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Hechos de la victoria de Trump

«Ocho años después de la primera victoria electoral de Donald Trump, la segunda no ha cogido por sorpresa al mundo, salvo quizás a Kamala Harris, la candidata que se le enfrentó»

Hechos de la victoria de Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, junto a sus simpatizantes durante la campaña electoral.

Este artículo ha sido publicado originalmente en la revista ‘Cuadernos FAES de pensamiento político’. Si quiere leer otros textos parecidos o saber más sobre esa publicación, puede visitar su página web.

El triunfo de Trump es algo verdaderamente excepcional: de los 46 presidentes, menos de la mitad, 21 exactamente, han desempeñado dos mandatos o más (Franklin D. Roosevelt tuvo cuatro mandatos, aunque murió a los tres meses de empezar el último). Trump es el primero en casi 130 años que tiene dos separados. El anterior fue el demócrata Grover Cleveland, que desempeñó el cargo entre 1885 y 1889 y entre 1893 y 1897.

Estos dos, por tanto, se presentaron tres veces a las elecciones. Sólo otros pocos presidentes hicieron lo mismo. Andrew Jackson (1824, 1828 y 1832) fue el candidato más votado en la suma de sufragios y en el Colegio Electoral la primera vez que se presentó, pero perdió en 1825 en la Cámara de Representantes. Desde ese momento se lanzó a preparar su revancha. Ganó dos mandatos seguidos y consiguió que su vicepresidente, Martin van Buren, fuera elegido en 1836. 

Theodore Roosevelt (1900, 1904 y 1912) llegó a la presidencia en 1901 como sustituto del asesinado William McKinley; ganó la siguiente elección y se retiró. Pero en 1912 se presentó como candidato del Partido Progresista frente a su compañero de partido y presidente en ejercicio William Taft, porque consideraba que estaba traicionando sus políticas de limitar el poder de las corporaciones y del Tribunal Supremo y aprobar medidas para las clases media y popular (Square Deal). La consecuencia fue la victoria del candidato demócrata, Woodrow Wilson.

Franklin D. Roosevelt (1932, 1936, 1944 y 1944) rompió la tradición de cumplir sólo dos mandatos; a su muerte, el Congreso y los estados aprobaron la enmienda XXII, que limita la reelección a un solo mandato.

Richard Nixon (1960, 1968 y 1972) se presentó primero como vicepresidente en ejercicio con Dwight Eisenhower, pero perdió ante el senador Jack Kennedy en unas elecciones en las que el fraude en estados demócratas como Illinois y Texas fue fundamental. Después de unos años en los que parecía expulsado de la política, sobre todo tras su derrota para gobernador de California, su estado natal, en 1962, volvió a presentarse en 1968. Entonces logró una victoria muy ajustada en votos populares frente a otros dos candidatos, ya que esas han sido hasta ahora las últimas elecciones en que hubo delegados de un tercer partido presentes en el Colegio Electoral. Cuatro años después, ganó en todos los estados salvo uno y la capital, aunque en 1974 dimitió para no ser destituido.

Trump imitó a Jackson en que dedicó prácticamente los cuatro años siguientes a su polémica derrota a preparar la siguiente campaña y rechazó el ejemplo del primer Roosevelt de salirse del Partido Republicano.

Los números del 5 de noviembre

Hace años que en Estados Unidos no existe un ‘día de votación’, porque todos los estados permiten el voto temprano, sea en urna (boleta de papel o boleta electrónica) o sea por correo desde semanas antes. En 2020, 101 millones de ciudadanos ejercieron el voto temprano debido a la epidemia de covid, que representaron dos tercios de los votos emitidos. En 2024, esa enorme cantidad, que había provocado protestas de Trump y de sus partidarios por su gestión y por la reducción de las garantías de identidad, se redujo a 85 millones.

