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La nueva campaña en Estados Unidos: susto o muerte para el orden internacional liberal

Las próximas elecciones presidenciales alterarán inevitablemente el equilibrio de poderes geopolíticos en Europa

La nueva campaña en Estados Unidos: susto o muerte para el orden internacional liberal

Kamala Harris, vicepresidenta de EEUU y nueva candidata demócrata a la presidencia tras la renuncia de Joe Biden, comparece tras su reunión con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. | Kenny Holston (Zuma Press)

La renuncia del Presidente Joe Biden a buscar la reelección ante las presiones de su propio partido ha abierto un nuevo escenario electoral en Estados Unidos. Hasta hace unos días, la sensación era que Donald Trump tenía prácticamente asegurada la victoria en noviembre, más aún tras sufrir un fallido intento de asesinato que dejó una imagen para la posteridad al más puro estilo hollywoodiense: puño en alto y ensangrentado bajo la bandera de barras y estrellas; el héroe que vence a las balas. El tipo de fotografías que te hacen ganar elecciones, hasta que tus rivales toman la valiente decisión de hacer saltar la campaña.

La elección de Kamala Harris como cabeza de cartel Demócrata parece la elección más sensata. Es la Vicepresidenta, y por lo tanto ya está familiarizada con los entresijos de Washington, es decir, conoce cómo funciona el sistema y cuenta con una base de apoyo tejida en los últimos años, tal y como se ha comprobado con el goteo continuo de adhesiones que ha logrado para asegurarse la nominación de su partido. Pero por otro lado, no deja de ser una apuesta arriesgada, pues Kamala luchará no sólo contra Trump, sino por convertirse en la primera mujer en llegar a la Casa Blanca, y aún hay más, sería la primera afroasiática en ocuparla (su padre procede de Jamaica y su madre de la India).

Puede resultar arcaico tener que destacar asuntos de género o etnicidad cuando hablamos de política en pleno siglo XXI, pero nos guste o no, precisamente son dos cuestiones que condicionan en gran medida nuestro posicionamiento político, no sólo en España o en Estados Unidos, sólo hay que recordar la valiente lucha de las mujeres por sus derechos en Irán o el trágico destino de los rohingya en Myanmar. Y sin duda que, dada la base ideológica del trumpismo, serán dos aspectos clave en la campaña.

A Kamala le quedan por delante 100 días para convencer al electorado estadounidense. Será la campaña electoral más corta para un candidato a la presidencia en la historia del país, pero más que suficiente si lo comparamos con los 66 días que tuvo Giorgia Meloni en Italia o lo 35 de Keir Starmer en Reino Unido.

No todo es la salud

En la decisión demócrata por dar vida a una campaña que parecía encontrarse en punto muerto, no todo ha tenido que ver con los tropiezos físicos y las lagunas cognitivas del presidente Biden. Mientras una encuesta de junio pasado de Gallup apenas mostraba diferencia alguna en el entusiasmo de los votantes republicanos hacia Trump entre 2020 y 2024 (una pequeña merma de 2 puntos), por el contrario, entre los demócratas la satisfacción hacia Biden había descendido 14 puntos (quedándose en un exiguo 42% de apoyo). Es más, entre los indecisos Biden aparecía como tercera opción, por detrás de Trump y de Robert F. Kennedy Jr.

Es cierto que la salud de los candidatos es una preocupación constante para Estados Unidos. En la campaña de 2016, desde las filas trumpistas se lanzaron graves acusaciones sobre el estado de salud de la candidata demócrata Hillary Clinton. Anteriormente, los demócratas habían acusado de no estar físicamente capacitado a Ronald Reagan primero y a George H. W. Bush después, aunque sin la dureza que luego mostraría Trump contra Clinton.

Unido a la salud está el asunto de la edad. Hasta 2016, la media de edad de los Presidentes al abandonar la Casa Blanca se situaba en 59 años. Trump la dejó con 74, y Biden la dejará con 81, mientras que Obama tenía 56 y Bush hijo 62. Kamala tiene actualmente 59 años, diez menos que Hillary Clinton cuando hizo campaña en 2016 y casi 20 menos que Trump, por lo que ahora mismo la patata caliente de la edad la tienen los republicanos, si bien su salud únicamente es vista con preocupación por el 38% de los encuestados (y eso a pesar de que tan sólo es tres años menor que Biden).

