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Historias de la historia

Mujeres al mando

Las mujeres han sido importantes líderes políticos en una gran variedad de países, aunque no lo consigan en EEUU

Mujeres al mando

Benazir Bhutto ha sido la política más popular de la Historia de Paquistán, incluso después de asesinada. | Europa Press

Estados Unidos ha rechazado, por segunda vez en ocho años, que una mujer sea presidenta, pese a estar calificada para ello, pues Hillary Clinton fue secretaria de estado y Kamala Harris es vicepresidenta. En ambos casos el vencedor ha sido Donald Trump, que para la opinión liberal y de izquierdas es un arquetipo del machismo. Esto sucede en un país que ha sido pionero en el feminismo y en el ultra feminismo, en cuyas universidades se ha inventado la corrección política y los estudios de género, y en donde han surgido movimientos imitados por todo el mundo, como el Me too, que denuncian los abusos o excesos de los varones. ¡Paradojas de la Historia!

Europa, que desde la Segunda Guerra Mundial va a remolque de los Estados Unidos en cuestiones sociales y culturales, le lleva sin embargo una enorme ventaja en este capítulo, pues desde hace medio siglo ha tenido mujeres al mando de sus gobiernos, y no personajes intrascendentes, sino algunos de los grandes líderes europeos de posguerra, como Margaret Thatcher -primer ministro del Reino Unido desde 1979- o Angela Merkel, canciller alemana añorada por toda Europa desde el mismo día en que se retiró en 2021. Curiosamente no son los partidos de la izquierda europea los que han puesto a estas mujeres al mando, sino los conservadores, o incluso los de extrema derecha. En Francia Marina Le Pen, jefa del Front National, acaricia la presidencia y es la única alternativa seria a Macron, mientras que en Italia una niña prodigio de la política, Giorgia Meloni, que procede del partido neofascista MSI, se ha convertido en jefa del Gobierno y es contemplada como un ejemplo por el primer ministro británico Starmer, ¡que es laborista!

Pero lo que lleva al extremo las paradojas de la Historia es que la incorporación de la mujer a primeros puestos políticos en la segunda mitad del siglo XX empezó en países no europeos, donde la situación general de la mujer es mucho peor que en Occidente. Nos referimos además a Estados que han puesto a una mujer al mando mediante elecciones, y no como antiguamente, por las leyes de la monarquía que elevaron al trono a mujeres fuertes como Isabel la Católica o Catalina la Grande de Rusia. La decana de las mujeres al mando de los tiempos actuales ha sido Sirimavo Bandaranaike, elegida primer ministro de Ceilán (luego de Sri Lanka) en 1960 y en dos ocasiones más, ocupando un poder ‘fuerte’ durante el tiempo récord de 18 años.

Como si el fenómeno de la mujer elegida primer ministro fuese un virus contagioso por contacto, en 1966 un país inmenso como la India imitó a su pequeño vecino, la isla de Ceilán o Sri Lanka, y eligió jefe de gobierno a una mujer, Indira Gandhi. El primer mandato no lo obtuvo en elecciones generales, sino designada por el Parlamento para suceder a un primer ministro que había fallecido en el cargo. Indira era entonces presidenta del Partido del Congreso, la fuerza histórica que había logrado la independencia de la India, y los partidos de la oposición la apoyaron pensando que sería una candidata débil a la que podrían manejar. ¡No sabían lo que hacían! Indira Gandhi gobernó con mano dura, a veces durísima, durante 16 años, en dos mandatos distintos, entre los cuales estuvo incluso en la cárcel por los excesos en su primer gobierno. Solamente la apearon del poder asesinándola.

El contagio territorial siguió por ‘la otra mitad’ de la India, Pakistán, el estado islámico surgido en 1947 de la partición de la India británica que acompañó a la independencia, y desde entonces enemigo acérrimo, como suele suceder con los hermanos peleados entre sí. En 1988, Benazir Bhutto ganó las primeras elecciones libres que se celebraron en la República Islámica del Paquistán, y lo hizo al frente de un partido socialdemócrata y laico, toda una hazaña.

Benazir volvió a ganar las elecciones en 1993, pero en ninguna de las dos ocasiones pudo completar su mandato. Fue derrocada por sendos golpes de Estado orquestados desde la presidencia -islámica- de la República Islámica. Tras varios años de exilio, Benazir regresó a Paquistán en 2007 para presentarse de nuevo a unas elecciones que seguramente habría ganado si no la hubieran asesinado los talibanes durante la campaña electoral.