Biden derrotó a Trump en 2020 por siete millones de votos populares, aunque Trump ha aumentado en casi once millones los 63 que recogió en 2016. El republicano ha ampliado su voto y superado los 77 millones, mientras que Harris, que acompañó a Biden en la candidatura, ha retrocedido de 81 millones a 75. Entre 2020 y 2024 han desaparecido tres millones de votantes: de 158 millones se ha bajado a 155 millones. La diferencia que separa a ambos políticos es de 2,3 millones a favor de Trump, un 1,6% de los emitidos.

¿Por qué entonces se habla de un triunfo arrollador de Trump? Porque los votos rojos crecieron en los estados bisagra que decidían esta elección. Trump recuperó los cinco que perdió en 2020 (Arizona, Georgia, Wisconsin, Michigan y Pensilvania), mantuvo Carolina del Norte y metió en su bolsa Nevada, que no optaba por un republicano desde 2004. En Texas y Florida, que los demócratas soñaban con convertir en azules en los próximos años gracias a la inmigración hispana, la victoria de Trump superó los 10 puntos. Además, los republicanos conservan la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados que consiguieron en 2022 y la recuperan en el Senado. De los once puestos de gobernador en juego, los demócratas quedaron con sólo tres. Trump gana en el voto colegial y en el popular, en el que ha subido más de un 22% en ocho años.

Empequeñece su triunfo el resultado de California, el estado más poblado del país, donde la ventaja de Harris fue de tres millones de papeletas; en Nueva York, el cuarto estado en población y segundo en importancia en el bando azul, Harris no alcanzó el millón de sufragios por encima de Trump.

El sistema electoral

De nuevo, el sistema de votación y recuento ha demostrado sus fragilidades y ha dejado en ridículo al país ante el mundo entero. Las sospechas de un fraude, difundidas por la campaña republicana, no se cumplieron. Tanto unos como otros aceptaron los resultados.

Dado que EEUU es un país federal, cada estado dispone de un amplio margen para detallar el método de votación. Hay 14 estados, más el DC, que no exigen identificación para sufragar. En todos ellos venció Biden en 2020, aunque también en otros que requieren la presentación de documentación, con foto o sin ella. Ahora, Trump ganó en dos de los indulgentes, Pensilvania y Nevada. En los últimos años, los republicanos han promovido en varios estados la aprobación de requisitos que garanticen la identidad de los votantes, medida a la que se oponen los demócratas con el argumento de que pedir un carné es racista y discriminatorio.

La exvicepresidenta y excandidata demócrata Kamala Harris.

Los recuentos dejaron datos como poco llamativos. Cinco de los estados disputados renovaban un escaño de senador. En cuatro de ellos, el candidato republicano quedó por debajo del voto de Trump (¡hasta un 9% en Arizona y Nevada!), mientras que los candidatos demócratas, salvo en Pensilvania, o bien superaron a Harris (Wisconsin y Arizona) o bien se le acercaron (Michigan y Nevada). ¿Tan malos eran esos políticos?

La única de esas carreras senatoriales que ganó un candidato rojo estuvo en Pensilvania. Como la distancia entre los dos era muy corta, las autoridades demócratas de varios condados anunciaron que abrirían sobres por correo nulos por falta de datos legales porque «todo voto debe ser contado». El Tribunal Supremo estatal, a instancia de los republicanos, renovó una orden impidiéndolo. 

En California y Washington el recuento no concluyó hasta finales de noviembre; durante esas semanas cambiaron varias carreras de diputados al Congreso a favor de los demócratas y Trump bajó del 50% de porcentaje de voto popular. Además, varios estados mantuvieron la candidatura de Robert Kennedy, después de que este anunciara su retirada y apoyo a Trump, a pesar de lo cual sumó 750.000 votos. En Montana, Idaho y Oregón esa irregularidad no iba a alterar el vencedor final, pero pudo haberlo hecho en Wisconsin y Michigan. Todo lo anterior deslegitima el sistema electoral.

