan las cifras: el chiringuito de Carlos III, dicen los autores del artículo, está valorado en «aproximadamente 1.400 millones de dólares [misma cantidad en euros], en comparación con los 949 millones de dólares de la cartera privada de la difunta reina». Eso sí, estas dos propiedades representan «una pequeña fracción de la fortuna de la familia real» estimada por Forbes en 28.000 millones de dólares. Además de todo eso, se cebaba el NYT, «la familia tiene una riqueza personal que sigue siendo un secreto muy bien guardado».

Llegan entonces unos agravios comparativos con muy mala uva: «Como rey, Carlos se encargará de la cartera de su madre y heredará una parte de esta fortuna personal incalculable. Mientras que los ciudadanos británicos normalmente pagan alrededor del 40% del impuesto a la herencia, el rey Carlos está exento de ese impuesto. Y pasará el control del ducado a su hijo mayor, Guillermo, para que lo siga desarrollando sin tener que pagar impuestos corporativos». Pero lo más duro llega aquí: «El crecimiento de las arcas de la familia real y la riqueza personal del rey Carlos durante la última década se produjo en un momento en que el Reino Unido enfrentaba profundos recortes presupuestarios de austeridad. Los niveles de pobreza se dispararon y el uso de los bancos de alimentos casi se duplicó. Durante mucho tiempo, su estilo de vida palaciega y partidos de polo ha alimentado las acusaciones de que no está en contacto con la gente común». 

Los medios conservadores defienden al nuevo rey

Algunos medios británicos, sobre todo los más conservadores, han respondido al ataque. Cada uno a su estilo. El digno The Telegraph, fundado en 1855, le dedicó un análisis más sosegado firmado por Our Foreign Staff, nada menos. El más popular (por decirlo suavemente, ellos a este tipo de prensa los llaman directamente rags, harapos) Daily Mail fue mucho más agresivo, como toca. Para empezar, su artículo lo firma Roy Tingle, Home Affairs Correspondent, o sea, de lo que aquí equivaldría a la sección Nacional y allí subrayan con el término «home»: hogar. Entre sus destacados, el artículo constata auténticas declaraciones generales de guerra del ‘pueblo inglés’: «The New York Times ha recibido más críticas por su cobertura de la muerte de la Reina» o «El periódico ha sido acusado durante mucho tiempo de mostrar una ignorancia altiva de la vida en el Reino Unido». 

Afinando el análisis desde el punto de vista corporativo, vemos que Daily Mail decidió titular con una mina dirigida a la línea de flotación del submarino ‘progre’: «The New York Times se ve obligado a pedir disculpas y a rectificar por su ataque burlón a la Familia Real, después de falsear las cifras de la inflación en un artículo woke en el que se afirmaba que los contribuyentes británicos tendrían dificultades para pagar el ‘elevado precio’ del funeral de la Reina». El día después del artículo antes mencionado contra Carlos III, Jenny Gross publicó en The New York Times otro con el intencionado título: «El funeral de la reina lo pagarán los contribuyentes británicos»… y cifras muy discutibles. Un desastre para un diario que presume del rigor de sus datos, supuestamente filtrados por todo tipo de mecanismos de control interno. Véase el reportaje de autobombo «Cómo comprobamos los hechos en la era de la desinformación».

El tabloide inglés olió la sangre y acumuló los comentarios de todo tipo que suscitó el planchazo.  Un ejemplo: Tom Harwood, comentarista político, dice que «el Gobierno británico [del partido conservador, por cierto] ya estaba comprometiendo miles de millones de libras para hacer frente a la inflación. El funeral de la Reina [costará] una fracción de una fracción de una fracción de eso. Son unos auténticos engendros». Y otro: el comentarista conservador Nile Gardiner considera que «los ataques burlones a Gran Bretaña y a la Monarquía por parte de The New York Times y de la izquierda ‘woke’ americana llena de odio son tediosos, desagradables y poco placenteros». Aquí se introduce un matiz importante: en el Daily Mail y semejantes ideológicos menudean las críticas a lo woke, el concepto de «despierto» con el que se define la parte más progresista (o izquierdista o como se la quiera llamar) de Estados Unidos.  

