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El zapador

Mitos sobre los sacrificios humanos en Tenochtitlán

Muchos activistas suelen exagerar las cifras de sacrificados en la consagración del Templo Mayor

Mitos sobre los sacrificios humanos en Tenochtitlán

Sacrificios humanos.

Los cronistas españoles informaron que, en 1487, durante la consagración de la gran pirámide de Tenochtitlán, se sacrificaron miles de cautivos en cuatro altares presididos por Ahuizotl, Nezahualpilli, Tlacaelel y Totoquiautzin. Para ello hubo que alinear a las víctimas en cuatro filas, cada una de aproximadamente tres kilómetros de longitud, por un grupo de verdugos que operaron sin descanso durante cuatro intensas jornadas. El relato de los sacrificios humanos en la consagración del Templo Mayor ha generado controversia entre los historiadores, particularmente respecto a la cantidad de víctimas que, según las fuentes, llegaron a cifras exorbitantes como 72.344 según Fray Juan de Torquemada, 80.400 según Ixtlilxóchitl. Estas cifras, provenientes de diferentes crónicas, han sido repetidas y difundidas ampliamente, pero cuando analizamos con detalle los datos técnicos y las capacidades logísticas del evento, es evidente que dichas cantidades son inverosímiles pues supondría llevar a cabo un sacrificio humano cada pocos segundos. 

Historiadores como William H. Prescott, quien ha sido una de las principales referencias para los estudios sobre la historia de México prehispánico, relata los hechos de 1487 con un tono que deja espacio a la duda. Marvin Harris, antropólogo conocido por su materialismo cultural, también cuestiona la veracidad de estas cifras desde un enfoque crítico. El problema principal al abordar este tema radica en la credibilidad de las fuentes. Las crónicas de los frailes españoles, como Torquemada o Motolinía, fueron escritas después de la Conquista, en un contexto en el que los conquistadores buscaban justificar sus acciones y su evangelización forzada. Los relatos de sacrificios humanos masivos sirvieron para construir la imagen de los mexicas como un pueblo bárbaro que necesitaba ser civilizado. 

Fray Diego Durán aclara que el sacrificio humano y la esclavitud eran penas establecidas exclusivamente para los prisioneros de guerra y aquellos que repetidamente infringían las leyes dentro de la comunidad. El sacrificio no estaba destinado a los pueblos tributarios del Valle de México como suele afirmar el escritor argentino Marcelo Gullo: «El azteca había dominado lo que hoy es México, la Mesoamérica, donde sometía a distintos pueblos indígenas y les pedía algo atroz para cualquier hombre cuerdo, un tributo en sangre: les quitaba a sus hombres y a sus hijos para llevarlos a un altar y arrancarles el corazón y luego devorarlos». Como explica Jesús Ruvalcaba Mercado, ser inmolado en los altares era un castigo destinado a los «renuentes a tributar», no a los pueblos a los que Tenochtitlán cobraba tributo.

Los sacrificios humanos llegaron a su etapa más sanguinaria tras las reformas de Tlacaélel, quien institucionalizó las guerras floridas o Xochiyáoyotl, unas luchas pactadas contra algunos señoríos cercanos independientes, en las que el Imperio mexica se aseguraba un número importante de prisioneros que luego acababan sacrificados. En las guerras floridas se enfrentaban la Triple Alianza (formada por Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán) contra Tlaxcala, Huexotzinco, Cholula y otros señoríos que no habían sido sometidos. Ambos bandos se surtían de almas para ser sacrificadas. También los tlaxcaltecas que acompañaban a Cortés. 

Lo que dice Gullo es falso. A los pueblos sometidos no les pedía ningún tributo de sangre, ya que una vez conquistados, eran pueblos tributarios, es decir, que para estar en paz con Tenochtitlán contraían otro tipo de compromisos, como el de aportar valiosos gravámenes. La sangre de los altares era precisamente de los pueblos no sometidos (los que no pagaban tributo). El historiador mexicano Enrique Ortiz, citando una entrevista de Gullo sobre los aztecas y sus prácticas, afirma tajantemente: «Los mexicas no pedían hijos y nietos de señoríos conquistados como tributo sino alimentos y bienes suntuarios como oro, plumas, etc. No fueron genocidas pues nunca hubo la intención de eliminar a otro grupo sistemáticamente. Desconocimiento puro».

Si no había intención de eliminar a los otros grupos, inmediatamente nos viene a la cabeza por qué llevaban a cabo esas prácticas que hoy nos parecen abominables. Más allá de los motivos religiosos, Marvin Harris, en su libro Caníbales y Reyes, argumenta que la escasez de proteína animal fue un factor determinante que influyó en los sacrificios humanos en Mesoamérica, particularmente entre los aztecas. Harris sugiere que, debido a la falta de grandes animales domesticados en la región, los mesoamericanos se vieron obligados a recurrir a fuentes alternativas de proteína, incluyendo insectos y perros, pero estas fuentes no eran suficientes para cubrir las necesidades nutricionales. Por tanto, se proponía que el canibalismo ritual derivado de los sacrificios humanos cumplía un papel importante en la redistribución de proteína y grasa animal, particularmente en tiempos de escasez. Aunque la teoría pueda parecer sugerente, ha sido ampliamente desacreditada. No se han encontrado pruebas concluyentes en excavaciones que respalden la existencia de un canibalismo a gran escala o que los cuerpos sacrificados fueran regularmente consumidos.

