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Periodistas españoles bajo las bombas en Ucrania: «Si te cae un cohete, estás muerto»

Unos doscientos informadores han pasado por el país centroeuropeo para cubrir la guerra: «La precariedad mata más que las bombas»

Periodistas españoles bajo las bombas en Ucrania: «Si te cae un cohete, estás muerto»

Periodistas equipados con casco y máscara de gas. | Pixabay

La muerte este martes del periodista francés Arman Soldin ha puesto en evidencia los riesgos físicos a los que se enfrentan los reporteros que cubren la guerra de Ucrania. Unos 200 informadores españoles han participado en algún momento en la cobertura de este conflicto, uno de los más violentos y prolongados en Europa en los últimos años. Su trabajo no está exento de riesgos y, en algunos casos, su labor supone enfrentarse a peligros físicos diariamente. No en vano, uno de ellos confiesa: «Le ha tocado a Arman como me podría haber tocado a mí».

El fallecimiento de Soldin, reportero de la agencia AFP, ocurrió durante un ataque con misiles en la región de Donetsk, mientras cubría los enfrentamientos entre el ejército ucraniano y los prorrusos. La noticia ha supuesto un aldabonazo para la comunidad periodística —y para la sociedad en su conjunto— acerca de la importancia de informar sobre conflictos como este, pero también sobre los riesgos que conlleva hacerlo.

Desde enfrentamientos entre las tropas ucranianas y los separatistas prorrusos hasta bombardeos indiscriminados en zonas civiles, los periodistas españoles se encuentran en medio de la línea de fuego. A pesar de que cuentan con medidas de protección, como chalecos antibalas o cascos, estos no son suficientes para garantizar su seguridad en todo momento.

«Para un misil, hay pocas maneras de protegerse, no basta que lleves un casco», señala Pablo Medina, que lleva cubriendo la guerra para La Voz de Galicia desde marzo de 2022. Ha estado en Leópolis, en la región de Kiev y en la de Járkov, concretamente en localidades recién liberadas de las tropas rusas. Cuando cae un cohete, explica, «no es sólo la explosión, sino las esquirlas y la metralla». Además, añade que los misiles rusos «suelen fallar bastante el objetivo» y que «nunca han distinguido entre civiles y militares».

En la cuestión de la protección, existen tres categorías básicas de periodistas. Los premium, es decir, los enviados de algunos grandes medios, a veces llevan hasta coches blindados. Uno de estos casos es el de Héctor Estepa, que trabaja para France24, y cuyo medio dispone de un encargado de seguridad que monitoriza la actividad de sus reporteros para alertarles en caso de peligro. Estepa, no obstante, asume que no es ni mucho menos la situación que vive la mayoría de periodistas. La clase media la forman aquellos periodistas cuyas empresas les proveen con casco y chaleco antibalas. Por último, los freelance no cuentan ni con el kit básico salvo en los casos en que se los facilita la organización internacional Reporteros Sin Fronteras.

Pero la guerra muchas veces no entiende de clases. Como relata Miguel de la Fuente, camarógrafo de TVE con tres décadas de conflictos mundiales a las espaldas, cuando se cruzan determinados pueblos o carreteras uno sabe que está traspasando la «delgada línea roja del peligro». «Una vez que te vas a esos sitios, si te cae un cohete no hay manera de salir con vida. Influye mucho la suerte que uno tenga», sentencia.

De la Fuente explica que, aunque sea imposible evitar el riesgo por completo, debe procurarse estar el menor tiempo posible en las zonas difíciles. Eso sí, los periodistas y cámaras de las agencias internacionales (como AFP, Reuters o AP) «siempre cruzan un poquito más allá» buscando las imágenes más impactantes que luego venden a los medios de comunicación. Con todo, el reportero gallego lo tiene claro: «Nuestro valor es poderlo contar, de nada sirve dejarte la vida».

La vida en las trincheras

Lo que más abunda entre los corresponsales de guerra son los freelance, que no cuentan con el apoyo fijo de un medio de comunicación. Su modus operandi se basa en los llamados fixers, personas locales que guían a los periodistas, les hacen de intérpretes y les ayudan a entablar contactos sobre el terreno. Muchas veces los consiguen a través de grupos de Facebook.

En cualquier caso, cubrir la guerra de Ucrania es complicado porque el Gobierno de Kiev es muy restrictivo a la hora de permitir la movilidad de los reporteros. Parte de esa restricción tiene que ver con poder garantizar la seguridad de los profesionales informativos, pero también existe un motivo más interesado: «Cada bando quiere mantener el relato».

Por otra parte, la relación entre los propios informadores es cambiante. «Hay compañerismo, pero también periodistas de muchísimo nombre que a veces nos han echado a patadas a mí y a mis compañeros», señala Medina, «en todos los trabajos será igual, pero en este da especial lástima».

Además, por la relativa facilidad de llegar al frente, la guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto las diferencias entre los reporteros más avezados y los más nobeles. Amador Guallar lleva 25 años como freelance cubriendo conflictos para distintos medios de comunicación y tiene claro que «cubrir una guerra no es como cubrir cualquier evento», sino que se requiere logística, contactos y conocimiento del terreno: «A Ucrania han llegado muchos periodistas sin preparación», afirma Guallar, precisando que no piensa que ese fuera el caso de Soldin.

Precariedad e impunidad

Guallar también denuncia con vehemencia las pobres condiciones en las que trabajan la mayoría de informadores, sobre todo los autónomos. «Quitando algunos medios, lo que se paga por estar en una zona de combate no es solamente un insulto sino absolutamente ilegal. Esa precariedad mata más periodistas que las bombas».

Asimismo, tanto Guallar como Medina denuncian la «impunidad» de la que disfrutan los responsables de la muerte de reporteros. «La ley debe caer sobre quienes maten periodistas, debe ser un crimen de guerra de verdad», apunta el informador freelance. El redactor de La Voz de Galicia, por su parte, recuerda en este sentido los casos de Shireen Abu Akleh (muerta el año pasado por un disparo, aparentemente de militares israelíes, en Jerusalén) y de Jamal Khashoggi, asesinado en 2018 por el entorno cercano del príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán.

Arman Soldin es el undécimo informador fallecido en la guerra de Ucrania, según datos de Reporteros Sin Fronteras. Además, 12 periodistas españoles han fallecido en distintos conflictos desde 1980, los últimos de ellos David Beriain y Roberto Fraile, asesinados en Burkina Faso en 2021 por el Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes (JNIM) mientras rodaban un documental sobre la caza furtiva. Son recordatorios de que la información sobre las guerras demasiado a menudo se escribe con sangre.

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