Una ‘Relación Especial’

En realidad, se puede concluir que cierta parte de la rama británica de la familia no soporta a otra parte muy concreta de la rama americana. Para entenderlo mejor, profundicemos en el concepto de la Relación Especial que, oficialmente, rige las relaciones entre los dos países. Derek E. Mix, especialista en Asuntos Europeos del Congressional Research Service, explicaba en un informe de 2015 que «ha sido una piedra angular de la política exterior británica, en diversos grados y con algunos altibajos, desde la década de 1940. A menudo se percibe al Reino Unido como una de las principales voces aliadas en la configuración de los debates sobre política exterior de Estados Unidos, y los observadores afirman ello ha servido a menudo para aumentar su influencia global». 

Sin embargo, el imaginario estadounidense siempre ha conservado un perfil rebelde no del todo compatible con la pompa y circunstancia de la aristocrática clase dirigente británica. De la burla de Mark Twain hacia el concepto mismo de aristocracia, a la negativa del abanderado estadounidense en los Juegos Olímpicos de Londres 1908 a bajar su divisa ante el palco real de Eduardo VII, abundan los ejemplos de esa cierta distancia. 

Clare Malone ha subrayado en el muy exquisito The New Yorker la «obsesión de los medios estadounidenses con la familia real británica». Pero la obsesión no implica, necesariamente la admiración ni, mucho menos, el respeto: «A la realeza, fundamentalmente, no se le permite desaparecer de la vista. Se dice que la Reina Isabel II bromeó diciendo que ella (y, por extensión, su familia) tenía que ser vista para ser creída. Eso significa que los miembros de la realeza proporcionan un flujo constante de fotos, incluso en medio de un escándalo. Cuando el príncipe Guillermo se enfrentó a una avalancha de rumores sobre su mal comportamiento en un viaje de esquí a Suiza en 2017, y más tarde, en 2019, cuando la gente especuló que había engañado a su esposa embarazada, todavía tenía que aparecer en público».

En general, a los estadounidenses les importa un pimiento la supuesta sacralidad de la monarquía. Además, cualquier tentación de aceptarla sufrió un golpe definitivo con la infiltración de Meghan Markle en pleno corazón de la familia real. La esposa de Harry, segundo hijo del actual rey Carlos, es una actriz estadounidense (californiana, para más inri) que no aceptó las tiranteces de Buckingham Palace y convenció a su marido de soltar amarras y mudarse a la libertaria América. «En cierto modo, la mayor amenaza a la que se ha enfrentado la monarquía en los últimos años -la salida de la familia del príncipe Harry de la vida real- se debe a la percepción común de los estadounidenses de que los miembros de la Casa de Windsor son meras celebridades», dice Malone. Aunque el original celebrities podría traducirse también como «famosetes», o algo intermedio.  

Constatada esta deriva, volvamos ahora a la prensa inglesa, concretamente al artículo/defensa antiaérea del Daily Mail: «La revista de izquierdas [estadounidense The Cut, que publicó una entrevista en profundidad con la duquesa de Sussex, Meghan Markle, en agosto, ha apuntado recientemente al rey Carlos en un nuevo artículo» que señala que «un afligido Carlos sufrió dos rabietas en los días posteriores a la muerte de su querida madre […] El artículo concluía con una de las muchas acusaciones no probadas de Meghan Markle de que un miembro de la Familia Real era racista con su hijo, Archie. También acusaba a Carlos de ‘crueldad mundana’ con su esposa, la princesa Diana». 