La idea de que el sacrificio humano y el canibalismo estaban inextricablemente vinculados, con esclavos y cautivos destinados al consumo de la nobleza y el pueblo, es insostenible según Ruvalcaba Mercado. Las crónicas indican que al pueblo común le estaba prohibido comer carne humana o incluso carne en general, así como vestir ciertos lujos reservados para la nobleza. Fray Diego Durán confirma que solo las élites consumían carne humana, mientras que la gente común no participaba en esta práctica. Los sacrificios humanos en Mesoamérica cumplían principalmente una función religiosa y simbólica y estaban vinculados a la cosmología azteca, donde la sangre humana era una ofrenda necesaria para mantener el ciclo de vida y la fertilidad, y no simplemente una fuente de alimento.

Los sacrificios, tal como los describen las fuentes, implicaban un proceso ritual complejo: las víctimas debían ser llevadas a la cima del templo, sometidas físicamente, se les extraía el corazón, y luego se realizaban ofrendas a los dioses con dicho corazón antes de arrojar los cuerpos por las escalinatas. Si seguimos la lógica de las crónicas, para la consagración del Templo Mayor, se habría necesitado realizar un sacrificio aproximadamente cada pocos segundos para alcanzar cifras tan altas como las de Ixtlilxóchitl (80.400). Si se considera que la ceremonia duró cuatro días, y asumiendo que se realizaban sacrificios durante 12 horas diarias (Durán señala que los sacrificios humanos se realizaron únicamente «desde la mañana hasta la puesta del sol»), esto implicaría la necesidad de sacrificar más de 1.600 personas a la hora, que entre cuatro altares arroja un resultado de siete sacrificados al minuto en cada altar. Estas cifras no son plausibles desde un punto de vista logístico. 

Primero, las pirámides mexicas no estaban diseñadas para manejar una afluencia tan masiva de prisioneros. Las pirámides eran estructuras empinadas y los sacrificios se realizaban en la cima, lo que significa que cada prisionero debía ser llevado cuidadosamente hasta el altar. Además, el proceso de sacrificio no era inmediato. Según Motolinía, los sacerdotes realizaban ceremonias previas, lo que retrasaba el ritmo de los sacrificios. Harris, citando estimaciones de cardiólogos, afirma que, en un contexto moderno, extraer el corazón podría tardar unos 20 segundos en condiciones óptimas. Sin embargo, el proceso ritual que describen los cronistas españoles no se limitaba a este acto quirúrgico, sino que incluía múltiples pasos adicionales. Según Ruvalcaba Mercado cada sacrificio «parece imposible de completarse en menos de veinte minutos». Pero pongamos que lo conseguían hacer en 5 minutos. Con las cifras de la consagración del Templo Mayor, un cálculo de cinco minutos por sacrificado, daría un resultado de 144 sacrificados por jornada en cada uno de los cuatro altares. Unos 2.300 en total en los cuatro días, cifra muy inferior a los números de los cronistas. 

Muchos activistas suelen citar al historiador estadounidense del siglo XIX William H. Prescott al proporcionar las cifras de sacrificados en la consagración del Templo Mayor. Entre ellos, Marcelo Gullo quien en Madre Patria da por válidas las cifras de Prescott de 70.000 sacrificados en aquellos días. Es más, en algunas entrevistas el autor argentino ha inflado esos números.

Sin embargo, Prescott dice lo siguiente: «La ceremonia duró varios días y se dice que ¡setenta mil prisioneros murieron en el santuario de esta horrible deidad! Pero, ¿quién puede creerse que un grupo tan grande de gente hubiera permitido ser conducido sin resistencia como ovejas al matadero? O, ¿cómo se pudieron deshacer de los cuerpos, demasiados para consumirlos de la manera habitual sin atraer la peste a la capital?». Y en una nota a pie de página aclara: «Torquemada establece el número, de forma precisa, en 72.344 (Monarchia Indiana). Ixtlilxochitl, con igual precisión en 80.400 (Historia de la nación Chichimeca, manuscrito). ¿Quién sabe?, añade este último, si los prisioneros masacrados en la capital en el curso de aquel año memorable ¡superaron los 100.000! Uno, sin embargo, tiene que leer un poco más, para darse cuenta de que la ciencia de los números (al menos cuando la parte no era testigo presencial) es de todo menos una ciencia exacta para estos antiguos cronistas. El Códice Telleriano-Remensis, escrito unos cincuenta años después de la conquista, reduce la cantidad a 20.000».

Por lo que los que se quedan con el dato de los 70.000 están falseando lo que Prescott quiso decir. Las cifras de sacrificados, aunque nos parezcan monstruosas, son mucho más modestas. Sherburne Cook calculó que, a un ritmo de dos minutos por sacrificio, la cantidad total de víctimas probablemente fue de unas 14.100, una cifra más modesta y manejable en términos logísticos. Harris estima que cada año se sacrificaban y consumían alrededor de 15.000 personas, lo que representaba aproximadamente el 5% de la población del Valle.

Las disparatadas cifras de sacrificios humanos durante la consagración del Templo Mayor en 1487, ampliamente difundidas por las crónicas españolas y por algunos profetas modernos de la Hispanidad, carecen de sustento técnico y logístico, y responden más a una construcción ideológica que a una realidad histórica verificable. La práctica del sacrificio ya es lo suficientemente aborrecible sin necesidad de distorsionar las cifras. Además, aquellos rituales en la cima de las pirámides de Tenochtitlán no involucraban a pueblos tributarios, sino a enemigos capturados en guerras floridas, y no se trataba de un genocidio sistemático, sino de rituales religiosos profundamente enraizados en la cosmología mexica. Es fundamental no caer en deformaciones para perpetuar discursos simplistas que distorsionan la complejidad del pasado.

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