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Así transporta EEUU artefactos nucleares por carreteras públicas todas las semanas

Se utilizan tráilers que pueden parecer camiones normales, pero nada más lejos de la realidad

Así transporta EEUU artefactos nucleares por carreteras públicas todas las semanas

Imagen de una bomba atómica. | Agencias

Es como el Cabify de las bombas atómicas. El Gobierno de los Estados Unidos tiene miles de artefactos nucleares, dispuestos a ser lanzados desde tierra a bordo de misiles intercontinentales, aviones o submarinos. Pero todos ellos viajan cuando se construyen, distribuyen, o en su ciclo de mantenimiento por carretera abierta, como si se tratase de un paquete de Amazon, aunque no son un paquete cualquiera.

Según los registros públicos, los Estados Unidos poseen 800 de estos artefactos montados sobre misiles tipo ICBM, 1.920 viajan en submarino, y 988 lo hacen en bombarderos estratégicos. Es la llamada Tríada Nuclear, y reúne las tres formas que tienen de remitir fuego y destrucción a donde decidan. A ellos hay que añadir los 1.536 que hay retirados y cogiendo polvo en almacenes.

Mucho movimiento

Estas 5.244 cabezas nucleares que declara poseer a su disposición el Pentágono requieren un mantenimiento, revisiones o la sustitución de material fisible. Una bomba nuclear es un mecanismo complejo, y que atiende a una cadena de reacciones muy precisas. Sus mecanismos han de funcionar en perfecto equilibrio y sincronización, o se convertirán en un costoso y abultado pisapapeles.

Por otra parte, se sabe que el plutonio que genera la explosión principal tiene fecha de caducidad. Los gobiernos poseedores de este tipo de explosivo no aportan muchos datos de su ciclo de vida, aunque sí se conoce que hay que sustituirlo con una cadencia programada. De esta manera, un elemento químico de este tipo pasado de fecha hará inútil cualquier intento de uso.

Todo este arsenal vive repartido en unos 450 silos distribuidos por todo el país. Los hay en Montana, Wyoming, Colorado, Nebraska, o Dakota del Norte… que se sepa. Pero a veces han de estar en laboratorios, bases aéreas u otros destinos, y han de ser transportadas. Cuando las bombas no están en su proceso de lanzamiento, o uso para las que se diseñaron, no son responsabilidad del ejército, sino del Departamento de Energía (DOE).

Este es el estamento que las mantiene, sustituye el plutonio, chequea y controla su funcionamiento. Para efectuarle sus actualizaciones, el DOE las saca de sus emplazamientos y las transporta hasta sus talleres de reparaciones. Se desactivan, —que estallen es imposible—, se las lleva a sus talleres y son devueltas tras las revisiones cíclicas previstas. Y para ello utilizan el que probablemente sea el servicio de transporte más seguro del planeta: el Office of Secure Transportation (OST).

Para transportar esta carga tan sensible, utilizan camiones. Sí, tráileres al uso, sin marcas, adhesivos, colores ni distintivos. Podría pasar por uno de los de Coca Cola, cerveza Coors o de la mensajería de UPS, pero nada más lejos. Esos vehículos son vulgares camiones solo por fuera, pero a tenor de su equipamiento y funcionalidades no queda del todo claro si se podrían denominar así.

Son blindados, a prueba de balas, y sus puertas son casi como las de una caja fuerte. Llevan las cabezas tractoras más potentes del mercado, sus dieciocho ruedas jamás se pincharán, y aunque se las dispare, seguirá impertérritas su camino. Si fueran atacados, sus ejes llevan alojadas cargas explosivas, se bloquearían, y no podría ser arrastrados por otra cabeza tractora ni por una grúa. Si alguien prendiera fuego al conjunto, aguantaría una hora cociéndose a fuego lento sin que le ocurriese nada a su interior.

El habitáculo donde viajase una bomba nuclear dormida tampoco es el de un camión normal. Dispone de un sistema de protección eléctrica que mataría de una descarga eléctrica a todo aquel que osase tocarlo. Si solo se acercara con aviesas intenciones, en su parte trasera, una ametralladora de calibre medio con un sistema de disparo automatizado le daría la más desagradable de las bienvenidas. Si los calambrazos letales, o el plomo del arma no hicieran efecto, aún guardan un truco en la manga. Los sistemas de seguridad automatizados dispararían una espuma de expansión instantánea que invadiría la cabina, se solidificaría, y haría falta poco menos que dinamita para abrirla y acceder a todo aquello que envuelva.

Una escolta muy especial

Pero claro, el tráiler-búnker tampoco viaja solo. El OST tiene a su servicio un pequeño ejército armado hasta los dientes. Con activos procedentes de equipos de operaciones especiales, militares retirados y policías de élite, han de estar disponibles a cualquier hora, trabajar en cualquier condición meteorológica y sin unos horarios laborales lógicos.

Tienen permiso para asaltar casas y utilizarlas a modo de protección, quedarse con vehículos de ciudadanos si les resultase necesario o bloquear una ciudad por motivos de seguridad. No solo eso, sino que están autorizados a utilizar fuerza letal si lo creen necesario. Todos los integrantes de esta fuerza están dotados de la llamada Clearance Q. Es la autorización para disparar contra cualquier persona que consideren una amenaza sin tener que dar demasiadas explicaciones. Dicho de otra manera: tienen permiso para matar, y es el nivel más alto que concede el Gobierno de Washington. De un plumazo suspende 28 leyes federales en beneficio de la misión.

Caravana nuclear

Esta escolta viaja en potentes todoterrenos delante y detrás de esta caravana, no suelen llamar la atención y tienen apoyo aéreo, con aviones, helicópteros o drones. Sus rutas siempre varían, aunque el punto de partida y el destino sean los mismos, y todos los envíos están monitorizados por el Emergency Control Center en Alburquerque. Desde allí, advierten a todos los cuerpos de seguridad que se puedan encontrar por el camino, a los que dan instrucciones vagas. Reciben mensajes poco definidos del tipo «va a pasar por su ciudad una carga especial», o «les está llegando un transporte de material peligroso», y no aportan más detalles. Lo que sí suelen ser más claros son los códigos que intercambian para saber que son auténticos.

Las bombas nucleares no estallarán a su paso, están inertes, pero si por un casual pasas cerca de una de estas caravanas, procura no quedarte mucho tiempo cerca. Tus movimientos podrían resultar sospechosos, y no queda del todo claro qué es peor, si el artefacto nuclear que transportan, o la fuerza armada que lo protege. Ante la duda, aplica la recurrida frase de «vámonos de aquí», es la mejor opción.

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