Putin se encamina al abismo
Nada indica por el momento que Putin, que acaba de cumplir 70 años, termine en una corte penal internacional, pero su figura se debilita a pasos agigantados
Al margen de la dureza y la duración de un régimen dictatorial, el final de sus cabecillas suele ser rápido y a veces imprevisto. No faltan ejemplos en el pasado siglo de dictadores como Adolf Hitler, que acabó suicidándose en su búnker; el sha Reza Pahlevi, huido de Irán tras la revolución jomeinista; Ferdinand Marcos, presionado por EEUU después del éxito de la revuelta de Cory Aquino en Filipinas; el rumano Nicolae Ceausescu, condenado y ejecutado en menos de 24 horas o Slobodan Milosevic, semiengañado por los suyos aceptando ser procesado por el Tribunal de La Haya por sus crímenes en la antigua Yugoslavia.
Nada indica por el momento que Vladimir Putin, que acaba de cumplir 70 años y con más de dos décadas en el poder, termine en una corte penal internacional, pese a que hay sobradas razones para que lo fuera por sus tropelías en Ucrania, o que sea destituido de la presidencia de la Federación Rusa en un golpe palaciego o que él mismo abandone el Kremlin con alguna excusa que le permita salvar la cara. Pero su figura se debilita a pasos agigantados y sus salidas se achican. Sir Richard Dearlove, antiguo jefe del servicio secreto de inteligencia británico MI6, pronosticó antes del verano que Putin dimitiría voluntariamente en 2023 alegando razones de salud. La inteligencia estadounidense, que acertó con precisión la fecha de la invasión rusa de Ucrania, siempre ha cuestionado los rumores de que estuviera enfermo. Sin embargo, ahora empieza a dudar de que pueda continuar mucho más tiempo al frente del gobierno en vista de los reveses de sus tropas en el este y el sur de Ucrania.
Quien ha sido más tajante es Francis Fukuyama, el politólogo estadounidense de origen japonés, al afirmar que los días de Putin están ya contados y que su final está muy próximo. El autor del famoso ensayo El fin de la Historia, que aseguraba tras la caída del comunismo soviético y del Muro de Berlín que el triunfo de la democracia liberal en el mundo sería permanente, ha venido ofreciendo pronósticos a lo largo de estos meses desde que Rusia invadió Ucrania el 24 de febrero pasado, y en general con acierto. Este último, como los otros, en forma de tuit no lo desarrolla aunque queda claro que el juicio del catedrático de la universidad Johns Hopkins se basa en las últimas derrotas que las tropas rusas vienen sufriendo a manos ucranianas.
La contraofensiva de hace tres semanas en la parte oriental del país no ha sido digerida completamente por Moscú. Putin reaccionó con una movilización parcial de reservistas -300.000 hombres- con la idea de reforzar el frente meridional de la nación ocupada. Eso significó una fuerte protesta popular en las calles -en Moscú y San Petersburgo-, y varios miles de detenciones. La revuelta parece haber sido acallada, porque la población teme las severas condenas que supone un arresto. Pero el malestar no ha desaparecido. Se calcula que cerca de 200.000 personas han huido a Kazajistán, 70.000 a Georgia y más de 65.000 a países de la UE. De todos modos, protestar en Rusia con los medios de comunicación controlados y el miedo de la población es una heroicidad.
La segunda respuesta de Putin a la contraofensiva fue la anexión de cuatro territorios (Luhansk, Donetsk, Jerson y Zaporiya) tras unos pseudo referendos sin supervisión internacional alguna y celebrados deprisa y corriendo. El presidente festejó en el Kremlin los resultados previstos de antemano y poco después la Duma, la Cámara Baja, los ratificó. Gritó victoria pero consciente de que es una victoria pírrica y quizás de poco recorrido. Nadie en la comunidad internacional ha reconocido la validez de tales consultas. Ni siquiera China, aliado de Rusia aunque cada vez más distante por el modo de gestionar la guerra. Es impensable que la anexión tendrá el mismo efecto que la ocurrida en la península de Crimea en 2014, que Occidente la tragó como un hecho consumado. Con estas provincias más Crimea, Rusia ocupa ilegalmente el 15% de la superficie de Ucrania.
