Un mundo de agraviados
La mayoría de la población mundial está irritada. Muchos, con toda la razón. Algunos justifican reacciones hostiles
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Protesta callejera. | Loic Vennance (AFP)
Estamos casi todos enfadados. Agraviados. Casi todos quiere decir buena parte del planeta. Hace unos días se presentó en Davos el Barómetro de Confianza Edelman 2025, y las conclusiones dicen que seis de cada diez personas están descontentas con los gobiernos, las empresas y las élites porque entienden que actúan en su propio beneficio y no en el de la mayoría. Para cuatro de cada diez, la indignación justifica sus reacciones hostiles; para el 20%, esto incluye acciones violentas.
España está a la cabeza del enfado mundial, según este barómetro, cuando se suman los que se consideran muy agraviados con los que se declaran moderadamente agraviados (72%), seguida de Nigeria y Suráfrica. A la cola de los menos irritados, Singapur, India y los Emiratos Árabes Unidos.
Hay agraviados por ahí fuera. En EEUU, los norteamericanos que llevaron a Trump a la Casa Blanca lo hicieron porque estaban muy enfadados: le echaban la culpa a Biden de lo que costaba la cesta de la compra y de los males de la inmigración ilegal. Los norteamericanos que votaron por Kamala Harris están ahora muy enfadados por las medidas que está tomando Trump sin dejar títere con cabeza. Trump irrita a daneses y canadienses; los países que miran para otro lado cuando la OTAN les trae la cuenta irritan a Trump; los cientos de miles injustamente afectados por sus ventoleras y obsesiones no saben dónde mirar.
Hay agraviados por acá dentro. Pedro Sánchez, que estaba muy mortificado porque la oposición no quería darle un cheque en blanco con el decreto ómnibus, pactó con Junts trocear el decreto que era imposible trocear unas horas antes. Seguirá enfadado, seguro, porque la oposición no deja de oponerse, y la justicia no deja de perseguirlos a él y a su familia. Muchos españoles están furiosos por ser víctimas de chantajes y de fines populistas que justifican medios mafiosos. ¿Hay alguien en España que no esté indignado porque Puigdemont mande en el Gobierno o por el papelón que está haciendo el fiscal general? Sí, hay unos cuantos: los que están enfadados porque hay jueces y medios que no dejan de tocar las narices con esto de la corrupción política y económica del Gobierno.
Hay enfadados de primera, de segunda y de tercera. Los jubilados bien retribuidos se sienten agraviados ante la posibilidad de que sus pensiones no sigan aumentando, y los jóvenes que quieren empleos normales para poder pensar en una familia y una vivienda están tan decepcionados que no les llega ni para el agravio. Los agricultores y ganaderos sacan de vez en cuando sus tractores; los pensionistas de Muface están aún con el susto en el cuerpo por el jugueteo del Gobierno con los cuidados médicos; los jóvenes con empleo precario o con tres trabajos se exasperan cuando oyen que la economía va como un cohete. Para qué hablar del enfado de los valencianos afectados por la dana con los políticos…
¿Es de izquierdas o de derechas estar indignado? Es transversal, como el populismo. Pero parece que la rentabilidad política ha cambiado de bando. La derecha está recogiendo electoralmente los frutos de los excesos woke y el desencanto de los desequilibrios de la globalización. En cuanto a la izquierda, la victoria de Trump y otros resultados similares han llevado a dos intelectuales como Thomas Piketty y Michael Sandel a esta sombría reflexión en The New Statesman: «El rescate de Wall Street con dinero de los contribuyentes ensombreció la presidencia de Obama, desbarató las esperanzas de un resurgimiento de la política progresista o socialdemócrata que había inspirado su candidatura y generó dos corrientes de protesta: a la izquierda, el movimiento Occupy, seguido por la candidatura sorprendentemente exitosa de Bernie Sanders en 2016 contra Hillary Clinton; a la derecha, el movimiento Tea Party y la elección de Donald Trump. Ambas corrientes surgieron de la ira, la indignación y la sensación de injusticia ante el rescate y la reconstrucción de Wall Street sin que se le exigieran cuentas a nadie. Así que, en cierto modo, los políticos progresistas de centroizquierda que gobernaron después de Reagan y Thatcher sentaron las bases para la versión de derechas del populismo».
La consultora de comunicación Edelman ha hecho su barómetro sobre la base de una gran encuesta online entre el 25 de octubre y el 16 de noviembre de 2024 que recoge las opiniones de 33.000 personas de 28 países. Edelman, que lleva 25 años haciendo este informe, dice que los más enfadados son los que desconfían de las empresas (71%), los gobiernos (68%), los medios de comunicación (63%) y las organizaciones no gubernamentales (61%). En resumen: destrucción progresiva de la confianza.
Y atención, que el agravio desemboca en un porcentaje relativamente alto –sobre todo en los que tienen entre 18 y 34 años– de agresividad: cuatro de cada diez encuestados ven bien los ataques en redes sociales, la desinformación, la amenaza –o la práctica, para el 23%– de violencia y el destrozo de propiedad pública o privada como herramientas de cambio. Activismo hostil lo llama la consultora, que destaca tres conclusiones que considera fundamentales en su encuesta.
La primera es que aumenta el miedo a la discriminación. Casi dos terceras partes de los ciudadanos están preocupados por la posibilidad de sufrir prejuicios, exclusión o racismo: son diez puntos más de lo que arrojaba el sondeo del año pasado. La segunda es el pesimismo dominante. Solo el 36% cree que las cosas le irán mejor a la próxima generación; en los países desarrollados, ese porcentaje es del 20%. Tercera conclusión: los más enfadados condenan la falta de ética y de competencia de las empresas.
Miedo, pesimismo, recelo de las instituciones, las empresas, los gobiernos y los medios de comunicación.
Todo un cóctel. Molotov.