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Enfoque global

La audaz apuesta de Zelenski

La contraofensiva es un órdago que pretende reducir el margen para resolver la guerra de una forma que permita la supervivencia de Ucrania

La audaz apuesta de Zelenski

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. | Zuma Press

La apuesta

Ucrania lleva meses movilizando, desplegando y concentrando una docena de Brigadas de Asalto, preparando una fuerza de unos 40.000–60.000 efectivos pertrechados y entrenados por Occidente para aumentar sus fuerzas en el frente Oriental y reemplazar a las decenas de miles –las fuentes oscilan entre 80.000 y 140.000– de bajas causadas desde que Rusia inicio su «operación especial» el pasado 24 de febrero del año pasado.

También Kiev ha ido acumulando un extenso arsenal de armas occidentales, desde carros de combate Leopard alemanes hasta baterías americanas, pasando por misiles británicos, preparando la más que anticipada contraofensiva de primavera-verano, cuyo objetivo, según el presidente Zelenski, es «recuperar el terreno perdido a Rusia desde la invasión y volver a las fronteras naturales de Ucrania».

Audaz apuesta de Zelenski que con lenguaje ambiguo no concreta sus objetivos de la prevista operación militar que él denomina «decisiva».  Por una parte, subraya el «recuperar el terreno perdido», es decir, ¿volver al frente de febrero 2022?. Por otra parte, ¿«volver a las fronteras naturales» significa retornar a las fronteras de 1991, incluida Crimea? Tal ambigüedad denota la ansiedad que corre por el liderazgo ucraniano de que el apoyo incondicional de sus aliados tiene fecha de caducidad –las elecciones en EEUU noviembre de 2024, por ejemplo- y su régimen puede quedar sujeto a un acuerdo de las grandes potencias, es decir, Washington y Beijing, que condene a Ucrania a ser un conflicto congelado de alta intensidad parecido al septenio 2014–2022. 

La ofensiva puede comenzar en cualquier momento, de hecho, algunos analistas aseguran que ya ha comenzado con ataques de fuerzas especiales ucranianas a la logística rusa, incluso aventurándose dentro de Rusia con drones y con un aumento de las operaciones de agitación y propaganda en el propio Moscú. Más aún, recientes mini-ofensivas y salvas de artillería en distintos puntos del extenso frente con la intención de «confundir» y «probar» las reforzadas defensas rusas corroboran la incipiente escalada. 

En una reflexión reciente, el propio Zelenski, para presionar a sus aliados y proveedores, indico que quizás haya que «esperar algún tiempo a que lleguen más armas y se entrenen más Brigadas» para asegurar su éxito, desplazando la responsabilidad de un posible fracaso a la falta de voluntad de sus aliados de seguir proporcionándole el ‘cheque en blanco’ del que disfruta desde febrero de 2022. Como bien explicaba el segundo de la administración presidencial ucraniana, Andréi Sybiha, «este es un momento decisivo para nosotros. El nivel de apoyo Occidental depende de nuestro éxito». Y subraya: «A mayor recuperación de terreno, más obtendremos de nuestros socios y mayor compromiso político y estratégico con nuestro gobierno».

Así pues, está claro que la apuesta de Kiev por la opción militar y poder lograr con una batalla decisiva busca, como explicaba el Mariscal Sokolovski en su Estrategia Militar Soviética de 1963, «equilibrar la correlación de fuerzas sobre el terreno» antes de sentarse a negociar con su adversario desde una posición menos desesperada y más robusta, con el objetivo de que el régimen de Kiev, con Zelenski a la cabeza, sobreviva para «volver a luchar otro día». Y tras tomar tan decisiva decisión las preguntas son: ¿cómo va a implementar Ucrania la contraofensiva sobre el terreno? ¿Qué opciones tiene? 