Por tanto, si la salud y la edad quedan en un segundo plano, ¿qué otros aspectos determinarán la elección? Podemos destacar tres en concreto, la economía, la política exterior y los asuntos culturales.

La economía sigue siendo la principal preocupación para los estadounidenses, con un 36%, seguida de la inmigración (22%) y el gobierno y su pobre liderazgo del que algo hemos hablado ya (20%). Aquí el desempeño de Biden tampoco es muy bueno, pues desde la crisis desatada por las subprime en 2008 no había una confianza tan baja en la labor económica de un Presidente, 38%, cuando Trump, al igual que Obama, no bajó nunca del 42%. Lo más preocupante es que en este campo también los independientes tenían en mejor consideración a Trump, con 11 puntos de ventaja sobre Biden.

Por su parte, las cuestiones de política exterior juegan un papel marginal para la mayoría de los estadounidenses, sólo el 6% tiene entre sus principales preocupaciones. Pero a pesar de ello, puede resultar determinantes en la campaña por dos cuestiones básicas.

En primer lugar, la política exterior no te hace ganar elecciones, pero sí te las puede hacer perder, especialmente en campañas tan ajustadas como la actual, donde cada voto cuenta. Como vimos recientemente, las movilizaciones en los campus universitarios contra Israel perjudican predominantemente a los demócratas, que tienen entre sus alumnos uno de sus principales caladeros de votos (en las pasadas elecciones de 2020, 24 puntos de ventaja para Biden entre los jóvenes de 18 a 29 años, y misma ventaja para los votantes con estudios universitarios).

En segundo lugar, como ya se ha encargado de vociferar reiteradamente Trump con su lenguaje estridente, los republicanos acusan constantemente a los demócratas de conducir al país hacia una tercera guerra mundial por su apoyo a Ucrania y Taiwán, continuando con el mensaje nacionalista, y en parte neo-aislacionista, que tan buen resultado le dio en 2016.

Es decir, que Kamala tendrá que separarse en ambas esferas de su predecesor si quiere ganar las elecciones. En cuanto a la economía, se espera que la nueva candidata presente una agenda económica aún más progresista que la de Biden, sobre todo en materia laboral y familiar, con la promoción de subsidios para extender la clase media que Kamala considera la base del sistema estadounidense. Puede que aquí su padre, profesor de economía en la Universidad de Stanford, tenga su influencia como representante de la denominada tradición post-keynesiana.

Mientras que en política exterior Kamala, pese a su limitada experiencia en la materia (a sus años de Vicepresidenta hay que añadir su paso por los Comités de Inteligencia y Seguridad Nacional del Senado), ya ha dado muestras de que es consciente del atractivo del mensaje de Trump. Aunque su equipo asesor en política exterior está formado por tradicionalistas e internacionalistas provenientes de las Administraciones de Clinton  y Obama —es decir, partidarios del orden internacional liberal impulsado por Estados Unidos tras la II Guerra Mundial, y por tanto, continuistas con el legado de Biden y totalmente contrarios al de Trump, sobre todo en lo relativo a Rusia y China—, Kamala tendrá su propia agenda, como ha demostrado al pedir a Benjamin Netanyahu que tenga en cuenta el sufrimiento del pueblo palestino y cierre ya un alto el fuego (ni siquiera estuvo presente en el discurso que el presidente israelí dio en el Senado estadounidense, del que Kamala es presidenta, mientras que Trump no ha dudado en recibir en su mansión de Florida a Netanyahu).

Pero más allá de la economía y de la política exterior, si hay un asunto que ha generado los debates más agrios en los últimos tiempos en Estados Unidos es el relativo a las cuestiones culturales en general, y a la identidad étnica y los derechos de las minorías en particular. En este aspecto, pese a las apariencias, ahora los tickets republicano y demócrata se asemejan, si bien cada uno a su manera.

Dos tipos de DEI

A Kamala se le ha acusado de haber llegado hasta su posición por haberse postulado como quintaesencia del DEI, una manera fina de menospreciar sus logros personales y achacarlos a los privilegios que el sistema concede a las minorías del país. Un razonamiento que no tiene en cuenta que ahora el candidato a Vicepresidente Republicano, J. D. Vance, es también fruto de esas mismas políticas integradoras. Vayamos por partes, porque en los matices se encuentra la clave de la divergencia entre ambos recorridos vitales, un reflejo de ese mosaico cultural que conforma la identidad estadounidense desde sus inicios.

