La defensa de Europa se pacta a la europea
El esfuerzo que exige la emergencia en la que estamos obliga a un acuerdo parlamentario entre los dos grandes partidos

El presidente del Consejo Europeo, António Costa; el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. | Stephanie Lecocq (Reuters)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, voló este miércoles a Finlandia para estar lejos de donde tenía que estar, el Parlamento español, y evitar hacer lo que tenía que hacer: someter a debate parlamentario la urgente situación europea que exige aumentar el gasto en defensa.
En lugar de eso, el Gobierno organiza un gran teatro: Sánchez desparrama palabras vacías en Finlandia y Luxemburgo; después recibe un ratito en La Moncloa al líder del partido más votado, el PP, que es el único que le puede apoyar para sacar adelante el compromiso del gasto defensivo; esquiva al tercer partido, Vox, y se ve con todos sus aliados, que le dicen –con más o menos gesticulaciones– que no quieren aumentar ese gasto, pero que están listos para escuchar los cambalaches que se le puedan ocurrir para salir de este embrollo. Y así vamos tirando, de compromiso en compromiso. ¿Así llegaremos al Consejo Europeo extraordinario del 21 de marzo?
El lunes, en Bruselas, el presidente Sánchez y su vicepresidenta Yolanda Díaz demostraron que se puede estar en el mismo Gobierno y decir cosas distintas sobre seguridad y defensa. Lástima que no tuvieran tiempo de ir a Estrasburgo, al pleno del Parlamento Europeo del martes, para escuchar a la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, decir que «el tiempo de las ilusiones se ha terminado». Se refería a un asunto muy claro: «Europa está llamada a hacerse cargo en mayor medida de su propia defensa. No en un futuro lejano, sino hoy. No con pasos graduales, sino con la valentía que exige la situación. Necesitamos un aumento de la defensa europea. Y lo necesitamos ahora».
Von der Leyen está hablando de Ucrania y de Rusia, pero no solo de eso. Está hablando de REArm Europe, el plan para rearmar el continente y hacerlo más seguro y menos dependiente de otros, especialmente de EEUU, al menos mientras se mantenga la cruda y grosera política exterior del presidente y sus intereses sigan alineados con los de Putin. El objetivo de ese plan es nada menos que movilizar 800.000 millones de euros en gasto militar.
Una parte debe servir como instrumento común de crédito a los Estados miembros por valor de 150.000 millones, que saldría del presupuesto comunitario y de préstamos del Banco Europeo de Inversiones, y que se dedicaría a capacidades tecnológicas, munición antimisiles, escudos aéreos y transporte militar. Pero el resto, la cantidad principal –por encima de los 600.000 millones de euros–, es nacional: tiene que salir de las inversiones de cada uno de los países europeos.
Y ahí no se pueden hacer muchos juegos de manos como los que le gustan a Sánchez: mover partidas de gasto de un departamento a otro, hacer pasar por gastos en seguridad lo que son gastos sociales –como le piden sus socios–, computar como gastos en defensa todas las inversiones en ciberseguridad… La creatividad tiene un límite, y más aún sin presupuestos generales del Estado. El gasto fuerte en defensa no solo debe ser nacional, sino que tiene que ser coordinado, para ganar en eficacia y estimular la adquisición de material europeo, dos grandes agujeros que condicionan el actual panorama defensivo de la UE.
Solo si la cosa va en serio habrá incentivos fiscales; solo entonces España –el país aliado que menos dedica a gasto defensivo, ligeramente por encima del 1%– podrá acogerse a la previsión de una cláusula que permita incrementar ese gasto sin que eso desencadene el procedimiento de déficit excesivo contra los países que incumplen las reglas fiscales.
Y aquí es donde volvemos a la seriedad, o a la falta de seriedad. El desafío de que Europa se haga cargo de su defensa es para hoy, no para dentro de un tiempo: no para un futuro lejano, sino para ya, como dice la presidenta de la Comisión. No es para ir de poquito en poquito en el Consejo de Ministros, de partida en partida para esquivar el control parlamentario. El esfuerzo que España debe hacer, igual que los otros países, es tan importante que necesita la aprobación parlamentaria. Y esa aprobación pasa por el entendimiento entre el primer y el segundo partido del Congreso, el PP y el PSOE.
No importa que los extremos –el extremo derecho que ha descubierto que Trump es un amigo y un patriota, y Putin, casi casi lo mismo; y el extremo izquierdo que calla sobre Putin y quiere que España salga de la OTAN– coincidan en oponerse. Entre el PP y el PSOE suman casi 260 escaños de los 350 que tiene el Parlamento. Mayoría absoluta.
Claro que para pactar esto –y los grandes problemas que tienen los españoles– hay que prescindir del regate corto y del maquiavelismo de bolsillo y tomar decisiones de altura. Es cierto que son decisiones que podrían poner en peligro el objetivo único del presidente del Gobierno: seguir en La Moncloa a cualquier precio, cueste lo que cueste. Pero es una realidad muy difícil de ocultar en Finlandia, en Luxemburgo y en Bruselas.