El Papa se asegura el control de su sucesión: ha nombrado al 80% de los cardenales electores
El pontífice argentino está creando purpurados a un mayor ritmo que el de Benedicto XVI y Juan Pablo II
Reyes, jueces del Tribunal Supremo de Estados Unidos… y por supuesto, el líder de la Iglesia católica. Pocos cargos más hay en el mundo que sean de carácter vitalicio, y el papa Francisco lo sabe. A punto de cumplir 88 años y con una salud delicada, el pontífice argentino se encuentra probablemente en la etapa final de su ministerio. Más aún cuando su predecesor, Benedicto XVI, recuperó un escenario perdido en el devenir de los siglos, la de renunciar al trono de Pedro, una posibilidad sobre la que Francisco ha dejado la puerta abierta en varias ocasiones.
En este contexto, el papa anunció el pasado domingo que el próximo 8 de diciembre creará 21 nuevos cardenales. De ellos, 20 pasarán a formar parte del pequeño grupo de hombres encargados de elegir a su sucesor, es decir, son purpurados electores, porque tienen menos de 80 años. De esta forma, Francisco habrá escogido casi al 80% de los cardenales que participarán en el próximo cónclave y que marcarán el rumbo futuro de la Iglesia. Si la elección del próximo papa se produjese después del 8 de diciembre, serían 141 los príncipes de la Iglesia que nombrarían al próximo sucesor de Pedro: seis sobreviven de la etapa de Juan Pablo II, 24 creados por Benedicto XVI y 111 por Francisco.
Esta nueva tanda de prelados supone, además, que el papa Francisco está eligiendo cardenales a un ritmo notablemente mayor que sus sucesores. El argentino nombra de media algo más de 11 purpurados por año (133 electores en total), por los nueve del pontífice alemán (74) y los casi ocho del polaco (208 en casi 27 años de pontificado).
Con el grupo de electores recién nombrados, Francisco también consigue rejuvenecer el Colegio Cardenalicio. Las nuevas incorporaciones harán bajar su media de edad de 71 a 69 años. Destacan los casos del australiano Mykola Bychok (44 años de edad), el lituano Rolandas Makrickas (52), el canadiense Francis Leo (53), así como los de los italianos Baldassare Reina (también 53), Roberto Repole (57) y Fabio Baggio (59).
Mayor diversidad… hasta cierto punto
Un factor que sí se ha alabado de los nuevos nombramientos del papa Francisco es que con ellos el Colegio Cardenalicio pasa a reflejar algo mejor la realidad geográfica de la Iglesia. Así, recibirán el capelo obispos de lugares exóticos como Irán, Indonesia y Japón. De 89 naciones representadas se pasa a 94.
Esto no obsta para que el continente que más crece en cuanto a número de purpurados sea Europa, precisamente el único donde desciende el número de católicos. El Viejo Continente suma siete nuevos cardenales, por sólo dos de África, allí donde se registra un mayor aumento de fieles.
Como ya es tradición, Italia sigue siendo el país más representado, y suma cinco prelados más. Con todo, su influencia ha descendido desde los 28 que estuvieron presentes en el último cónclave —el que eligió a Francisco— a los 16 actuales. Tras el país transalpino, los que cuentan con mayor número de cardenales son Estados Unidos (10), Brasil y España (ambos con siete).
Tensiones ideológicas
Estos cambios se producen, además, en un contexto de tensiones en el seno de la Iglesia. Antes de nada, cabe decir que la visión que muchas veces transmite la prensa sobre el Vaticano, una mera lucha de bandos entre conservadores y progresistas, es seguramente demasiado reducida. Sin embargo, tampoco conviene ser ingenuos y obviar que esos choques se producen.
Un ejemplo muy claro fue la disruptiva publicación de Fiducia supplicans, una declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (el ministerio vaticano encargado de la doctrina y el dogma) que parecía legitimar las bendiciones a parejas homosexuales. El documento fue fuente de enfrentamientos más o menos públicos entre cardenales y obispos (con notable oposición de los africanos) y produjo división y confusión en muchos fieles. Cabe añadir que el prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe es el cardenal Víctor Manuel Fernández, argentino como el papa Francisco y considerado más progresista que el pontífice.
Otro foco de tirantez es el llamado Sínodo de la Sinodalidad, que comenzó a desarrollarse en la Iglesia en 2021 y que está previsto que termine en este 2024. El objetivo es, tal y como se señala en su web oficial, «ofrecer una oportunidad para que todo el Pueblo de Dios discierna conjuntamente cómo avanzar en el camino para ser una Iglesia más sinodal a largo plazo». En otras palabras, hacer una Iglesia más horizontal y menos vertical.
Esta idea de mayor democracia genera escepticismo en ciertos sectores eclesiásticos. Pero no es el único punto que algunos miran con recelo. Por ejemplo, uno de los grupos de trabajo del sínodo, encargado de asuntos relacionados con la sexualidad y el matrimonio, informó hace unos días de que se proponía enfocar estas cuestiones «no aplicando una verdad objetiva preconcebida». Sin decirlo explícitamente, parece que el criterio variaría, entonces, hacia un entendimiento de la sexualidad y el matrimonio más cercano a las experiencias subjetivas de los fieles.
En medio de estas tensiones doctrinales, Francisco camina hacia su duodécimo año de pontificado. Lo hace sabiendo que cuatro de cada cinco cardenales que elijan al próximo papa habrán recibido de sus manos el birrete y el anillo.