THE OBJECTIVE
Protagonistas de 2022

Carlos de Inglaterra, el corredor de fondo

Convertirse en titular de la monarquía más importante del mundo hace de Carlos III uno de los personajes públicos más notables de 2022

Carlos de Inglaterra, el corredor de fondo

Ilustración de Erich Gordon.

Los reyes europeos ya no tienen poder, y han perdido prácticamente la pompa que los convertía en seres misteriosos y reverenciados. La Corona británica, sin embargo, ha tenido el reflejo de conservar oropeles y tradiciones que la hacen fascinante. Las honras funerarias de Isabel II, que duraron diez días y culminaron en un desfile fúnebre fastuoso, lo han puesto de manifiesto recientemente. Por cierto, la stamina (en inglés capacidad de aguantar estoicamente) con la que Carlos mantuvo el paso durante kilómetros tras el féretro de su madre, hace pensar que el nuevo rey no ha llegado al trono tan viejo.

Y es que la vida ha convertido a Carlos III de Gran Bretaña en un corredor de fondo. Ha sido príncipe de Gales durante 64 años, aunque en realidad era heredero de la Corona desde su nacimiento, hace 74. No ha sido precisamente un camino de rosas el que ha tenido que seguir. Tener una madre reina titular de la Commonwealth implicaba que no le podía dedicar toda la atención que necesitan los niños, pero además Isabel II era muy restrictiva en mostrar afectividad, un rasgo de carácter heredado de su abuela, la reina Mary, que jamás besó a sus hijos.

Papá no compensaba la falta de mimos de mamá, porque el príncipe Felipe era un padre severo, que envió a Carlos a un colegio escocés famoso por la dureza de su educación. La juventud de Carlos se iluminó, no obstante, al conocer a Camila cuando tenía 22 años. Fue un flechazo mutuo y de larga duración, como se ha demostrado, pero resultó ser un amor prohibido. La familia real consideró que ella no era la chica adecuada para un príncipe de Gales.

Luego vino la boda impuesta, disfrazada de cuento de hadas, la relación clandestina con su auténtico amor y los desquiciantes problemas matrimoniales con Diana. Y todo ello sería aireado por los medios, convirtiendo a Carlos en un villano ridículo, el hazmerreír del público, seducido por la «víctima», Diana, pese a que ella tuvo una serie de amantes mientras que Carlos era fiel a su único amor. La muerte de la princesa, preciso es reconocerlo, fue una liberación para Carlos y para la familia real, pero elevó a Diana a los altares y sumergió a Carlos aún más en el desprecio popular.

Carlos III y la victoria de la tenacidad

La forma en que, una vez viudo, el príncipe de Gales luchó y maniobró para conseguir la aceptación de Camila, fue un prodigio de tenacidad y paciencia. Esperó dos años tras la muerte de Diana en 1997 para aparecer en público con Camila –una fiesta familiar de cumpleaños en el Ritz- y cinco largos años, hasta 2003, para vivir juntos en Clarence House, una magnífica mansión real cercana al Palacio de Buckingham, donde residió hasta su muerte la llamada Reina Madre, la abuela de Carlos.

Por fin dio el paso definitivo, casarse con Camila, en 2005, y lo hizo de manera muy discreta, en una ceremonia civil íntima en el Ayuntamiento de Windsor. Para ese momento Carlos se había asegurado el apoyo de las dos grandes instituciones históricas de Inglaterra, la Corona y la Iglesia. La reina Isabel II dijo: «Mi hijo ha llegado a buen puerto con la mujer que ama», y el arzobispo de Canterbury, que asistió a la boda, sentenció que el matrimonio se hacía de acuerdo «con las directrices de la Iglesia de Inglaterra». Más problemático era obtener el visto bueno de la prensa británica, pero tanto la gran institución, que es el Times, como el periódico de mayor circulación, el tabloide Daily Mail, asumieron la situación y dieron por bueno el matrimonio.

Aquella boda supuso sin embargo un gran riesgo para Carlos, porque de hecho se puso en situación anticonstitucional. Camila era católica (véase ¿Puede una católica ocupar el trono inglés?, en Historias de la Historia) y según la ley sucesoria vigente ese enlace suponía perder el derecho a ser rey. Pero todo el mundo miró hacia otro lado y en 2013 se promulgó una nueva Ley de Sucesión a la Corona que anulaba la prohibición de casarse con una «papista».

