Sobre EEUU y Europa, a la luz de Antonio Machado
¿Por qué algunos se sorprenden tanto de la postura de EEUU en Europa y hacia Europa? ¿Qué hay de nuevo en ello?

El presidente de EEUU Donald Trump abroncando a su homólogo ucraniano, Volodimir Zelenski. | Presidencia de Ucrania (Zuma Press)
En 1918, Woodrow Wilson, presidente demócrata de EEUU, enarboló la bandera de la autodeterminación de los pueblos. Pura parafernalia. Wilson no solo fue un apologista de las invasiones que su país llevó a cabo en Estados soberanos de América, como México (y otros, pues la lista es larga), tal como él mismo relata en su obra A History of the American People (1908). Además, se negó reiteradamente a contemplar la autodeterminación de lo que los estadounidenses llaman «naciones» nativas. Él mismo lo relata, en el mismo libro.
En 1918, divulgó sus famosos 14 puntos, pensados para deshacer el imperio austro-húngaro, aliado de Alemania en la primera guerra mundial, pues era lo realmente molesto. Ahí reclama la devolución a Francia de Alsacia y Lorena. Son territorios de habla alemana (hoy, menos, pero sí hace 170 años) que, según criterio del nacionalismo Volkgeist, serían parte de la nación alemana. Así lo indica Fichte en sus Discursos a la nación alemana (1808). Posteriormente, Renan, en su conferencia «¿Qué es una nación?» (1882) planteó que una nación lo es al margen de criterios etnolingüísticos, centrándose –por eso lo cito– en Alsacia y Lorena: francesas, si la gente así se siente, hablen la lengua que hablen. Ese es el debate (que llega hasta hoy). Lo relevante es que Wilson decidió que fueran para Francia. Alea iacta est…
Lo llamativo es que EEUU dispone de la suerte de Europa, sin consultar a los afectados. Y que no es novedad. Por contra, tiene tradición. Pero Washington no opera a ciegas. En su decisión pudo pesar que, al final de la Gran Guerra, en Alsacia la quinta columna soviética llegó a proclamar una república socialista soviética (RSS). Lo mismo que ya se larvaba en Alemania, hasta dar pie a la RSS de Baviera, en la que un Hitler recién regresado del frente juró lealtad a la URSS, tal como podemos leer en el libro de Thomas Weber (2018). De Adolf a Hitler. La construcción de un nazi. Francia era, entonces, un país menos proclive a una revolución soviética, ergo, mejor habitáculo para Alsacia y Lorena.
Todavía más espectacular es lo acontecido con Polonia. Virtualmente desaparecida como Estado-nación en 1795, Napoleón hizo renacer sus esperanzas al fomentar la creación del Gran Ducado de Varsovia en 1807 (en realidad, un protectorado galo). Así, las tropas polacas se unieron a las galas para invadir España y Rusia, sin solución de continuidad y con igual resultado: un fracaso. Con la derrota del corso, Polonia dejó de ser un Estado (o algo que se le parezca).
Pues bien, en el documento de Wilson (punto 13 de 14) se afirma, simplemente, que Polonia sería un Estado. Y, para postre, con salida al mar. Entonces, Polonia fue, técnicamente hablando, heterodeterminada… Desde el otro lado del Atlántico. A algunos países europeos les gustó más; a otros menos; a otros, nada. Pero eso es lo que menos interesa. No vengo a decidir sobre gustos, ni tampoco a dirimir quién tiene más razón. Como siempre, el paso previo es explicar lo que pasa y sus razones. Luego, se pueden hacer más cosas (o no). Lo que no es lógico es hacer las demás cosas, sin este ejercicio previo.
Entonces, si ya sabemos, que no es poco, que esto de que Washington decide el futuro de Ucrania –o de Gaza, por cierto– tiene antecedentes, no tan lejanos en el tiempo (siglo XX), ahora veamos su razón de ser.