El reto: cuatro escenarios

Normalmente, las grandes operaciones militares están rodeadas de confidencialidad y huyen del foco de los medios y el adversario. Sorprendentemente, la ofensiva ucraniana de primavera-verano contra Rusia lleva semanas dominando el debate público global con una publicidad y propaganda obsesiva que ha creado unas expectativas descomunales, es decir, como explicaba el analista de Stanford Steven Pifer, «estamos a las vísperas de la batalla decisiva y el colapso de la ‘operación especial’ y el final de las hostilidades está a la vista». Unas expectativas quizás excesivas y que no concuerdan con la realidad sobre el terreno.

Veamos, en el mejor de los casos, los ucranianos posiblemente recuperarán algo del terreno perdido –recordemos que son unos 108.000 kilómetros cuadrados o una extensión, sin contar Crimea, parecida a Portugal–. Según los manuales de guerra convencional no urbana, los 180.000 efectivos ucranianos necesitan una ventaja de tres a dos para poder avanzar y romper las sólidas defensas rusas reforzadas en los últimos meses y, aparentemente, ahora defendidas con aproximadamente 250.000 – 280.000 efectivos.

El balance de fuerzas, pues, es favorable tres a dos no a los ucranianos que atacan, sino a los rusos que defienden. Una proposición complicada. En el peor de los casos, la ofensiva tras romper la línea rusa en un punto débil se estrella contra las reservas de Moscú y las nuevas Brigadas de Kiev son destruidas en una bolsa detrás del frente, dejando un número significativo de material y prisioneros en manos de Rusia. Aumentaría así geométricamente la posición rusa en la futura mesa de negociación. De cualquier manera, las excesivas expectativas conllevarán una profunda decepción, pues en ninguno de los dos casos será «la batalla decisiva» tan deseada por Zelenski y sus socios.

Pero veamos las opciones o escenarios disponibles para que Ucrania demuestre, ahora sin excusas, pues dispone de armamento y entrenamiento occidental, de que es capaz de hacer retroceder al invasor ruso. La pregunta es: ¿dónde puede atacar? A la vista hay cuatro opciones:

Opción óptima: Llegar al mar de Azov y partir en dos la ocupación rusa. El lugar más lógico para un ataque ucraniano es concentrar un ataque de blindados con apoyo aéreo en el sector de Zaporiyia y profundizar al sur y sureste hacia Berdiansk o al sureste hacia Melitópol con el objetivo de cortar la carretera de la costa, que es la principal vía logística de suministro ruso a Crimea. El punto crítico sería la ciudad de Tokmak, desde abril fuertemente defendida con una doble línea de obstáculos y trincheras, pero asequible de penetrar si ucraniana concentra unos 180-220 carros Leopard y artillería móvil.

Este movimiento estaría idealmente reforzado con un nuevo sabotaje al puente de Kerch y la base de apoyo de Dzankoy con misiles crucero. Un golpe certero, si sale bien, pero con el problema de que Ucrania tiene unos 250-300 Leopard y el 60-70% estaría comprometido en la operación y no tendría reservas para culminar la ofensiva o liberar una posible bolsa ucraniana dentro de una pinza rusa. Es una apuesta muy arriesgada y acordémonos de que los militares son por naturaleza conservadores y poco propensos a arriesgar. Esta sería la opción de los políticos en contra de sus asesores militares.

Opción audaz: operación anfibia cruzando el río Dniéper para al oeste para envolver al frente ruso y liberar lo que queda de Jersón. Algunas unidades –dos brigadas- entrenadas en el Reino Unido y Noruega en operaciones anfibias podrían indicar que la opción es contemplada. Tiene a su favor el factor sorpresa y los réditos serían espectaculares, pero los números son insuficientes y, aun si logran cruzar el río el delta del Dniéper, se trata de un terreno muy expuesto y podría dar como resultado una carnicería para unas tropas tan valiosas para Kiev. Sería la opción favorecida por los más radicales nacionalistas del régimen ucraniano, quizás buscando mártires para la causa y forzar una intervención occidental. Disgustaría a los socios occidentales, pues dilapidaría la ayuda y la élite de las fuerzas armadas ucranianas por un brindis al sol.

