Los hijos de los vikingos frente a Donald Trump
La pretensión del magnate estadounidense de comprarle Groenlandia a Dinamarca tiene precedentes históricos

Los vikingos llegaron a Groenlandia a finales del siglo X.
«¡La Tierra Verde!», con este mágico nombre, Groenlandia en la lengua de los vikingos, encandilaba Erik el Rojo a los habitantes de Islandia, cuyo nombre quiere decir «Tierra de Hielo» por razones obvias. Erik en cambio les ofrecía un paraíso de verdor, una isla feraz que había hacia poniente, en el confín del mar océano.
Era mentira. Erik había tenido que navegar bastante alrededor de esa isla próxima a Norteamérica hasta encontrar una franja de tierra que no estuviera cubierta de nieve y hielo. En ese exiguo territorio había concebido el sueño de fundar una colonia de la que sería el jefe. Así se resarciría de la expulsión de Noruega que había sufrido su familia.
Hacia el año 985, finales del primer milenio de la Era Cristiana, Erik zarpó hacia Groenlandia con una flota de 25 naves, de las que alcanzaron su destino 14, logrando reunir en su colonia a una población de varios millares de personas que le reconocían como «Jefe principal». Así se convirtió Groenlandia en la última cuenta de un rosario de islas del Atlántico Norte colonizadas por los noruegos: Shetland, Orcadas, Feroe, Islandia y Groenlandia. En todas ellas arraigaron los vikingos, aunque en Groenlandia la naturaleza los traicionaría y los exterminaría.
Las gentes que Erik el Rojo arrastró medio engañadas a «la Tierra Verde» eran animosas y fundaron tres asentamientos en los fiordos del sur de la isla, que llegaron a tener una población de varios millares de almas. Allí cultivaron cebada, criaron ganado, y también lanzaron grandes expediciones al norte para cazar focas, que les proporcionaban carne, grasa y pieles. Con sus productos lograron mantener una relación comercial con las otras poblaciones noruegas del Atlántico y, según las leyendas islandesas o sagas, los descendientes de Erik realizaron expediciones hasta Terranova y la península del Labrador.
Los noruegos pretenden por tanto que descubrieron América cuatro siglos antes que Colón y los españoles, pero no existe ninguna evidencia histórica de ello. Si los hijos de Erik el Rojo descubrieron América no se enteraron, no se lo comunicaron al mundo y no dejaron ninguna huella notable.
El ocaso de la colonización de la Tierra Verde llegó en el siglo XIV, con lo que se llama Pequeña Edad del Hielo, un descenso general de las temperaturas que cubrió el Hemisferio Norte desde principios del siglo XIV hasta mediados del XIX. El asentamiento de Vestribyggð, el más apartado, pereció ante el frío y el hielo hacia 1350, mientras que Eystribyggð, donde había vivido Erik, aguantaría hasta 1480. Así terminó, tras cinco siglos, la colonización vikinga de la Tierra Verde. El gélido país quedó solamente poblado por unas escasas tribus de inuit o esquimales.
Coincidiendo en el tiempo con la Pequeña Edad del Hielo se había producido, desde 1319, un proceso de unión entre las monarquías de Dinamarca y Noruega, con preponderancia política danesa. Ya en la Edad Moderna los daneses hicieron como sus vecinos holandeses, pese a ser un pequeño país montaron un esquemático emporio comercial por todo el mundo, con varios puertos e islas en la India, África y el Caribe. Y en el siglo XVIII comenzó una tímida nueva colonización danesa de Groenlandia, con la doble vertiente de establecimientos balleneros y misiones religiosas, para cristianizar a la escasa población esquimal indígena
La unión de los dos países nórdicos duraría más o menos lo mismo que la pequeña Edad del Hielo, hasta la derrota y derrocamiento de Napoleón en 1814. Como Dinamarca había estado en el bando francés y Suecia en la coalición antinapoleónica, Dinamarca fue castigada y Suecia premiada. El premio fue Noruega.
Pero el Tratado de Kiel que supuso el cambio de monarquía para los noruegos, respetó que Dinamarca conservase su pequeño imperio ultramarino. Esta situación se mantuvo, con algunas crisis, hasta la Segunda Guerra Mundial.
Llegan los nazis
En la mañana del 9 de abril de 1940 la Wehrmacht invadió Dinamarca. Fue una invasión «blanda», Dinamarca carecía prácticamente de ejército o aviación y la resistencia fue simbólica. Solamente murieron un alemán y 20 daneses. Dada la admiración que Hitler sentía por la pureza racial del pueblo danés, los invasores alemanes no los trataron como enemigos. Los paracaidistas de la Luftwaffe lanzados en la zona del Palacio Real de Copenhague tenían órdenes estrictas de no entrar en la residencia real ni molestar al monarca.
No solamente el rey Cristian X, también el gobierno y el sistema parlamentario danes fueron respetados, y mantuvieron una independencia política insólita dentro de lo que fueron las ocupaciones nazis durante la Guerra Mundial. Al menos hasta que en 1943, un III Reich ya en retroceso impuso la ley marcial en Dinamarca. Como muestra de lo raro que fue el dominio alemán baste decir que solamente murieron 40 judíos daneses.
Pero esa complaciente ocupación de Dinamarca por los alemanes tuvo una inquietante prolongación al otro lado del Atlántico, cuando los nazis montaron bases en Groenlandia. Estados Unidos no podía tolerar esa amenaza tan cercana y ocupó tanto Groenlandia como Islandia, un punto estratégico esencial en la Batalla del Atlántico contra los submarinos alemanes.
Al final de la Segunda Guerra Mundial Islandia proclamó la República, rompiendo sus lazos seculares con la monarquía danesa. Groenlandia en cambio fue devuelta por Washington a Copenhague, aunque EEUU conservó el control de la base aérea de Thule, que constituye la base norteamericana más septentrional del mundo.
Estos antecedentes serán utilizados sin duda por Donald Trump en su declarada ambición de anexionarse Groenlandia. Sin embargo, hay otro precedente que aún le viene mejor al nuevo presidente americano: las Islas Vírgenes. En 1672 la Compañía Danesa de las Indias Occidentales y Guinea se estableció en la isla de Santo Tomás y luego fue expandiéndose a las cercanas de San Juan y Santa Cruz, un pequeño archipiélago que formaba parte de las llamadas Islas de Barlovento, las que cierran el Mar Caribe por el este. El objetivo era económico, cultivar productos tropicales con mano de obra esclava.
En el siglo XVIII pasó a ser una colonia de la corona danesa, y a mediados del XIX fue abolida la esclavitud. Desde entonces se hundió la economía y Dinamarca comenzó a contemplar la posibilidad de vender lo que se llamaba pomposamente Indias Occidentales Danesas.
La ocasión llegó durante la Primera Guerra Mundial. Ante el temor de que los alemanes se apoderasen de aquellas islas para utilizarlas en la guerra submarina, Estados Unidos, que todavía no había entrado en la contienda, hizo una oferta de compra que fue sometida a referéndum en Dinamarca. El país dio el sí a la venta, y el 17 de enero de 1917, por 25 millones de dólares, Washington compró oficialmente las Indias Occidentales Danesas, cambiando ese nombre por el de Islas Vírgenes Norteamericanas.