¡Despierta, Europa!
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca pone de manifiesto las carencias del Viejo Continente

El recién reelegido presidente de los EEUU, Donald Trump, junto a Emmanuel Macron y Volodímir Zelenski. | Presidencia de Ucrania (Zuma Press)
Donald Trump volvió ayer a la Casa Blanca. Muchos dirigentes europeos contemplan horrorizados la nueva administración norteamericana. Las amenazas de nuevos aranceles y su desvinculación de la seguridad de Europa provocan sudores fríos en las élites bruselenses. Hay un miedo paralizante ante este segundo mandato y todo el mundo está a la expectativa de las primeras decisiones de la nueva presidencia.
Pero el problema no es Trump, sino nosotros. No hemos entendido el cambio de era que se está produciendo y del que Trump no es más que una consecuencia. Una Europa cada vez más irrelevante en el mundo que pierde aceleradamente peso demográfico, económico y estratégico. Una economía anquilosada cada vez menos competitiva que ha renunciado a la carrera tecnológica que libran las grandes potencias. Una Europa débil que es incapaz de defenderse a sí misma, cada vez más vulnerable al nuevo imperialismo ruso y que renuncia a actuar como un actor estratégico unido. Quizá este segundo mandato de Trump sirva para que despertemos antes de que el sueño en el que vive Europa se convierta en pesadilla.
La seguridad de Europa se defiende hoy en buena medida en las trincheras de Ucrania. Es seguro que una Rusia victoriosa no se detendrá en las fronteras de la Unión. Es mejor tratar de parar a Putin en Ucrania que tener que hacerlo más tarde en Polonia. No parece que los Estados Unidos de Trump vayan a venir a salvar a una indolente Europa esta vez. Una débil Unión que será dividida y humillada. Algunos buscarán el favor del nuevo amo del Continente. Los que se resistan sufrirán su ira. Todos corremos el riesgo de quedar sometidos.
¿Estamos a tiempo de evitar esa pesadilla? Sí, pero el margen es muy estrecho. Sino se produce una reacción rápida y decisiva una agotada Ucrania caerá en manos de Putin. Después vendrá el resto de la historia. ¿Tiene Europa la capacidad para salvar Ucrania y salvarse a sí misma? Tras décadas de confiar nuestra seguridad a Estados Unidos durante la Guerra Fría y años de desmantelamiento de nuestras fuerzas armadas buscando los dividendos de la paz nuestras capacidades están muy mermadas, pero Europa tiene aún el potencial económico, industrial y tecnológico para derrotar a un agresor como Rusia que a pesar de sus miles de cabezas nucleares representa una décima parte de nuestro PIB y menos de la mitad de nuestra población. El esfuerzo en todo caso debería ir muy por encima de ese 2% que nos exige la OTAN como gasto militar. ¿Tiene Europa la voluntad política de defenderse? Este es el punto donde albergo más dudas. Con un Macron más débil que nunca, una Alemania en pleno proceso electoral y un Reino Unido de capa caída fuera de la Unión, Europa carece de un liderazgo fuerte. Solo Polonia y algunos países del Este parecen ser conscientes de la amenaza existencial que pende sobre ellos y sobre todo el continente. Otros parecen buscar acomodo a la nueva situación estratégica negociando el trato de favor del agresor.
Rusia es trasparente sobre sus ambiciones imperiales. Para empezar la doctrina del Kremlin parte de una excepcionalidad histórica que considera a Rusia algo más que un mero Estado. Se trata más bien de un imperio que encarna una civilización propia que debe proteger y expandir. En segundo lugar, consideran que el denominado Occidente colectivo (Estados Unidos, la Unión Europea y sus aliados) es hoy su principal enemigo y constituye una amenaza a su independencia que debe ser confrontada en todos los ámbitos. Hay un profundo resentimiento por las humillaciones percibidas tras perder la Guerra Fría y el desmoronamiento de la Unión Soviética. En tercer término, Rusia busca un cambio revolucionario para acabar con el actual orden mundial liberal que considera una dominación poscolonial por parte de las potencias occidentales. Para derribar ese orden Rusia busca alianzas con todos aquellos países, de forma especial con China, pero también con Irán, Corea del Norte y todos los países del denominado Gran Sur que no están conformes con el orden actual.