Antes de empezar por los candidatos hay que explicar en qué consiste eso de D.E.I., acrónimo en ingles de Diversity (diversidad), Equity (igualdad) e Inclusion (inclusión). Nacida de las políticas antidiscriminatorias de la década de 1960, el movimiento D.E.I surgió como una extensión de las mismas en empresas, universidades y organizaciones gubernamentales para ir un paso más allá y lograr no sólo la inclusión de todo tipo de personas sino la transformación misma de esas instituciones. Es, por tanto, una manifestación más del movimiento woke tan criticado fuera de las filas progresistas.

En el caso de Kamala, la asociación con el legado DEI es más evidente. Hija de dos inmigrantes no blancos que educaron a la pequeña Kamala en la necesidad de la lucha por los derechos civiles, se graduó en ciencia política y economía por la Universidad de Howard en la capital del país, y se doctoró a continuación en leyes por la Universidad de California. Luego pasó a ser fiscal del distrito de San Francisco entre 2004 y 2011, y en 2017 se convirtió en la primera Senadora con raíces sudasiáticas en la historia de Estados Unidos.

Por su parte, J. D. Vance es hijo de esa América profunda formada por la denominada «basura blanca» y que tan bien describió en su aclamado libro autobiográfico Hillbilly Elegy. Nacido en Middletown, Pensilvania, en plenos Apalaches, en medio de una familia disfuncional caracterizada por la violencia, el alcoholismo y las ayudas sociales, Vance fue salvado por su abuela, la religión y más tarde su paso por la Marina estadounidense, llegando a servir en Irak en 2003. Cursó estudios de Ciencias Políticas y Filosofía en la Universidad Estatal de Ohio y luego de Derecho en la prestigiosa Yale. Tras su paso por bufetes y empresas tecnológicas californianas, el hogar de Kamala, más tarde vendría el éxito de ventas de su libro, y la obtención de un puesto en el Senado por Ohio en 2022.

Es decir, mientras Kamala representa a la América multicultural y multirracial que tanto miedo y repugnancia produce en los nativistas, Vance es todo un ejemplo de cómo la denominada «basura blanca» puede alcanzar la cima del poder. Quizás el término de «joven Abraham Lincoln» le quede grande, pero Trump lo ha escogido para compartir ticket Republicano por dos razones principales.

Primero porque Trump quiere a alguien totalmente leal a su persona y lo que representa el movimiento MAGA (Make America Great Again), es decir, no quiere repetir el error de nombrar a un Vicepresidente como Mike Pence. En ese sentido Vance ha hecho todo lo contrario, de criticarle en un inicio, ha ido virando hacia un trumpismo sin fisuras. De ese modo, el trumpismo ha culminado su fagocitación del Partido Republicano, que ha pasado a convertirse en el hogar de la denominada far right, ese compendio de tendencias conservadoras, ultranacionalistas y autoritarias que tan bien encajan con el mensaje paranoico y la personalidad megalomaníaca de Trump.

Y en segundo lugar, porque una figura como Vance refuerza su base electoral, de la cual se presenta como representante y valedor con su MAGA. Una estrategia que tenía sentido con Biden en la candidatura Demócrata, pero que ahora no parece tan oportuna. Me explico.

Enfrentado a Biden, Trump no necesitaba ensanchar su base electoral, le bastó con ella para vencer en 2016, casi lo hace en 2020 y todo indicaba que lo volvería a hacer en 2024. De ahí su estrategia sectaria, pues Trump no se presenta como un conciliador, todo lo contrario. Tiene una misión: acabar con lo que considera la pesadilla progresista inaugurada por Obama y continuada por Biden. No se presenta como Presidente de todos, sino de los olvidados, de los arrinconados en nombre de la diversidad y en detrimento de los valores tradicionales.

Pero ahora ese cálculo ha cambiado. Aunque Trump ha mejorado sus perspectivas en el voto hispano (de los 28 puntos de ventaja de Biden en 2020 entre los votantes hispanos, tan sólo le quedarían seis actualmente, y hay encuestas que ni siquiera dan esa ventaja y hablan de empate), no sucede lo mismo entre la población afroamericana o asiática, consistentemente demócratas.