Opción austera: romper la cadena logística norte-sur a Crimea por los enclaves de suministros de Svátove, en el frente, y Starobilsk, a kilómetros al este, en la zona del norte de Luhansk. Amenazaría con un movimiento de flanco similar al de Járkov el año pasado para romper la concentración de fuerzas de reserva rusas en el sur de Luhansk y oeste del Donbás. Esta zona parece poco defendida y como señuelo podría provocar el movimiento de las reservas rusas 200 kilómetros hacia al norte, creando un flanco vulnerable más al sur para envolver a las reservas rusas.

El problema vuelve a ser la escasez de recursos. Una intervención necesitaría unos 250-300 carros –la totalidad de los recursos ucranianos– y no tendría reservas para apoyar en caso de contraofensiva rusa. De nuevo, la opción más conservadora lograría liberar unos 1.200 – 1.500 kilómetros cuadrados que podrían venderse como una victoria por Kiev. Una opción quizás más acorde con la cúpula militar ucraniana que les permitiría avanzar y poder reclamar más recursos de sus patronos políticos y los socios occidentales.

Opción visceral: contraataque por los flancos para envolver Bajmut, forzar la rendición de la plaza y conseguir un éxito, principalmente a los ojos de la opinión pública global, vendible a su electorado y a sus socios occidentales.  Un objetivo limitado y asequible que no arriesga el grueso de las 12 brigadas ‘occidentales’. Hace semanas que el general de Brigada Oleksander Syrskyi, el comandante de las fuerzas terrestres ucranianas, indicó el valor simbólico de la insignificante ciudad de Bajmut como «el Verdun o Stalingrado de esta guerra». Asimismo, desde hace 15 días, Ucrania ha desplegado unidades de infantería ligera apoyada por carros –algunas fuentes mencionan Leopard y Challengers, pero sería improbable utilizarlos de esta manera, pues son más efectivos en grupo como punta de ataque o pantalla defensiva, así que es poco creíble– en ambos flancos a unos 15 kilómetros al suroeste, y 8 kilómetros al noroeste. Esto sugiere que la opción es considerada.

Si los rusos no caen en la trampa, el esfuerzo es baladí y puede ser costoso, pues volverían a un combate urbano en el cual las ventajas del armamento y carros occidentales son anuladas. Lo más probable es que una escalada en los flancos de Bajmut sea una maniobra de distracción para un ataque en las opciones anteriormente contempladas. Esta sería la opción, junto a la austera, preferida por la cúpula militar en Kiev. Si tiene éxito, garantiza opciones para el siguiente curso 2023-2024 antes de las elecciones americanas y si fracasa, mantiene el statu quo y no arriesga lo mejor del ejército ucraniano y destierra el escenario-pesadilla para los socios occidentales de Zelenski, es decir, que el nuevo material entregado caiga en manos rusas.

Precedentes históricos

En la escuela de oficiales de Sandhurst hay un dicho certero de Basil Liddell Hart: «Los generales siempre luchan la siguiente guerra como combatieron la anterior». Siguiendo esta tónica veamos cómo conflictos anteriores nos pueden dar una predicción que cómo se van a desarrollar los acontecimientos en las próximas semanas o meses en la tan anunciada contraofensiva de Ucrania.

Los que apoyan a Kiev esperan que su ofensiva repita el éxito de la Operación Tormenta del desierto en 1991, en la cual la coalición liderada por Estados Unidos destrozo al cuarto ejército del mundo de Sadam Huseín en 100 horas y los echó de Kuwait. Lamentablemente, este ejemplo asume que el ejército ruso es tan incompetente como el de Irak, que no tenía armas nucleares. No creo que sea el caso.

Los escépticos auguran que esta ofensiva puede acabar como la Batalla de las Ardenas en el otoño invierno de 1944, en la cual una desesperada Alemania Nazi lanzo una contraofensiva con lo mejor que le quedaba contra los aliados en Bélgica pretendiendo romper sus líneas y volver a tomar París para poder así negociar una paz separada con los aliados occidentales. Los anglo-americanos, sorprendidos y sin refuerzos a la vista, fueron rechazados 120 kilómetros hasta que la correlación de fuerzas y las nubes se disiparon para que los números y superioridad aérea destrozaran lo mejor que le quedaba y la última baza a Berlín. Todo indica que una apuesta audaz de Ucrania como la alemana se podría estrellar contra los números y superioridad rusa.