La trampa

Estos tres casos de mujeres asiáticas que han sido auténticas estadistas y primeras figuras políticas en sus respectivos países tienen, sin embargo, trampa. Sirimavo Bandaranaike, Indira Gandhi y Benazir Bhutto, aunque llegaran al gobierno en elecciones libres, no lo hicieron gracias al poder de la democracia, sino al de familias que podemos considerar auténticas familias reales. Bajo la forma de repúblicas, Sri Lanka, la India y Pakistán han seguido las reglas de la monarquía.

El peso de la idea monárquica es enorme en Asia, donde tenemos el espectáculo de un país furibundamente comunista, Corea del Norte, donde la dictadura no la ejerce el proletariado, sino la dinastía Kim, de la que ya se han sucedido en el poder absoluto tres monarcas, Kim Il-sung, Kim Jong-il y Kim Jong-un. En Siria el dictador Hafez el Assad ocupó el poder 30 años, hasta su muerte en el 2000, cuando fue sucedido por su hijo Bachar el Assad, que sigue al mando después de 25 años. En Irak, Sadam Hussein también tenía previsto que le sucediera en el poder un hijo, aunque la invasión americana acabó con su ‘dinastía’.

Las mujeres asiáticas al mando también se han beneficiado de este sistema, y si no hubiera sido así jamás habrían llegado a gobernar, por mucho que esto indigne al feminismo. Sirimavo Bandaranaike pertenecía a una poderosa familia de la aristocracia cingalesa, los Ratwatte, y se casó con otro noble de su misma clase y poderío, Solomon Bandaranaike, que fue primer ministro desde 1956 hasta que fue asesinado en 1959. Tras el magnicidio, con el apoyo de su clan y el del marido, Sirimavo, que había participado del poder como ‘consejera’ de Solomon, le sucedió en el puesto. Y para mantener el sistema, Sirimavo incorporó al ejercicio del poder a su hija Chandrika, alternándose madre e hija en el cargo de primera ministra. En 1994, Chandrika Bandaranaike cambió el puesto de jefa del Gobierno por el de presidenta de la República de Sri Lanka, mientras que su madre volvía a ser primera ministra. Todo quedaba en casa.

Lo mismo exactamente pasaba en la India, donde Indira Gandhi era hija y heredera del Pandit Nehru, el gran estadista que dirigió a la India hasta la independencia, y luego la gobernó como incontestable primer ministro desde 1947 hasta su inesperada muerte por un ataque al corazón en 1964. Dos años después, Indira Nehru, que al casarse adquirió el muy mediático apellido Gandhi, se convertiría en jefa del Gobierno, como hemos dicho. Y cuando Indira fue asesinada en 1984, automáticamente fue sucedida por su hijo Rajiv, de acuerdo con la fórmula histórica: «¡El Rey ha muerto, viva el Rey!».

El esquema se repite con Benazir Bhutto. Su padre Zulficar Alí Bhutto, pertenecía a una poderosa familia noble, cuyo árbol genealógico extendía sus raíces hasta un príncipe rajput del siglo IX. Zulficar Bhutto fue presidente de la República, y luego primer ministro, hasta que un golpe de Estado militar lo derrocó en 1977 y lo ejecutó tras una farsa de juicio. Su hija Benazir no pudo heredar el poder, como Sirimavo Bandaraike o Indira Gandhi, pero sí heredó el martirio, pues la dictadura militar la mantuvo encarcelada más de cinco años, y luego tuvo que exilarse. Pero el Partido Popular de Pakistán fundado por su padre, de centro-izquierda, la reconocía como su jefa natural, y en la primera ocasión en que hubo elecciones libres se convirtió en primera ministra.

Al igual que le pasó a su progenitor, Benazir Bhutto fue desalojada del poder por dos golpes militares, y finalmente la asesinaron como a Zulficar Bhutto. Tras su muerte violenta Benazir no pudo dejarle a su hijo Bilawal la jefatura del Gobierno, como había hecho Indira Gandhi, pero sí le dejó la jefatura del Partido Popular, lo que ya ha permitido al joven Bilawal ser ministro de Asuntos Exteriores.

Estas puntualizaciones sobre cómo puede ser elegida presidenta del Gobierno una mujer en el Tercer Mundo, mientras que no lo consigue en Estados Unidos, no significan que Indira Gandhi, Benazir Bhutto o Sirimavo Bandaranaike no merecieran ser primeras ministras. Las tres eran grandes políticas y tenían un carácter tan fuerte como la Dama de Hierro británica, Margaret Thatcher. Pero sin sus papás no habrían pasado de mantener interesantes reuniones sociales.

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