En relación con Europa, la estrategia rusa pasa por establecer tres anillos de hierro. En primera instancia, reincorporar a Rusia los territorios que en algún momento de la historia fueron parte de su imperio. El objetivo final de la invasión de ucrania es acabar con todo vestigio de nación ucraniana que en el relato de Putin nunca ha existido como tal. Se trata de devolverla de nuevo al seno de la madre patria. Existen otros territorios en Moldavia, Georgia o repúblicas bálticas que debería reintegrarse a su vez en la Gran Rusia. El segundo anillo sería restaurar su área de influencia en todo el espacio que en su momento abarcó el Pacto de Varsovia. Estos países deberían salir de la OTAN, expulsar a las fuerzas occidentales desplegadas en su territorio y someter de facto su soberanía a los intereses de Rusia. El tercer círculo, que abarcaría toda Europa Occidental, debería reconocer a Rusia como una gran potencia y respetar en todo momento los intereses estratégicos de Rusia como tal. Sería, en definitiva, la neutralización de Europa.
Para lograr estos objetivos, el Kremlin no duda en utilizar la fuerza militar, como ha hecho en Ucrania y en otros países, y mantener una guerra hibrida con los países occidentales basada en campañas de desinformación, sabotajes, espionaje, operaciones de desestabilización con inmigrantes y refugiados, ciberataques, coacciones, amenazas nucleares, injerencias políticas, asesinatos, mercenarios y todos los instrumentos coercitivos que sean necesarios. Esta es una guerra que se está librando ya globalmente, aunque muchos ciudadanos europeos no sean conscientes y algunos gobiernos prefieran ignorarlo.
No obstante, lo más inquietante para la Unión Europea del escenario actual no son las intenciones declaradas de Rusia o los ataques híbridos que ya se están produciendo, sino la creciente división entre Europa y Estados Unidos para hacer frente a esta nueva amenaza. Esta división se incrementará aún más con el segundo mandato de Trump. Por un lado, los Estados Unidos no parecen dispuestos a seguir defendiendo a aliados que no hacen el esfuerzo suficiente para garantizar su propia seguridad. Por otro, la prioridad de la nueve administración americana será China y la región del Indo Pacifico y erróneamente consideran que Rusia es una cuestión de los europeos que no implica hoy por hoy amenaza directa para Estados Unidos. Es más, no podemos descartar que Trump busque un acercamiento a Putin para tratar de debilitar la alianza sin límites que el Kremlin mantiene actualmente con China. Moscú, por su parte, aspira a recuperar una relación bilateral con Washington que reconozca su papel como gran potencia. Todo ello puede dejar a Europa en una situación de enorme vulnerabilidad.
Las perspectivas de la guerra en Ucrania no son nada halagüeñas ni para Kiev ni para Europa. La inconsistencia del apoyo occidental, con retrasos en la entrega de armas y limitaciones en el uso de determinados sistemas, junto con las limitaciones ucranianas de recursos humanos para hacer frente a una guerra tan prolongada e intensa hace que el escenario de una derrota sea cada vez más plausible. La mayor dimensión demográfica de Rusia, la potencia de la economía de guerra desarrollada por Putin, su capacidad para sortear las sanciones económicas occidentales y el apoyo de algunos aliados como China, Irán o Corea del Norte, incluso con el envío de efectivos militares en el último caso, hacen que más pronto o más tarde la maquinaria militar rusa termine imponiéndose a las mermadas y agotadas fuerzas ucranianas, si no hay una reacción europea.
La incógnita de Trump
Aún no está clara cuál será la posición de la nueva Administración sobre Ucrania. Durante la campaña electoral Trump afirmó que lograría un acuerdo de paz en 24 horas, pero el enviado especial designado para Ucrania, el general retirado Keith Kellogg, ha ampliado ese plazo a 100 días y el propio Trump ha hablado ya de seis meses.
Tampoco está claro cuál es la propuesta concreta de Estados Unidos para lograr ese acuerdo. En un principio parece que Estados Unidos aplicaría un principio de paz por territorios, obligando a Zelenski a ceder el terreno ya conquistado por Rusia. Las últimas declaraciones de Kellogg no dan por sentado esas cesiones porque no se quiere dar una imagen de debilidad, al menos en el inicio de las negociaciones. Lo que parece claro es que Trump no está dispuesto a respaldar la admisión de Ucrania en la OTAN. Para la nueva administración norteamericana serán en todo caso los socios europeos los que deban dar las garantías de seguridad necesarias a Ucrania para implementar un posible acuerdo.
La presión que puede ejercer Trump sobre Ucrania es evidente dada su total dependencia económica y militar de la ayuda occidental. La presión que la Casa Blanca puede ejercer sobre el Kremlin para forzarle a una negociación de paz es más dudosa, pero sería en todo caso económica. La actual economía de guerra rusa no parece sostenible en el medio plazo. Putin se enfrenta a un difícil dilema. Si opta por contener la inflación con una política monetaria extraordinariamente restrictiva, como la que mantiene en estos momentos, puede provocar una gran recesión económica. Si por el contario deja que la economía se recaliente, puede generar una alta inflación que tendrá un enorme coste social y en términos de la popularidad del régimen. Un incremento de la presión sobre las exportaciones rusas de petróleo y un aumento de las sanciones secundarias a aquellos países que importan sus hidrocarburos podría dar la puntilla a la economía rusa en un plazo relativamente corto. La cuestión es hasta que punto Trump está dispuesto a ejercer esa presión, o si optará por intentar recomponer las relaciones con Rusia para hacer frente a China.