El Partido Demócrata vulneró por primera vez desde 1972 su compromiso de proponer como candidato al vencedor de las primarias. Con 14,5 millones de votos, Biden superó a todos los demás rivales, pero su senilidad en el debate que mantuvo con Trump el 27 de junio, persuadió a los grandes donantes del partido y luego a los dirigentes de este de la necesidad de forzar la renuncia del presidente. La convención eligió a Harris, que no tenía un solo compromisario. Desde luego, este golpe interno perjudicó el lema demócrata de «defender la democracia».

Como explicó Jeff Bezos, propietario del Washington Post, las máquinas electrónicas de votación deben cumplir dos requisitos igual de importantes: contar los votos adecuadamente y la gente debe estar convencida de que los votos se cuentan correctamente. Este último está desapareciendo.

La plataforma del presidente

Trump se ha vuelto a presentar como un luchador (imagen reforzada tras sobrevivir a un atentado) en favor de los norteamericanos, del pueblo, frente a las oligarquías. Su programa incluye deportar a millones de inmigrantes ilegales, desmantelar los proyectos para combatir la «emergencia climática», reindustrializar el país, poner fin al activismo militar en el extranjero, alcanzar la paz en Ucrania, eliminar el wokismo, perseguir la delincuencia y el tráfico de fentanilo, reducir la plétora de regulaciones, desvelar el «Estado profundo», al que acusa de controlar la Administración y de fijar la política exterior… 

Gorra con el lema de campaña de Trump.

Por exageradas o irreales que puedan parecer algunas de estas propuestas, el enloquecimiento del bando «progresista» ha hecho parte de la campaña. Por ejemplo, Trump se ha comprometido a aprobar una ley federal que prohíba a los deportistas nacidos varones y que ahora se sienten mujeres competir en las categorías femeninas. 

Las grandes empresas han acelerado el abandono de toda la farfolla de los criterios DEI (Diversity, Equity and Inclusion) que hasta ahora aplicaban en sus centros de trabajo entorno y en su publicidad. Muchas de ellas habían comprobado que cuanto más «inclusivas» se hacían con sus películas, sus anuncios o sus nuevas líneas de negocio, más clientes perdían; pero el Gobierno federal los promocionaba con la legislación y Wall Street lo fomentaba con inversiones ajustadas al cumplimiento de los DEI y a los planes de descarbonización. En los próximos meses, los departamentos de inclusión de muchas empresas se cerrarán; seguramente sobrevivirán en las universidades, hasta que les afecte el recorte de donaciones. 

El destrozo para los demócratas no se limita a la pérdida del poder y el rechazo popular a su programa (que se seguirá aplicando en lugares como California y Hawái). Gran parte del dinero de las donaciones acaba financiando al partido o a sus figuras. La campaña de Harris recaudó 1.500 millones de dólares en unos 100 días, que no han servido para que la candidata ganase uno solo de los siete estados en liza. La auditoría de las cuentas está desencadenando la indignación de muchos votantes demócratas, porque consideran que parte de esa catarata de millones terminó en los bolsillos de asesores políticos, artistas que aparecían en los mítines de Harris, diversas cadenas de televisión y periódicos (por el descomunal gasto en anuncios, que se calcula en 600 millones) o esas consultoras que rondan la política.

El Colegio Electoral

Es la institución que elige al presidente y al vicepresidente. Se trata de 538 delegados (cada estado tiene la suma de sus dos senadores y sus diputados en el Congreso, más tres asignados a Washington, que no es estado), que suelen reunirse en el Capitolio de la capital estatal y emiten sus votos. Una vez cumplida esta obligación se disuelven. Suelen ser militantes leales de cada partido.

En el último siglo y medio, cuatro presidentes fueron elegidos por el Colegio, aunque habían quedado detrás de otro candidato con más voto popular. Son Rutherford B. Hayes (1876), Benjamin Harrison (1888), George W. Bush (2000) y Donald Trump (2016), todos ellos republicanos; y sus rivales vencidos, demócratas. Como el Colegio Electoral perjudica a los demócratas, los intentos para suprimirlo provienen de ese partido. 

