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Macron no ha ganado todavía la partida

«Más allá del prestigio de su personalidad, Macron se ha dejado muchos pelos en la gatera con esta ley e incluso también fuera, como así lo resaltan los medios franceses»

Macron no ha ganado todavía la partida

Macron perdería las presidenciales, frente a Le Pen, si se celebrasen ahora mismo | Europa Press

No cabe duda que los nueve sabios, los así llamados miembros del Tribunal Constitucional de Francia, han salvado de momento a Emmanuel Macron al respaldar su controvertida reforma de las pensiones: retrasar la edad de jubilación de 62 a 64 años. La calle se puso en guerra contra el presidente de la República cuando su debilitada primera ministra, Élisabeth Borne, ex socialista, la presentó en la Asamblea Nacional a principios del pasado enero. Macron recurrió a la prerrogativa constitucional que le asiste para aprobar por decreto una norma. Además, superó dos mociones de censura, una de la extrema derecha de Marine Le Pen, y otra de la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon presentadas como rechazo a esa prerrogativa.

El Consejo Constitucional, como así se llama la más alta instancia judicial gala, avaló el viernes 30 de los 36 artículos de la ley y por otro lado excluyó convocar un referéndum para que la ciudadanía se pronuncie al respecto. Los nueve sabios, presididos por el ex primer ministro Laurent Fabius, deberán todavía pronunciarse el mes próximo sobre otra iniciativa de consulta ciudadana propuesta por la izquierda. Curiosamente, el tribunal consideró que a Macron le asistía el derecho de recurrir al ya famoso artículo 49.3 de la Carta Magna francesa cuando se trata de un proyecto de ley financiera sin necesidad de votación parlamentaria. Ésta no lo era para nada. Además, el puñado de artículos que no respaldaron los jueces son precisamente aquellos que conciernen a la parte más social de la conflictiva norma.

¿Ha terminado entonces la historia? Es pronto para afirmarlo. Es obvio que Macron, un centrista pragmático, un intelectual bien preparado, que a sus 45 años, casado con una divorciada de 70, en su segundo y último mandato presidencial, sale victorioso de esta feroz batalla. Pero con muchas heridas en el cuerpo. No podrá olvidar que dos de cada tres franceses se opone a la misma y que los sindicatos prometen seguir dando batalla en la calle el próximo Primero de Mayo. Y que, le guste o no, tiene una china en su zapato pues tras las legislativas de junio pasado su grupo, Renaissance, no tiene mayoría absoluta en la Asamblea Nacional y debe valerse de los conservadores Republicanos para sacar adelante leyes. Si hoy se celebraran nuevas elecciones el descalabro de su formación sería notable; y si hubiese presidenciales, Le Pen las ganaría con bastante ventaja, según los sondeos. Macron no puede por ley ir a una tercera elección.

El mandatario tiene más prestigio fuera que dentro del Hexágono. Basta con echar un vistazo rápido a lo que hay en el entorno de Francia para corroborar tal aserto: Scholz, Meloni, Sánchez… Ninguno de ellos puede dirimir con solidez un debate de ideas, de iniciativas sobre la actual crisis mundial frente a su homólogo francés. Es verdad: son oportunistas como él porque eso lo llevan con el cargo. Pero carecen de lecturas, de sensibilidades literarias, de poder de comunicación y oratoria comparados con él. La mediocridad les caracteriza a esos tres dirigentes como a los del resto de Europa. Su reciente viaje a Pekín lo ha puesto de manifiesto si se compara con el del jefe del Gobierno español una semana antes.   

En cualquier caso, más allá del prestigio de su personalidad, Macron se ha dejado muchos pelos en la gatera con esta ley e incluso también fuera, como así lo resaltan los medios franceses. E incluso algunos sostienen que ha debilitado la democracia con su terquedad de sacar adelante la ley de jubilación. Cuando ha tratado de explicar en diversas entrevistas que a él tampoco le gusta prolongar la vida laboral pero que no hay remedio si se quiere salvar la seguridad social, se ha encontrado con la furia desatada de Mélenchon, que le califica de monarca alejado de la vida real; la desconsideración de Le Pen, a quien ahora le gusta etiquetarse de nacionalista y no de ultraderechista, así como del rechazo de las fuerzas sindicales que por primera vez en mucho tiempo se han unido en la batalla.

Y en esa batalla, por supuesto, la calle: la protesta de todos los sectores de una población, castigada por la carestía de la vida y el deterioro de los servicios públicos, que defiende con uñas y dientes sus conquistas, no en balde Francia fue cuna de una revolución. Jóvenes, profesionales, profesores, estudiantes, funcionarios se han volcado en la protesta. Han paralizado el país con una docena de huelgas desde enero, huelgas que han acarreado violencia recordando las manifestaciones de los llamados chalecos amarillos en 2018 y algunos elementos de la del Mayo del 68. «Te haremos un Mayo del 68, Macron», le gritaban jóvenes en algunas de las concentraciones de París.

Si el Tribunal Consultivo no hubiese avalado la iniciativa del presidente se hubiese abierto una crisis profunda de final muy incierto. Seguramente, Macron hubiese disuelto la legislatura y convocado nuevos comicios con la esperanza de construir una nueva y amplia mayoría. Algo que genera duda. Probablemente no hubiese confiado más en Borne, una política de origen judío, ministra en el Gobierno socialista de Lionel Jospin, que se está mostrando débil y poco dialogante con las fuerzas sindicales. No pocos analistas sostienen que Borne, tarde o temprano, será destituida. Pero incluso el rechazo de los jueces lo hubiese recibido Macron como una afrenta insoportable, una bofetada imperdonable a su orgullo. Algunos medios galos hablaban en los peores momentos de la oposición en la calle que el presidente hubiese barajado la idea de abandonar el Elíseo y retirarse a ganar dinero en la vida privada. Por menos lo hizo después del Mayo del 68 el general Charles de Gaulle.

Fue Mitterrand quien retrasó la edad de jubilación a los 60 durante su mandato presidencial y Sarkozy la modificó a los 62 actuales. Por qué despierta tanta ira en los franceses una norma que se ha extendido en la mayoría de los países de la Unión Europea sin protestas tan fuertes como en Francia. Es algo que desde fuera no se entiende del todo. Es cierto que la nueva ley, además de prolongar a 64 la vida laboral, amplía en un año la edad para cobrar la cotización plena. Las pensiones en Francia son en general bastante obsequiosas, pero el francés medio antepone el disfrute, el tiempo  libre al trabajo si se compara, por ejemplo, con los alemanes o incluso italianos y españoles.

Y finalmente un apunte más. Más allá de que el presidente Macron ponga en marcha la polémica ley -en cualquier caso, se irá aplicando gradualmente-, este gesto cuestiona su propia legitimidad democrática independientemente de haber sido avalado por el Constitucional. Emerge sin el visto bueno parlamentario y con el rechazo de dos terceras partes de la sociedad. Haría bien Macron de tenerlo en cuenta, porque aunque él sostenga que la medida es necesaria, y seguramente lo es, no debe menospreciar el juicio de tantos de sus compatriotas.  

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