El caso más aproximado podría ser la guerra de Corea de 1950-53. En junio de 1950 el ejército norcoreano atacó a su vecino del sur. El éxito inicial llevó a los invasores a la puerta de la conquista de la península, si no fuera por una maniobra de contraataque por un flanco por parte de las Naciones Unidas en Inchon por el general MacArthur. Los marines cruzaron la frontera del paralelo 38 y se aproximaron a la frontera china del río Yalu. Los chinos invadieron Corea y se contempló seriamente en Washington usar el arma nuclear. El general MacArthur fue destituido por sugerirlo. Al final el frente convencional se estabilizó y se volvió a la frontera del paralelo 38 con un armisticio. Hasta hoy no se ha firmado la paz, pero la guerra activa acabó entre las dos Coreas.

El conflicto actual y la cacareada contraofensiva ucraniana de 2023 puede entenderse con esta analogía. ¿Qué haría Putin si Ucrania rompe el frente y se acerca o traspasa la frontera ruso-ucraniana?  ¿Al verse sobrepasado convencionalmente Moscú escalaría verticalmente el conflicto y utilizaría el arma nuclear? ¿O, por otra parte, Moscú escaparía el conflicto horizontalmente con operaciones desde Bielorrusia a Ucrania o a otros aliados de Kiev no miembros de la OTAN como Moldavia?

«Moscú puede perder todas las batallas y ganar la guerra, mientras que Ucrania solo tiene que perder una batalla decisiva y posiblemente desaparecerá del mapa»

Quizás el conflicto árabe-israelí de Yom Kippur en 1973 nos puede ayudar a visualizar un posible escenario desde otra perspectiva. El presidente Egipcio Anwar el Sadat planeo una ofensiva, la famosa Operación Badr, con sus aliados árabes para recuperar los territorios perdidos en la Guerra de los Seis días en 1967. Su objetivo era cruzar el Canal de Suez, recuperar el Sinaí y así negociar en mejores condiciones una paz con Israel. Como explica en su excelente libro Liderazgo, Sadat confeso a Henry Kissinger que «Egipto y sus aliados nunca podrían ganar una guerra a Israel, principalmente por el paraguas americano». Tras implorar mediación y negociaciones para frenar el conflicto en la famosa «diplomacia de puente aéreo», se puso en marcha un proceso negociador que ocasiono los Acuerdos de Camp David 1979 en los cuales Egipto recuperó su territorio perdido en la guerra en la mesa de negociación. 

La pregunta es: ¿tiene el régimen ucraniano un objetivo similar? ¿Quiere forzar Kiev con una escalada militar a la comunidad internacional que le conceda de la mesa de negociación lo que perdió en el campo de batalla? 

De todas formas, el resultado de esta contraofensiva no está claro y la apuesta audaz del presidente Zelenski es un órdago que pretende sellar la voluntad política de Occidente al destino de su régimen y reducir el margen diplomático y estratégico de opciones para resolver el conflicto de otra manera que no garantice su supervivencia.

Pase lo que pase en esta ‘contraofensiva de Zelenski’, el carácter del conflicto a partir de su comienzo adquiere características apocalípticas y binarias. Si Kiev sobrevive al torbellino que se avecina será bajo su liderazgo o no será. La alternativa es el colapso del país. Desafortunadamente, el posible error de Zelenski es que al forzar la posible resolución con el catalizador de la opción militar no tiene en cuenta una realidad obtusa y contundente: de nuevo la «Correlación de fuerzas sobre el terreno» del Mariscal Sokolovski: por el simple hecho del factor nuclear, Moscú puede perder todas las batallas y ganar la guerra, mientras que Ucrania solo tiene que perder una batalla decisiva y posiblemente desaparecerá del mapa como le ha sucedido varias veces en su angustiosa y turbulenta historia. Una apuesta audaz sin duda alguna.

Andrew Smith Serrano, profesor y analista del Centro de Seguridad Internacional del Centro para el Bien Común, UFV.

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