La última tentativa al respecto es el Pacto Interestatal de Voto Popular Nacional, un compromiso por el que los estados adheridos se comprometen a entregar los votos de sus delegados en el Colegio Electoral al candidato presidencial que haya obtenido más papeletas a nivel nacional. A este acuerdo se han sumado ya 17 estados y Washington DC. 

Viñeta que representa el voto republicano en Estados Unidos.

Si los estados ya comprometidos con el Pacto Interestatal de Voto Popular Nacional le hubieran hecho honor, Donald Trump y J.D. Vance habrían sido elegidos presidente y vicepresidente por 520 votos de 538, una cifra no conocida desde hace cuarenta años. Y a Kamala Harris sólo le hubieran correspondido un delegado de Nebraska, los 13 de Virginia y los 4 de New Hampshire. De hecho, Tim Walz, candidato a vicepresidente de Harris, promulgó en mayo de 2023, en su condición de gobernador de Minesota, una ley que obliga a los 10 electores de su estado a acatar el Pacto de Voto Popular Nacional y pronunciarse por la candidatura con mayor apoyo popular.

Sin embargo, al final, en la votación del 17 de diciembre cada grupo de delegados votó a los candidatos que habían ganado en sus estados: Trump y Vance, 312 votos colegiales; y Harris y Walz, 226 votos. Nueva prueba de la hipocresía progresista.

El vicepresidente

No tiene más funciones constitucionales que presidir el Senado sin voto (salvo empate) y suceder al presidente en caso de muerte, enfermedad, incapacidad o destitución de este. Le paga el Congreso, no la Presidencia, y su importancia es tan pequeña que hasta los años 70 del siglo pasado no tuvo ni residencia ni escudo oficiales. En teoría, el presidente podría cerrarle el acceso a todos los organismos oficiales y a la Casa Blanca. Pero desde James Carter (1977-1981) ha ido adquiriendo más importancia, ya que los presidentes lo han incluido en las decisiones de gobierno, como ocurrió en los primeros años de la república.

La vicepresidencia es ahora una sala de espera para la presidencia. En los últimos sesenta y cinco años los vicepresidentes que han ascendido a presidentes fueron Richard Nixon (1969-1974); George H. Bush (1989-1993), vicepresidente y sucesor de Ronald Reagan; y Joe Biden (2021-2025). Junto a Kamala Harris, otros derrotados que se presentaron desde ese puesto han sido Hubert Humphrey (1968) y Al Gore (2000). Como presidentes del Senado, los vicepresidentes Nixon, Humphrey y Gore tuvieron que contar los votos de los delegados del Colegio Electoral y certificar su propia derrota; el mismo acto le espera a Harris el 6 de enero de 2025.

Puesto que Trump no puede presentarse a un tercer mandato, J.D. Vance podría intentarlo en 2028. Tiene cuatro años para darse a conocer a todo el país. Una pista sobre su futuro serán las competencias que le otorgue Trump, sobre todo en los dos años anteriores a la elección.

El Tribunal Supremo

Los presidentes pueden continuar gobernando a través del Supremo si pueden hacer nombramientos y si estos imponen su doctrina a los demás jueces. Carter concluyó su único mandato sin proponer a nadie. William Taft (1909-1913) nombró en sólo cuatro años a seis jueces y Trump a tres. Con una mayoría de cinco a tres a la que suele unirse el presidente, John Roberts, un moderado, el Supremo ha dictado varias sentencias que han tumbado algunos de los elementos más queridos del progresismo, como la discriminación positiva (affirmative action), el aborto (que ahora compete a los estados), la condonación parcial de préstamos estudiantiles, la vacunación obligatoria y la exclusión de la religión del espacio público.