Rusia sigue sin poder frenar el avance de las tropas ucranianas. Casi al mismo tiempo que el líder del Kremlin anunciaba el resultado de los referendos, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, informaba que su Ejército había reconquistado la ciudad de Liman, un centro logístico clave, en el norte de la provincia oriental de Donetsk, y que las tropas proseguían su avance hacia el sur. Todo ello no ha hecho más que acrecentar la irritación de los militares. El líder checheno Ramzan Kadirov y el jefe del temible batallón mercenario Wagner, Yevgeni Prigozhin, han pedido directamente la cabeza del ministro de Defensa y del jefe del Estado Mayor. Es obvio que en el extremo de la pirámide se encuentra Putin, humillado tras estas últimas acciones, aunque de momento nadie de la cúpula militar se ha atrevido a indicarle la puerta de salida. Tiene atadas a las Fuerzas Armadas y también a los servicios de inteligencia.
Una guerra sin un final próximo
A la desesperada el presidente ha vuelto a insinuar la eventualidad de recurrir al uso de armas nucleares. En el Ejército estas bravatas del presidente no suscitan entusiasmo pues alejan la posibilidad de negociar la paz con Zelenski. En realidad, Putin no ha dado nunca señales de querer poner fin a la guerra. Su paz es la de refrendar su afán expansionista, extender las fronteras de Rusia y crear una zona tampón que le proteja de eventuales ataques de la OTAN, organización a la que Ucrania acaba de solicitar el ingreso, aunque por ahora tendrá que esperar.
El tiempo no juega a favor de ninguno de los dos bandos y en vísperas del invierno menos aún. Los reservistas no se han incorporado todavía y aún tardarán semanas en hacerlo para sustituir a las tropas en combate extenuadas y desmoralizadas. Muchos de los jóvenes soldados no saben siquiera qué están haciendo en Ucrania. Del lado ucraniano, la moral es alta pero la fatiga es igualmente notable. Zelenski puede estar contento con el constante suministro de armas de EEUU y Gran Bretaña, así como de los países de la UE. De gran eficacia están resultando las lanzaderas de misiles de largo alcance estadounidenses, que están causando estragos en los depósitos militares enemigos. Él sabe que es ahora o nunca. Aprovechar la desmoralización de los rusos, sus numerosas bajas (se estima que el número de muertos pueda cifrarse en cerca de 50.000), el mayor apoyo militar occidental y el firme respaldo de los países de la UE a Kiev con nuevas sanciones económicas a Moscú. Putin anhela aún la esperanza de que el invierno quiebre la unidad europea y que las penurias energéticas la resquebrajen. En estos momentos, los depósitos de gas están llenos hasta un 90% de reservas.
Es difícil pensar que Putin pueda salir por la vía de la negociación del avispero en el que se ha metido. Le están fallando no pocos de los gestos de su estrategia. Ha entrado en la espiral de una guerra fría versión siglo XXI con Estados Unidos. Su presidente, Joe Biden, se toma muy en serio las amenazas de recurrir a las armas atómicas y asemeja el conflicto en Ucrania al de 1962 con la instalación de misiles nucleares soviéticos en Cuba durante la presidencia de John Kennedy y del liderazgo de Nikita Kruschev. No adelanta cuál sería la respuesta de Washington a una locura de tales dimensiones, aunque es obvio que EEUU no se quedaría con los brazos cruzados y trataría de torcerle la mano al dirigente ruso. Putin celebró el viernes su cumpleaños cada vez más solo, cada vez más aislado. La víspera, 44 líderes europeos reunidos en Praga crearon a instancias del presidente francés, Emmanuel Macron, una especie de comunidad política por la paz frente al expansionismo ruso. «No tenemos nada en contra de Rusia, pero la Rusia de ahora, la de Putin, no tiene asiento» en este foro, afirmó Josep Borrell, el alto representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell. Habrá qué ver, llegado el caso, qué Rusia emergerá cuando Putin deje voluntaria o forzadamente el poder y si quien lo reemplace es mejor o por el contrario peor.