Las opciones de la UE
Para la Unión Europea un acuerdo de paz que deje a Ucrania a merced de Rusia resulta letal para su seguridad. Un Putin victorioso en Ucrania podría proseguir su estrategia de los tres círculos hasta dominar del todo el continente. La agresión habría tenido réditos a pesar de su alto coste y por tanto se sentiría incentivado a nuevas aventuras militares allí donde considere que puede haber una amenaza potencial o simplemente crea que están en juego sus intereses. Rusia habría logrado además derrotar a Occidente, lo que provocaría que nuevos gobiernos de Europa del Este optasen por buscar acuerdos ventajosos con el vencedor y que más países del denominado Gran Sur prefieran situarse en la órbita de las potencias revisionistas como Rusia frente a las potencias democráticas.
China sacaría también lecciones de la victoria rusa sobre Ucrania. Por un lado, tomaría buena nota de la debilidad y la falta de compromiso de Occidente para apoyar a sus aliados, lo que tendría una lectura inmediata en el caso de Taiwán. Por otro, aprendería que en el nuevo contexto estratégico el uso de la fuerza es una forma eficaz de lograr sus objetivos. Todo ello tendría consecuencias negativas no solo para Europa, sino también para la seguridad de Estados Unidos y del mundo en su conjunto.
Por último, el fracaso de la democracia en Ucrania supondría un nuevo revés para la causa de la libertad en el mundo. Una Ucrania integrada en la Unión Europea, prospera y democrática constituiría una alternativa al imperialismo totalitario que Rusia intenta imponer en su área de influencia. La democracia sufriría un nuevo revés del que muchos países del Gran Sur tomarían buena nota.
¿Puede la Unión Europea sostener la resistencia ucraniana sin el apoyo de Estados Unidos? No es fácil, pero incluso en ese supuesto conviene intentarlo. Entre otros motivos porque esa es la mejor forma de convencer a Trump de que una claudicación en Ucrania es letal para Europa, pero es también peligrosa para Estados Unidos.
En contra de lo que algunos puedan pensar, Europa ya es el principal apoyo militar y financiero de Ucrania. Desde el inicio de la invasión a gran escala en febrero de 2022 los europeos han aportado a Ucrania un total de más de 100.000 millones de dólares en ayuda humanitaria, asistencia financiera y equipos militares. Los Estados Unidos aportaron a su vez unos 70.000 millones. En cuanto a capacidades militares la proporción está más equilibrada, en torno a los 50 mil millones por ambas partes. En el caso de que Trump decidiera terminar la ayuda militar los europeos estarían obligados a prácticamente duplicar su esfuerzo y acudir a mercados internacionales para adquirir el material militar que no es capaz de producir. Es costoso, pero no es imposible.
Recientemente el canciller Sholtz decidió aplazar la entrega de 3.000 millones de euros de ayuda militar adicional para Ucrania y dedicar ese dinero a gastos sociales en una maniobra claramente electoralista. Pero tengo confianza que el nuevo Gobierno que surja de las elecciones en Alemania del próximo 27 de febrero pueda ejercer un liderazgo europeo de apoyo a Ucrania que es imprescindible en estos momentos. Europa en su conjunto, no solo la Unión Europea, tiene comprometida una ayuda de 150.ooo millones de dólares para Ucrania, pero aún quedan más de 50.000 millones por desembolsar. Cumplir nuestros compromisos sería un primer paso.
¿Qué podemos hacer?
Para Europa es vital la supervivencia de Ucrania si no quiere convertirse en un área de influencia rusa como pretende el Kremlin. Algunos países europeos del Este se juegan su propia existencia, otros su soberanía y todos nuestra independencia y nuestra seguridad. Europa no puede quedarse de brazos cruzados mientras Ucrania camina hacia la derrota y Trump toma la iniciativa de negociación. Europa debe actuar y debe hacerlo con la máxima urgencia y determinación. Una estrategia europea para Ucrania pasaría en mi opinión por tomar cinco líneas de acción.
- Lo más urgente es armar a Ucrania. Esto implica no solo aumentar y acelerar las entregas de armas y municiones que resultan imprescindible para mantener el frente, sino dotarla además de sistemas de mayor alcance y tecnológicamente más avanzados que permita equilibrar la profundidad estratégica de ambos contendientes. Hay además que levantar las restricciones de uso de esas armas par poder emplearlas contra la infraestructura militar rusa. Solo un aumento cualitativo de las capacidades de defensa de Ucrania puede compensar actualmente la abrumadora superioridad cuantitativa rusa en el campo de batalla.