Dentro de unos años, como una moda que pasa, la gente se habrá olvidado de Diana, pero el extraordinario amor ente los reyes Carlos y Camila quedará reflejado en los libros de Historia, y eso lo hará perenne. Sin embargo, Carlos III tiene otros rasgos de personalidad dignos de tenerse en cuenta, aparte de su fidelidad amorosa.

Tener en cuenta a la gente

Resulta paradójico decir que el rey inglés que ha subido al trono con mayor edad -73 años- trae un aire de renovación y modernidad a la Corona británica, pero así es. Carlos III es el primer monarca de su país que ha ido a la universidad, se licenció en Historia en el Trinity College de Cambridge, y se ha preocupado siempre de los problemas reales de su sociedad. «Algo tan raro como la monarquía no sobrevivirá a menos que se tenga en cuenta la postura de la gente», es una de sus sentencias. Muchos se ríen de las perogrulladas de Carlos, que no es un pensador brillante, pero lo cierto es que no dice tonterías.

Tras subir al trono ha expresado su intención de tratar por igual a todas las confesiones religiosas –hasta ahora el monarca inglés era el Defensor de la Fe anglicana- y también su preocupación por el maltrato de animales, prohibiendo el fuagrás en palacio. Pero lo más notable es que, desde los años 70, Carlos se ha preocupado activamente por el medio ambiente, y especialmente premonitoria fue su condena de los envases de plástico, que el mundo ha tardado medio siglo en considerar perversos. 

Precisamente su primer mal encuentro con el gobierno al poco de convertirse en rey fue la orden de la primera ministra Liz Truss de no asistir a la cumbre del clima de Egipto, en lo que él tenía mucha ilusión. Un primer ministro no puede dar órdenes al monarca británico, pero los periódicos ingleses usaron esos términos. Es notorio que en el gabinete conservador de Liz Truss había varios ministros negacionistas del cambio climático, pero Carlos no planteó ninguna batalla mediática y aceptó la prohibición, porque, como había dicho varias veces, ya sabía que una vez fuese rey no podría seguir haciendo campaña por sus temas favoritos. «No soy tan estúpido», explicó hace cuatro años por televisión.

Otro de los caballos de batalla de Carlos cuando era príncipe ha sido la arquitectura y el urbanismo. Carlos ha sido el flagelo de los horrores y extravagancias de los arquitectos, perpetrados bajo la coartada de la modernidad. Pero el lobby de la construcción es demasiado poderoso, y le atacó sin piedad, ridiculizándolo como alguien de gustos poco menos que medievales. De hecho, diseñó Poundbury, la ampliación urbanística de la ciudad medieval de Dorchester, cuyos vecinos están encantados de vivir allí. 

Ahora no podrá hacer campañas urbanísticas, aunque la titularidad de la Corona pone a su disposición una gran cantidad de fincas y palacios, para los que seguramente tendrá ideas. Este dato nos revela uno de los cambios que ha supuesto para Carlos subir al trono: se ha convertido en uno de los hombres más ricos del mundo –de Isabel II se decía que era la mujer más rica, pero los hombres van a otra escala.

Algunos analistas afirmaban que en los últimos tiempos, debido a los problemas de salud de Isabel II, Carlos estaba ejerciendo de hecho la regencia, era quien llevaba la voz cantante en palacio. El caso es que dio una prueba de firmeza de carácter antes de ser proclamado formalmente rey, con la elección de su nombre. En la monarquía británica es normal cambiarlo al subir al trono: el abuelo de Carlos, Jorge VI, se llamaba en realidad Alberto; Eduardo VIII se llamaba David; Eduardo VII, también Alberto.

Los expertos barajaban cuatro nombres «apropiados» para el nuevo rey, pues opinaban que el de Carlos tenía mal fario. Solamente ha habido dos reyes Carlos en la Historia de Inglaterra, y el primero de ellos, Carlos I Estuardo, terminó con la cabeza cortada en el cadalso. En cuanto a Carlos II, hijo del anterior, que recuperó el trono tras el periodo revolucionario, llamado «el Alegre Monarca», fue un frívolo que llenó el país de hijos bastardos –reconoció a catorce de ellos- pero no tuvo sucesión legítima, dejando un conflicto tras su muerte. Sin importarle esos precedentes, Carlos ha subido al trono y pasará a la Historia como Carlos III.

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