En este segundo mandato, y con mayoría absoluta republicana en el Senado, Trump podría proponer a nuevos miembros que prolongasen la mayoría conservadora en el Tribunal y acabasen con el activismo judicial que crea nuevos derechos con interpretaciones imaginativas, como fue el caso de la sentencia Roe vs. Wade (1973), que convirtió el aborto en derecho a partir de la interpretación de que la exigencia del debido proceso (Enmienda XIV) amparaba el ‘derecho a la intimidad’ de las mujeres para solicitar un aborto.

Los dos jueces más veteranos, partidarios además de la lectura originalista de la Constitución, son Clarence Thomas, que tiene 76 años y ha ocupado su asiento desde hace más de 33 años, y Samuel Alito, de 74 años. El último magistrado que se retiró voluntariamente fue Stephen Breyes, del ala izquierdista, con 83 años. Biden nombró para sustituirle a Ketanji Brown Jackson. Cuando a esta jurista negra una senadora republicana le pidió que definiese qué es una mujer, ella contestó que no podía hacerlo porque no era bióloga.

De producirse nuevos nombramientos por Trump, el sector más radical de los demócratas podría recuperar los planes anunciados a principios del mandato de Biden de ampliar el número de jueces de la SCOTUS (Supreme Court of the United States), porque los fija una ley federal, no la Constitución. También lo intentó Franklin D. Roosevelt en los años 30, pero renunció por las protestas, incluso dentro de su partido. El obstáculo se removió porque a lo largo de su presidencia nombró a ocho de los nueve jueces.

El Partido Republicano

El partido tradicional, vinculado con los grandes intereses empresariales y promotor del libre comercio, es otro de los derrotados de estas elecciones. Lo ha devorado el movimiento MAGA (Make America Great Again).

Los viejos republicanos, tanto políticos como empresarios, consideran a Trump un intruso, como también les ocurrió a Ronald Reagan y, en Gran Bretaña, a Margaret Thatcher dentro del Partido Conservador. Ya en 2016 los riquísimos hermanos Koch se negaron a financiar la campaña de Trump, como habían hecho con las de los anteriores candidatos. Y en esta varios antiguos dirigentes y cargos electos se pronunciaron a favor de Harris; los más conocidos fueron Dick Cheney, vicepresidente de George W. Bush, y su hija Liz, que fue diputada en el Congreso hasta que una candidata favorable a Trump le derrotó en las primarias.

A diferencia de España y otras naciones con regímenes parlamentarios, en Estados Unidos no es sorprendente que los legisladores se enfrenten o desobedezcan al presidente, aunque sean del mismo partido. La razón principal es que los parlamentarios responden ante su circunscripción y sus donantes, que pueden tener intereses y deseos distintos. Y es el Senado, con mandatos más largos (seis años), donde suele aparecer la mayor resistencia. Esto acaba de ocurrir.

La mayoría de los senadores republicanos ha escogido como jefe a John Tune, en vez de al candidato afín al MAGA, Rick Scott. Tune se opone a los planes de Trump de la confirmación rápida de los miembros de su gobierno y fue el brazo derecho del senador Mitch McConnell, líder del grupo republicano desde 2007 y que repudió públicamente a Trump como instigador del asalto al Capitolio en enero de 2021. El escaño de McConnell, de 82 años de edad, se renovará en 2026, por lo que el presidente tendrá que convivir con él hasta entonces.

La pequeña mayoría en la Cámara de Representantes, de sólo cinco diputados, permite esperar también negociaciones ásperas entre la Casa Blanca y su bancada para cumplir el programa de desmantelamiento de numerosas agencias gubernamentales y reducción de gastos que presentará el Departamento de Organización Gubernamental (DOGE), el cual sólo es una comisión a cargo del empresario Elon Musk y de Vivek Ramaswamy.