- Es imprescindible desplegar un sistema de defensa aérea que permita salvaguardar las infraestructuras críticas y la población civil de Ucrania de los constante ataques aéreos rusos. La prioridad debe ser dotar a Kiev de nuevos sistemas de defensa aérea y de interceptación de misiles. Para ello, sería necesario desplegar en algún país de la OTAN próximo a Ucrania un sistema de defensa antimisil que garantizase la seguridad de al menos la parte occidental del espacio aéreo ucraniano. Esto permitiría a su vez iniciar la reconstrucción del país.
- Es necesario acelerar el rearme de la Unión Europea aumentando el gasto militar de los países miembros hasta al menos el 3% del PIB. No es asumible que países como España estén aún muy lejos del 2% reiteradamente comprometido en el pasado. Este aumento del esfuerzo en defensa implicará una revisión de las prioridades de las políticas presupuestarias de muchos países europeos, dado el déficit insostenible que arrastramos algunos de los socios.
- Es esencial potenciar nuestra industria de defensa mediante la creación de un verdadero mercado único de la defensa que incremente su competitividad, un programa común de investigación y desarrollo que permita situarnos en la competición tecnológica que hoy libran las grandes potencias y aumentar con la máxima urgencia la capacidad de producción de algunos componentes como munición de artillería, drones o misiles que resultan esenciales en el campo de batalla.
- Es preciso diseñar un sistema de garantía de seguridad creíble y eficaz para el caso de un acuerdo que ponga fin a la guerra y poner simultáneamente en marcha un plan de reconstrucción para Ucrania. Este sistema de seguridad debe contemplar una clausula que comprometa en la defensa de Ucrania al conjunto de la Unión Europea frente a cualquier futura agresión a su territorio y debe incluir necesariamente el despliegue de un número significativo de tropas de los países miembros para ser creíble. Esta garantía de seguridad debe ser un paso previo a la posterior integración de Ucrania en la Unión Europea, momento en el que ya sería de aplicación el artículo 42 del Tratado de Lisboa que implica la defensa colectiva.
El despertar de Europa
Europa sigue durmiendo el sueño de la paz a pesar de que el estruendo de la guerra resuena en sus fronteras. Muchos europeos piensan que Ucrania no merece sacrificar un gramo de nuestro bienestar. Ven la guerra como algo lejano que no nos afecta y no nos incumbe. Es verdad que la percepción de la amenaza es proporcional a la cercanía de sus fronteras con Rusia, excepto para aquellos que optan por rendirse preventivamente ante quien consideran el nuevo amo de Europa.
La guerra con Rusia ha comenzado, aunque buena parte de los europeos no quieran enterarse. Las injerencias rusas en procesos electorales, las campañas de desinformación, los asesinatos de disidentes o desertores, los sabotajes de cables submarinos son hechos que leemos cotidianamente en los medios, aunque en ocasión no sea fácil atribuir la autoría. Se trata de una guerra híbrida, pero es una guerra.
Los documentos estratégicos que emanan del Kremlin y las declaraciones de sus dirigentes ponen negro sobre blanco cuál es la naturaleza y la ambición de este nuevo imperialismo ruso que pretende reconstruir la Gran Rusia, restablecer su área de influencia y subvertir el orden mundial liberal basado en normas, acabando con Occidente como fuerza dominante en el mundo.
Todo ello pone en serio riesgo la paz en Europa, cuyas fronteras serían modificadas mediante el uso de la fuerza; nuestra soberanía e independencia, debiendo someter nuestras decisiones futuras a la potencia hegemónica en el continente; y nuestra libertad, porque nuestro sistema democrático resulta incompatible con el totalitarismo que caracteriza al nuevo imperio. Europa debe despertar.
Esta vez no podemos confiar en que Estados Unidos venga a liberarnos de las garras de este nuevo imperialismo. La nueva administración americana ha decidido que los europeos somos lo bastante ricos como para defendernos nosotros solos y que si no lo hacemos es nuestra responsabilidad. Por otro lado, los norteamericanos tienen sus propios problemas en el Pacífico con una China dispuesta a rivalizar con ellos por la supremacía mundial.
Europa debe reaccionar. Aún estamos a tiempo. Tenemos que recuperar la confianza en nosotros mismos, reconstruir nuestra capacidad de defendernos y permanecer unidos en nuestro propósito de garantizar una seguridad común, la paz y nuestra libertad. La batalla decisiva se libra en Ucrania. Si perdemos esa batalla, me temo será ya demasiado tarde.