Trump: la diplomacia de los aranceles
La disrupción radical a todos los niveles puede tener consecuencias peligrosas en EEUU y en todo el mundo

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. | Reuters
Intimidar a los amigos -Canadá, México, UE- y contemporizar con los adversarios –China, Rusia-. Utilizar los aranceles como instrumento de presión. Asustar. Amagar y no golpear. Amagar y golpear.
Vuelve la diplomacia de las cañoneras, con una novedad: el 47º presidente la utiliza hacia el exterior, pero también para hacer política nacional.
La disrupción radical anunciada por Donald Trump está en pleno despliegue en su tercera semana de mandato. El nacionalismo populista combinado con el estilo arrogante y pendenciero de los peores promotores inmobiliarios exhibe sus habilidades. Cámaras, micrófonos, teléfonos, frenesí de decisiones, humo que oculta decisiones nacionales e internacionales preocupantes. Elon Musk y sus chicos listos meten la mano hasta el fondo de la Administración con un acceso a datos secretos como nunca nadie ha tenido y destripan la administración para acabar con la burocracia. Kristi Noem, la sheriff que está al frente de Interior, se pasea a caballo y con sombrero de cowboy por la frontera. Al frente de la Diplomacia Pública del país está Darrell J. Beattie, un señor que ha dicho que «la OTAN es una amenaza mayor para la libertad de América que el Partido Comunista Chino».
¿Así va a ser América grande de nuevo? ¿Arreglará la diplomacia de zanahoria y garrote arancelario el problema -muy grave- del fentanilo? ¿Resolverá el problema -grave también- de la inmigración ilegal exhibir la cabalgada de Kristi Noem en los telediarios y detener y expulsar a unos miles de indocumentados? ¿Decir que hay que transformar Gaza en una Costa Azul sin palestinos contribuye a pacificar Oriente Medio? Es indudable que Europa debe aumentar su aportación económica a la Alianza Atlántica, pero ¿la mejor forma de conseguirlo es amenazar, prescindir de los tratados internacionales y antagonizar a los aliados?
Hay quien dice: «Tenemos que darle un poco más de tiempo a Trump. Hay que ver hasta dónde llega de verdad. Ya sabemos cómo es, ladra mucho, pero muerde poco». Es posible que haya que darle más tiempo (¿hasta cuándo?), y que tengamos que acostumbrarnos a este estilo. Pero no hay que olvidar que las decisiones de choque de la Casa Blanca no son improvisadas: se han diseñado para escandalizar y poner a todo el mundo de los nervios, y aprovechar el desorden en beneficio propio como sea.
Estamos, en todo caso, ante movimientos peligrosos. Dejar áreas de gobierno del primer país del mundo como Defensa, Hacienda y Sanidad, por mencionar solo unos pocos departamentos, en manos de gente irresponsable o con un pasado que inhabilita; despedir a los inspectores generales de más de una docena de agencias federales para ser sustituidos por trumpistas leales; desmantelar la labor internacional de USAID, además de tirar a la basura un tremendo escaparate de poder blando estadounidense; dejar en cuadro y al descubierto al FBI y a numerosos agentes de la CIA; abrir el gallinero al zorro multimillonario de Musk; sacudir el comercio internacional y desquiciar la política global como si estuviéramos hablando de un Estado gamberro... Todo ello tendrá consecuencias indeseadas, convulsiones descontroladas dentro y fuera de EEUU. Como ha dicho a la BBC Michael Ignatieff, exlíder del Partido Liberal canadiense y profesor en Harvard, «estamos en un mundo nuevo en el que la cuestión de si se puede confiar en Estados Unidos se convierte en la cuestión fundamental de la política exterior de todos los países».
La política de matón de esquina que utiliza la presión arancelaria para resolver asuntos -que es cierto que hay que resolver- es mala a medio y largo plazo para EEUU y para todo el mundo, excepto para los autócratas y los enemigos del libre comercio y de las relaciones internacionales. El poco sospechoso The Wall Street Journal ha calificado las decisiones de Trump sobre los aranceles como «la guerra comercial más estúpida de la historia».
La política disruptiva -tan apreciada en España por algunos cuando la abandera Trump; los mismos que no soportan, con razón, las disrupciones y el daño institucional del populismo sanchista- será muy perjudicial para los ciudadanos estadounidenses si continúa así de desenfrenada. Y desbaratar las reglas de juego políticas y económicas del orden internacional que EEUU ayudó decisivamente a crear después de la Segunda Guerra Mundial llevará al país a encontrarse aislado en momentos de crisis muy graves. Buenas noticias para las dictaduras y las autocracias, que crecen. Malas noticias para los regímenes -cada vez menos- que viven en democracia y libertad.