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El capitalismo, nuevo disfraz de la revolución cubana

El régimen busca reflotar con inversiones de EE UU y Rusia un país en bancarrota y consolidar la ‘nomenklatura’ castrista

El capitalismo, nuevo disfraz de la revolución cubana

Ilustración de Erich Gordon.

Después de más de medio siglo sin empresas privadas, todas confiscadas en 1968 por Fidel Castro, el régimen cubano finalmente ha reconocido que el Estado no era el mejor gestor, como se dieron cuenta mucho antes sus aliados comunistas en China y Vietnam. Lo ha hecho tarde y mal, aconsejado por unos gurús que acumulan una serie de errores y fracasos, como la Tarea Ordenamiento, que consistió en suprimir una de las dos monedas vigentes, el peso convertible. Desde entonces, enero de 2021, el país ha entrado en una espiral inflacionista, agravada por la escasez generalizada de productos de consumo, empezando por los alimentos básicos.

En este contexto, los mismos consejeros llegaron a la conclusión de que la empresa privada podía convertirse en una tabla de salvación para la cúpula en el poder desde la Revolución de 1959. En Washington, que observa atentamente la situación, ese giro es considerado como una decisión acertada por otro motivo, ya que lo ve como un primer paso hacia una apertura política y el fin del régimen de partido único. Curiosamente, en Moscú esa medida ha sido también aplaudida por el Kremlin y Putin ha enviado a su economista de confianza, Boris Titov, para asesorar al Gobierno de Miguel Díaz-Canel sobre el mercado libre a la rusa.

¿Modelo chino, vietnamita o ruso? La ley de 2021 que crea las mipymes –a las pequeñas y medianas empresas se les agregó las micro para dejar claras las limitaciones previstas– es en realidad muy sui generis al reservar para el Estado numerosos sectores supuestamente estratégicos de la economía y el monopolio del comercio exterior, además de prohibir el ejercicio por particulares de muchas profesiones. 

Emigración masiva

La explicación para este cambio copernicano se encuentra en la situación desastrosa de la economía nacional, que está provocando una emigración masiva (más de 320.000 personas abandonaron la isla en 2022). Cuba es un país en bancarrota, con una deuda que no quiere y no puede pagar, una industria obsoleta e improductiva, una agricultura maltratada por el Estado al punto de acabar con la exportación del azúcar, que fue la principal fuente de riqueza de la isla hasta los años 80. A diferencia de las décadas anteriores, Cuba ya no puede contar con la generosidad de sus dos grande mecenas, primero la URSS hasta 1990 y, luego, la Venezuela bolivariana, que ha dilapidado su riqueza y se ha visto obligada a reducir un 50% sus envíos de petróleo. Caracas sigue mandando un promedio de 50.000 barriles de hidrocarburos al día a cambio de médicos y un aparato de seguridad que le proporciona La Habana para mantener a su aliado bajo control, aunque oficialmente se trata de protegerlo contra sus enemigos internos y posibles golpes de Estado.

Mientras Washington y Moscú celebran las medidas económicas del equipo de Díaz-Canel, los cubanos están más circunspectos, sobre todo los cubanoamericanos, principales interesados puesto que son los que tienen el capital necesario para financiar la creación de empresas a través de las remesas destinadas a sus familiares en la isla. De hecho, los exiliados (más de dos millones en total), que tienen un peso económico y político considerable en Estados Unidos, en particular en el Estado de Florida, consideran que la ley de pymes es un ardid del régimen con un doble objetivo: usar el capital cubanoamericano para reflotar la economía y consolidar la cúpula en el poder, además de engañar a la Administración de Joe Biden con una supuesta apertura a la libre empresa a cambio de levantar las sanciones contra Cuba, empezando con el embargo comercial en vigor desde octubre de 1960.

Dentro de Cuba, los críticos sospechan que el Gobierno ha encontrado una manera de favorecer a sus partidarios con un capitalismo de amiguetes a la rusa o, más burdo aún, con una piñata similar a la que hicieron los sandinistas cuando perdieron el poder en 1990 y se repartieron entre ellos los bienes confiscados por el Estado. La prosperidad repentina de algunos negocios en Cuba parece confirmar que la nomenklatura castrista se está beneficiando de privilegios inaccesibles al pequeño emprendedor sin relaciones políticas. 

Nuevo acercamiento del Kremlin

Sin embargo, no se puede decir lo mismo de muchos de los más de 8.000 dueños de pymes registradas desde septiembre de 2021 que luchan a brazo partido para sobrevivir económicamente en un contexto político muy hostil. Entre ellos, pequeños comercios, restaurantes o iniciativas más audaces, como la de un joven ingeniero de 29 años, Idián Chávez, que se ha lanzado en la creación de una pequeña fábrica de papel higiénico –el producto emblemático del fracaso económico de la Revolución por haber siempre faltado en los últimos 64 años– con los 200.000 dólares que le prestó un amigo en Miami.

El recelo de los cubanos hacia las iniciativas del Gobierno de Díaz-Canel ha crecido a raíz de la calculada sobreactuación de Rusia dentro de su nuevo acercamiento a La Habana. Las múltiples visitas de enviados del Kremlin –ministros, militares, oficiales de inteligencia, empresarios– y los viajes a Moscú del presidente cubano y otros dirigentes están destinadas a suscitar inquietud en Washington sobre la recomposición de un eje hostil a 150 kilómetros de las costas de Estados Unidos, como respuesta al apoyo dado a Ucrania. Llaman la atención las intervenciones de Boris Titov –presidente del Consejo de Negocios Cuba-Rusia y muy cercano a Putin–, que ha tenido un papel clave en la negociación para la concesión de privilegios fiscales a las empresas rusas que inviertan en la isla, además del derecho de usufructo de tierras durante un período de 30 años, una concesión inédita de parte del régimen.

Mientras los rusos se apoderan del discurso de Washington a favor de la libre empresa y se posicionan en el terreno para posibles inversiones, la Administración estadounidense ha autorizado a una sola empresa nacional a participar en el capital de una pyme cubana. Esta timidez o, quizá, indiferencia es lo que más molesta a los cubanos desvinculados del régimen.

Bertrand de la Grange es editor del medio independiente cubano 14ymedio.

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