El Daily Mail anotaba, además, en el casillero de agravios que, «de forma infame, poco después de la muerte de la reina, The Cut publicó un artículo titulado: ‘No lloraré por la muerte de un opresor violento’». En realidad, el artículo era una entrevista a la profesora de lingüística de Carnegie Mellon, Uju Anya, que tuiteó: «Me he enterado de que la monarca principal de un imperio genocida ladrón y violador está finalmente muriendo. Que su dolor sea insoportable». Anya, profesora de lingüística aplicada en la universidad de Pittsburgh, es hija de madre trinitense y padre nigeriano, y el Daily Mail también le apunta unas declaraciones a NBC News en las que se definía «una hija de la colonización» y denunciaba que su perspectiva vital se ve afectada por el papel de Gran Bretaña en la Guerra Civil de Nigeria. 

La ofensiva «izquierdista»

Aparecen otros dos medios, The Cut y la NBC, como parte de la ofensiva «izquierdista» contra aquellos familiares lejanos que tan bien caían años atrás, cuando la moda woke aún no había despertado y gobernaba la vieja Inglaterra Tony Blair, el primo predilecto, aunque después llegara Bush y… No es mal momento para volver a ver la película The Special Relationship o, al menos, echarle un vistazo al tráiler. Después llegaron los conservadores al poder, que aún mantienen gracias al erial en que se ha convertido el laborismo del amigo Blair, y ahora, además, la corona cambia de cabeza.

¿Le tiene la izquierda cierto resquemor a Carlos III por alguna razón? Quizá solo sea un ataque preventivo, para atajar un hipotético intento de cambiar el tono absolutamente neutro de su madre. Quizá haya algo más. La revista The Spectator, epítome de lo más selecto del conservadurismo inglés durante los casi dos siglos de su existencia, no ha reaccionado con nada parecido a los villanos exabruptos del Daily Mail, solo faltaba, of course. Pero su último número incluye un interesante artículo de Theo Hobson titulado nada menos que «El credo esotérico del rey Carlos». Comienza advirtiendo a los incautos: «Nuestro nuevo rey no es, según los estándares normales, un intelectual importante. Pero sería una desfachatez tachar su pensamiento de insignificante. Los estándares normales no se aplican a un hombre que ha pasado su vida preparándose seriamente para un gran papel mítico». Además, Carlos III podría  ser algo diferente. «A algunos príncipes no les cuesta mucho ignorar los aspectos religiosos de la monarquía y se dedican a la caza, el polo o las obras de caridad, pero el joven Carlos era un alma sensible, del tipo que lucha por forjarse una identidad. Tenía curiosidad intelectual y una gran idea de sí mismo. Charles ha demostrado una verdadera capacidad de distanciamiento melancólico, de autocrítica, de angustia». 

Y atentos a lo que tal personalidad ha cuajado en su interior, según Hobson: «El credo de Charles puede resumirse así: hay sabiduría divina en todas las tradiciones humanas, hasta que llega la modernidad y nos arranca cualquier apariencia de armonía con la naturaleza. A menudo ataca el ‘modernismo’ como algo sin alma, estrechamente racionalista e individualista». En 2010, el entonces solo Príncipe de Gales escribió (o al menos firmó, hay otros dos coautores) un libro titulado Armonía. Este, explica Hobson, «comienza con un llamamiento a la ‘revolución‘: un giro desde el materialismo destructivo hacia la espiritualidad tradicional. Buscaba una visión coherente, que relacionara su creencia en la arquitectura y la estética tradicionales con su creencia en la autoridad de la naturaleza, cuyos patrones geométricos son manifestaciones de lo divino. Por supuesto, esta gran ambición le llevó a hacer el ridículo. ‘El revolucionarismo de Charles tiene sus límites’, escribió Terry Eagleton».

Desde entonces, ha preferido mantenerse en la sombra. Muchos de los que esperaban algo más de esa revolución se sintieron decepcionados cuando, por ejemplo, aceptó apoyar algo tan mainstream como la Agenda 2030. Quizás ahora, con la corona en la cabeza, se sienta más empoderado, que diría un woke

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D