Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo en busca de una salida a la lacra de Nicaragua
«Ortega da muestras de fatiga política a diferencia de su esposa, aunque parece poco probable que ésta le releve en el cargo y decida aspirar a la presidencia»
Nicaragua junto a Cuba y Venezuela forman parte del trío de países latinoamericanos donde el respeto de los derechos humanos se viola a cada instante. El caso nicaragüense es flagrante, apestado y sancionado política y económicamente por Estados Unidos y la Unión Europea. El tándem Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo se ha instalado en el poder mediante elecciones que la comunidad internacional y organismos humanitarios consideran una farsa. Aislados como están han decidido esta semana excarcelar a 222 presos políticos, privarlos de nacionalidad y expulsarlos a Estados Unidos. El gesto ha sido bien recibido por la Administración de Biden, que sin embargo ha subrayado que es una decisión unilateral en la que no ha intervenido. Habrá que esperar nuevos acontecimientos.
¿Se trata de una decisión a la desesperada en busca del levantamiento de sanciones o más bien un desprecio hacia todos los que en su país levantan la voz para denunciar la represión? Quienes el miércoles pasado abandonaron la prisión de máxima seguridad de El Chipote, un penal convertido en centro de torturas de Managua, no son precisamente presos de segunda categoría. Al contrario. En esa lista se encuentran destacados políticos, periodistas, empresarios y universitarios, entre ellos la ex candidata a la presidencia, Cristiana Chamorro, condenada a ocho años de prisión por supuesto blanqueo de dinero y terrorismo, hija de la que fuera presidenta Violeta Barrios en 1990. Igualmente, la legendaria guerrillera sandinista Dora María Téllez, conocida popularmente como Comandante Dos y enfrentada al régimen, que le acusa de terrorismo.
Ortega ha manifestado con cierto cinismo que se ha tratado de un asunto de honor, dignidad y patriotismo: «No hemos pedido nada a cambio. Se ha tratado de retornar al país que les financia a estos terroristas». El presidente, en el poder interrumpidamente desde 2007 (tuvo un primer mandato en 1985 tras el derrocamiento de la dictadura somocista), ha explicado que fue su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, quien se dirigió esta misma semana a la embajada estadounidense en Managua para preguntar si Washington estaría dispuesto a acogerlos. «Nos sorprendió que dijeran que sí», aseguró el dictador.
Habrá que esperar a las próximas semanas para saber si se trata de un gesto torpe o de una vía para la reanudación del diálogo con Estados Unidos. Hay algunas señales de deshielo, aunque el nuevo embajador de Joe Biden sigue sin poder presentar cartas credenciales. La nueva representante diplomática de España ha tenido más suerte. Ortega la recibió esta pasada semana. El Gobierno nicaragüense expulsó el año pasado a la jefa de la legación de la Unión Europea.
Sergio Ramírez, que fue vicepresidente en el primer gobierno sandinista y exiliado en Costa Rica, a quien Ortega acusa de mercenario y traidor, sostiene que éste se ha quedado con las manos vacías para poder negociar. «Su mejor estrategia habría sido negociar a los rehenes por lotes, y no soltarlos de una vez, para conservar cartas en la mano. Mala señal, en lo que les concierne. Y liberarlos no es una prueba de fortaleza, sino de debilidad. Lo demuestra al declararlos apátridas, una venganza final», escribe en una tribuna en El País.
Los desterrados han tenido que firmar una nota en la que se especifica que abandonan el país «voluntariamente». Sin embargo, no se les ha dado opción, si bien uno de ellos, el obispo Rolando Álvarez, una de las cabezas visibles religiosas de la disidencia, que se encontraba en arresto domiciliario, se negó a subir al avión que les conduciría a Washington con profunda irritación del régimen. El eclesiástico ha sido ingresado en la prisión de El Chipote. En pocas horas, la Asamblea Nacional se reunió de urgencia para reformar un artículo constitucional y desproveer a los 222 presos de su nacionalidad. España les ha invitado a aceptar la suya.
La tiranía nicaragüense ha superado con creces a la de Venezuela o Cuba. Daniel Ortega, un político introvertido de no muchas dotes intelectuales, gobierna el pequeño país centroamericano con mano de hierro y aferrándose al mando. Desde 2016 se ha subido al carro su esposa, la controvertida poeta Rosario Murillo, iracunda y vehemente persona y a la que no pocos analistas consideran como la cerebro del régimen. Ortega pasará a la historia por ser el primer marxista que pierde unas elecciones presidenciales. Así ocurrió en 1990 con el triunfo en las urnas de Violeta Barrios, viuda del periodista Pedro Joaquín Chamorro, figura emblemática de la familia fundadora del diario La Prensa y asesinado durante la dictadura de Anastasio Somoza. El periódico fue confiscado y cerrado por el régimen de Ortega.
Daniel Ortega, de 77 años, modificó la Constitución para poder presentarse varias veces a la presidencia de la República. La última de sus victorias, en 2021, con el tándem de su esposa Rosario, también conocida popularmente como La Chayo, fue una farsa denunciada por la comunidad internacional lo cual derivó en sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea. Prácticamente ninguno de los candidatos de oposición pudo participar. De hecho, ocho de ellos fueron posteriormente detenidos. Estos, entre ellos Cristiana Chamorro, figuran en la lista de desterrados ahora a Estados Unidos.
La represión alcanzó su límite en 2018 tras el fracaso de una mesa nacional que el régimen accedió a abrir con la oposición a raíz de una reforma de la seguridad social muy protestada por la ciudadanía. La oposición pidió elecciones libres. El régimen contestó en la calle con feroz violencia, lo que causó más de 350 muertos. La mano que dirigió tal represión fue la de Rosario Murillo. Ésta, de 70 años, es considerada como la estratega del régimen. Su esposo ejecuta lo que ella plantea. La vieja dirigencia del Frente Sandinista, o más bien las ruinas que aún quedan del movimiento que derrocó a Samoza en 1979, nunca apoyó la idea de Daniel de llevar al poder a su esposa, a la que llama «la copresidenta compañera Rosario». Nunca gozó del beneplácito de Humberto Ortega, hermano del dictador, ex jefe del Ejército y hoy retirado de la actividad para dedicarse al enriquecimiento con operaciones no del todo lícitas. Humberto, de inteligencia superior a Daniel, no tiene buenas relaciones con éste.
¿Qué puede ocurrir en el pequeño y arruinado país centroamericano? Ortega da muestras de fatiga política a diferencia de su esposa, aunque parece poco probable que ésta le releve en el cargo y decida aspirar a la presidencia en las próximas elecciones o antes. En teoría, las próximas tendrían que celebrarse en 2026. Rosario Murillo, que defendió a su marido acusado de haber violado a una hija adolescente de aquella cuando ya eran pareja, no despierta calor en la gente. Al contrario. Se le desprecia pero también se le teme por sus estallidos de cólera y gestos vengativos.
La excarcelación de estos disidentes tal vez sea un paso positivo, pero difícilmente se puede pensar que el pueblo nicaragüense recupere la libertad mientras en el poder siga el tándem Ortega-Murillo.