A tal fin, basta leer el libro El gran tablero mundial (1997) de Zwigniew Brzezinski, un asesor de presidentes (preferentemente demócratas, por cierto –lo fue de Jimmy Carter–) de EEUU. Lo comento porque este tipo de políticas no son patrimonio de los republicanos. Wilson y Brzezinski estaban en otra órbita. Nunca habrían votado a Trump. Pero eso es lo de menos. Son cosas de la mentalidad estadounidense. Brzezinski, por cierto –casualidades de la vida– aunque ciudadano del país de la estatua de la libertad, nació en Varsovia. En la página 67 de la edición de Paidós (1998) de ese libro, el lector hallará la siguiente reflexión:
«La cruda realidad es que Europa Occidental, y también –en una medida cada vez más importante– Europa Central siguen siendo un protectorado estadounidense, con unos Estados aliados que recuerdan a los antiguos vasallos y tributarios».
Duele, ¿no? Claro. Más, si cabe, cuando, a renglón seguido, el propio Brzezinski apunta que ese tipo de relación no es «saludable» ni para EEUU, ni para Europa. Es decir, es lo que hay, habida cuenta de los imperativos geopolíticos de uno y las debilidades de la otra. Marte y Venus, parafraseando a Robert Kagan, en su celebérrimo artículo Power and Weakness (2002) al que siguió un libro homónimo, una década más tarde. Hobbes versus Kant, es otra forma de verlo. Al menos, para alumnos de primero, pues ambos filósofos no eran tan distintos (ambos partían de antropologías protestantes, esto es, especialmente pesimistas; ambos buscaban denodadamente la paz; y ambos asumían que los Estados actúan conforme a intereses –cada cual con los suyos a cuestas– mientras ambos, también, en fin, trataban de hallar algún principio rector universal, que Hobbes identifica con las leyes de la naturaleza y Kant con los derechos naturales).
Hay otras cosas que, desde Europa, no entendemos –o no queremos entender– que nos ayudarían a comprender cómo hemos llegado al punto destacado por Brzezinski. Por ejemplo, pensamos –o nos gusta creer– que EEUU está en Europa porque tiene algún tipo de obligación moral que le lleva a defender las democracias, o algo así. Y que tal es el objetivo de la OTAN. Lo mismo me decía un alumno mío, de los malos, en un examen, no hace muchos días, sin reparar en que Portugal fue miembro fundacional de la OTAN… siendo, como todo el mundo sabe, una dictadura. El alumno suspendió el examen. En la Casa Blanca mandaba Truman, también del partido demócrata.
Más cosas, interesantes: para entender las motivaciones de EEUU, podemos leer a uno de los intelectuales más influyentes en la política exterior de su país, en la Guerra Fría (contención). Miren el mapa que nos ofrece Nicholas Spykman, en The Geography of the Peace (1944). Ahí, explica las razones de la participación de EEUU en las dos guerras mundiales. Nada que ver con la promoción de ningún valor, que no fuera su propia supervivencia. En definitiva, EEUU se ve compelido a injerirse en los asuntos europeos (y asiáticos, por cierto) si detecta que alguna potencia del Rimland puede proyectar poder desde dicho cinturón natural hacia América.
En ese sentido, por duro que parezca el diagnóstico, a la Casa Blanca le puede preocupar tanto o más, una UE autónoma y militarmente poderosa, aunque compartan alguna cosa, que una Rusia que apenas fije su mirada en su near abroad. Mientras China, por las mismas razones, le preocupará siempre y en todo caso. Otro pequeño detalle es que en el mapa de Spykman, y en sus textos, Groenlandia es tan parte de América como Canadá… o como México… Que jurídicamente esa isla-continente esté integrada en Dinamarca es un pequeño contratiempo. A resolver. A poder ser, por las buenas, con dinero, como ya se hizo, en el siglo XIX, con la entonces rusa Alaska. Y con la entonces española Florida.

Ahora, ya sabemos bastantes más cosas que hace 10 minutos. Podemos pasar a la prospectiva. Como siempre, para paliar nuestra ignorancia (la mía, desde luego) auxiliados. Lo haré sirviéndome de un autor a quienes los que saben menos que él, han denostado (suele pasar). Así, John Mearsheimer, en su libro The Tragedy of Great Power Politics (2001) adelanta la posibilidad de que EEUU se vaya retirando de Europa, militarmente hablando, para limitarse a jugar un papel, desde la distancia, de Off-shore balancer. Todo ello en un contexto de shift to Asia, propiciado por el auge chino, también anticipado por nuestro denostado académico, unos años antes de que todos fuésemos conscientes de ello.