La buena noticia para Trump es que los votantes que suelen acudir a las urnas de forma más estable son los blancos, quienes en las últimas elecciones de 2022 apoyaron a los Republicanos con 16 puntos de ventaja sobre los Demócratas (de todos modos, sólo el 37% de los encuestados por Pew admitía haber votado en las tres últimas elecciones, por un 30% que no lo había hecho en ninguna). La mala es que enfrente ya no tiene a un candidato senil, sino a una mujer con carácter capaz de movilizar a una masa de votantes que hasta el momento parecían durmientes e indecisos (lo que puede explicar que Trump ya sólo aventaje en menos de dos puntos a Kamala, cuando con Biden superaba los tres).

Conclusiones

Sin conocer el programa sobre el que Kamala hará campaña, es de esperar un pequeño giro a la izquierda respecto a Biden, lo que acercará al Partido Demócrata a lo que en Europa denominamos socialdemocracia, haciendo así realidad los temores Republicanos hacia una Casa Blanca de corte socialista, es decir, todo lo socialista que puede ser el Partido Demócrata si quiere gobernar. Eso respecto a políticas domésticas como la fiscal, educativa o sanitaria.

En cuanto a la política exterior, como ya se ha señalado, se espera más continuidad que ruptura. Todo lo contrario al campo trumpista. En el ámbito doméstico intentará deshacer el gravoso intervencionismo demócrata, recortando impuestos y reduciendo ayudas al mismo tiempo que tratará de hacerse con el control de las instituciones, mientras que en política exterior afianzará su America First en detrimento del orden liberal de posguerra que tantos beneficios ha reportado al bloque occidental; todo para disfrute de Moscú y Pekín, que ven en una victoria de Trump una oportunidad para asestar el golpe definitivo a un sistema mundial en el que nunca han creído.

Sin lugar para el compromiso, serán unas elecciones muy polarizadas: Trump mostrará a Kamala como la representante del comunismo en Estados Unidos, y así la verán muchos de sus votantes, mientras que Kamala acusará a Trump de querer acabar con la alternancia democrática, algo que el propio Trump ha alentado con sus extraños comentarios en más de una ocasión, sin olvidar la asonada del 6 de enero de 2021. En medio de ambos extremos la nada más absoluta. Para los independientes y moderados queda, pues, elegir la opción que consideren menos mala.

De momento, aunque Kamala haya reducido la distancia con Trump, sigue siendo insuficiente, y además de la necesidad de aventajar a los Republicanos en tres o más puntos porcentuales a nivel nacional debido a las particularidades del Colegio Electoral, de los 9 estados clave Trump lidera en siete con una ventaja de dos a ocho puntos, están empatados en otro y sólo en uno lidera Kamala. Por si no fuera suficiente, el tercero en discordia, el independiente Kennedy, roba más votos a los demócratas que a los republicanos. Por otro lado, un resultado ajustado podría convertirse en la excusa perfecta para nuevos desórdenes y revueltas, especialmente si el perdedor es Trump, que no desperdicia ocasión para poner en duda la imparcialidad del sistema político estadounidense, y con ello deslegitimarlo un poco más.

Para Europa, la victoria de Trump sería la peor noticia: no sólo por sus conexiones con Moscú, sino porque Trump ya ha dado suficientes muestras de que ha llegado la hora de que Estados Unidos suelte lastre y se deshaga de lo que considera gorrones. Con Harris, una política de nueva generación muy alejada de la herencia atlántica, está por ver cómo encarará las relaciones con sus aliados, aunque se espera un enfoque más conciliador que el de su rival. Lo que es seguro es que gane quien gane en noviembre, los europeos deberíamos tomarnos en serio nuestra propia seguridad, dejar de culpar a quien ya no está dispuesto a protegernos y sentar las bases de una verdadera política de seguridad y defensa común. La alternativa es que personajes como Trump, Putin o Xi Jinping aprovechen nuestras divergencias para su propio beneficio y el perjuicio del conjunto de la ciudadanía europea. 

Por todas estas razones las elecciones de noviembre parecen decisivas para Estados Unidos y el resto del mundo. En juego está la estabilidad de su sistema democrático y por ende, del actual orden internacional liberal. 

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