Desprestigio de los medios de comunicación

Desde la victoria de Trump en 2016, contra los grandes periódicos y sus columnistas y casi todas las cadenas de televisión, los medios han agravado su decadencia y, también su desprestigio, con la constante publicación de mentiras y bulos. En diciembre, ABC News y su presentador estrella y exasesor de Bill Clinton, George Stephanopoulos, aceptaron pagar 15 millones de dólares a Trump para zanjar una demanda presentada por este por difamación. 

Dos de los factores que explican el resultado del 5 de noviembre son la compra de la antigua Twitter por el empresario Elon Musk, que abonó 44.000 millones de dólares e inmediatamente suprimió la censura implantada por los izquierdistas con la excusa de la «moderación»; y el auge de los pódcast y los medios alternativos. El periodista MAGA Tucker Carlson, despedido de FOX News, se trasladó a X, donde tiene más de 15 millones de afiliados. Y la entrevista con más audiencia de la campaña fue la que le realizó a Trump, diez días antes de la votación, Joe Rogan, titular del pódcast más escuchado de Estados Unidos, con 32 millones de seguidores. La entrevista registró 49 millones de visualizaciones sólo en YouTube. Para comparar, el debate de septiembre entre los dos candidatos lo vieron unos 67 millones de personas. Harris, en cambio, puso tales condiciones a Rogan para una entrevista que este la rechazó.

El demócrata Van Jones, tertuliano de la CNN, reconoció que los republicanos «construyeron un sistema mediático diferente» al tradicional, basado en los pódcast y las plataformas de streaming. «Mientras nosotros llamábamos a las puertas, ellos estaban convirtiendo estos teléfonos en armas políticas 24 horas al día».

El último escándalo son las encuestas sesgadas publicadas por los ‘mainstream media’. Uno de los principales dirigentes de la campaña de Harris, David Plouffe, que coordinó la primera campaña presidencial de Obama, en 2008, declaró en otro pódcast, después de la derrota, que ninguna de las encuestas que ellos tenían mostraba la diferencia favorable a Harris de las que publicaban la CBS, Ipsos, USA Today o el New York Times. Las encuestas internas, dijo, nunca colocaron a Harris en cabeza.

Así se entiende la gran sorpresa de muchos partidarios de Kamala Harris, sobre todo en las tertulias y en las redacciones, cuando se abrieron las urnas. Y también se entiende que tantísimos ciudadanos estén dando la espalda a los medios de comunicación.

El indulto de Biden a su hijo

En la espera de dos meses y medio hasta que el presidente toma posesión, aún se pueden producir sorpresas. Así ha ocurrido con el indulto de Biden a su hijo.

Uno de los lastres del mandato de Biden han sido las sospechas sobre la corrupción de su hijo Hunter, que le salpican a él. En cuanto aparecieron en octubre de 2020, se descalificaron como «desinformación rusa» por parte de los principales legacy media y de miembros de la comunidad de inteligencia. Las redes sociales incluso cancelaron las cuentas del periódico New York Post, que las publicaba; sin embargo, las investigaciones y juicios posteriores las han confirmado. 

Después de decir numerosas veces que él no usaría sus poderes para perdonar a su hijo (que fue condenado en junio por posesión de armas y evasión fiscal), Biden le dio un indulto el 2 de diciembre, por todos los delitos que hubiera cometido desde 2014. En los días siguientes concedió 1.600 indultos más. Es por ahora el último clavo en el ataúd del Partido Demócrata. El amor de Biden por su hijo, o su miedo a que se destapase la posible corrupción de la familia, ha arruinado el discurso demócrata de que Trump va a subvertir las leyes para beneficiarse él y sus partidarios. 

A la vista de los hechos anteriores y de los nombramientos que está anunciando para su Gobierno, Trump va a comenzar su segundo mandato con mucha más experiencia, con planes para los cuatro años siguientes y con el desánimo de una oposición resignada.

* Este artículo ha sido publicado originalmente en la revista ‘Cuadernos FAES de pensamiento político’. Si quiere leer otros textos parecidos o saber más sobre esa publicación, puede visitar su página web.

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