China está construyendo una flota oceánica a la que Rusia ha renunciado, y ya tiene varios pies firmemente establecidos en Hispanoamérica, desde Cuba a Argentina, pasando por Perú. Sin contar su peso comercial en MERCOSUR, así como en México, mientras Brasil es BRICS. Asumiendo que EEUU ya no es lo que era, a nivel económico, es posible que en Washington hayan tomado una determinación. O dos. Si una: centrarse en la amenaza china. Si dos, mejorar las relaciones con Rusia para equilibrar, juntos, a China. La guerra de Ucrania no ha sido apoyada por Washington en pro de las democracias ni valores, sino para debilitar a Rusia (eso se llama bloodletting) y, de paso, competir por las tierras raras. Idealmente, eso debería haber eliminado a Rusia de la ecuación. Pero, comprobada la resiliencia rusa, y el enorme gasto que supone mantener Ucrania en la UCI, con respiración asistida y próxima a la muerte cerebral, se impone un cambio de estrategia: juntos (Moscú y Washington) contra China. ¿Dónde queda Europa? En la periferia. El siguiente mapa, que he escogido para la ocasión, lo muestra:

Pero no es eso lo que más me interesa, en este momento procesal, de la tesis de Mearsheimer. Lo más incisivo es lo que apunta que podría suceder si Washington da un paso al lado. Tanto en Europa, como en Asia (en ese caso, si Japón entiende que las garantías dadas por el Off-shore balancer contra China no son satisfactorias). ¿Rearme europeo? ¿Y nipón? Claro. La cuestión es que reconstruir unas FFAA disuasorias contra Rusia y contra China no es nada fácil.
Entiéndase bien: puedo adquirir, en toda la UE, 3.000 carros de combate más; 10.000 TOAs y VCI más; 2.000 piezas de artillería más; 300 cazabombarderos más; 60 fragatas y otros tantos submarinos más, etc., etc., etc. Pero Europa (y Japón) seguirán teniendo varios problemas al respecto. ¿Quién los tripulará? Hace poco, un artículo publicado en Parameters por parte de expertos estadounidenses apuntaba que sostener un frente como el de Ucrania, por parte de Occidente, pasa por estar en condiciones de reponer 3.600 bajas al día. Por cosas como esta, estoy convencido de que las bajas de soldados ucranianos (y mercenarios afines) en esta guerra debe estar claramente por encima del millón, aunque Zelenski siga mintiendo al respecto. Pero su popularidad en Ucrania no está cayendo por casualidad. Cada familia, pasa lista. Mientras tanto, en Occidente nos creemos a Zelenski (yo no) simplemente, porque nos conviene. Pero… ¿podrían los Estados de la UE reponer 3.600 bajas diarias? No. ¿Podría hacerlo esa OTAN-minus de Zelenski, con Finlandia y los Bálticos? Menos, claro.
Entonces, todos los equipos que he comentado… no disuaden mucho. No lo hacen si, presumiblemente, faltan tropas… Y otras cosas… ¿Estamos social, económica, política y militarmente preparados para sostener durante meses o años una auténtica economía de guerra?
Mearsheimer no hilvana tanto su argumento, porque da cosas por sobreentendidas. Pero es con base en este tipo de razonamientos que el profesor de la Universidad de Chicago nos ofrece su terrible conclusión. Lo que yo reproduciré no le gusta (a mí, tampoco). Explica lo que hay, aunque implique traer malas noticias. Si la disuasión queda en manos de Estados con dificultades para completar unas FFAA convencionales que sean suficientes a tal fin, es posible que traten de hacerse con un arsenal nuclear propio. La opción de pensar que el paraguas nuclear francés dé cobijo a toda la UE existe, pero no es muy creíble. Y la credibilidad no es un adjetivo de la disuasión, sino parte de su definición misma.
Mi conclusión la planteo artísticamente, a través de un poema de Antonio Machado:
«Ni contigo ni sin ti,
tienen mis males remedio;
Contigo, porque me matas,
sin ti, porque me muero»
Eso es la UE, hoy por hoy… (siendo el amante infiel EEUU, claro).
Josep Baqués es investigador asociado del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria.