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Turquía y la alianza de las civilizaciones autócratas

Erdogan se aprovecha de que casi nadie mira y profundiza su deriva autoritaria tras 22 años en el poder

Turquía y la alianza de las civilizaciones autócratas

Manifestación en Estambul contra la detención del alcalde y principal opositor de Erdogan, Ekrem Imamoglu. | Reuters

Miramos, porque no hay más remedio, a Donald Trump y sus desatinos diarios, o los de sus ministros (el arte del Pentágono para guardar secretos militares hace furor); miramos a Vladímir Putin, que envía a su amigo Trump un retrato del propio presidente estadounidense hecho por «un destacado pintor ruso» mientras bombardea Ucrania con una mano y con la otra se reúne en Arabia Saudí para negociar la paz… con los norteamericanos. También miramos, aunque menos, a Volodímir Zelenski, que trata de no ser aplastado por la amistad entre Washington y Moscú.

En cambio, no miramos lo suficiente a Recep Tayyip Erdogan, el presidente de Turquía, que aprovecha las distracciones con Trump y Putin -y con Pedro Sánchez y sus contorsiones retóricas, como no llamar rearme al rearme- para encarcelar a su rival, el alcalde de Estambul, y un centenar de políticos, empresarios y periodistas. No miramos, y él lo sabe. Por eso confía en que nadie haga nada.

El hecho de que día tras día, desde hace más de una semana, decenas de miles de personas se manifiesten en las calles de Estambul y otras ciudades turcas no parece importarle mucho a Erdogan. Que las universidades de Estambul y Ankara estén cerradas y que la Policía disuelva a la gente con gases, chorros de agua y palos y detenga a más de 1.400 participantes en esas manifestaciones masivas tampoco altera demasiado a un mundo agitado por Trump. De la Alianza de Civilizaciones -tan querida para su inventor, Rodríguez Zapatero, con el entusiasta respaldo de Erdogan- no hay noticias.

Algo sí se mueve. El secretario de Estado de EEUU, Marco Rubio, ha expresado su «preocupación» después de hablar con el ministro turco de Exteriores.  Un poco más en Europa: una detención «totalmente inaceptable» para Alemania; la represión de las libertades «es intolerable», dice Grecia. Francia habla de «grave ataque a la democracia» y la UE exige a Ankara que demuestre su compromiso con las normas democráticas. Hay también condenas de la ONU y de los grupos de defensa de los derechos humanos por las detenciones y la represión

Pero Erdogan resiste, porque todo se queda en eso. Turquía -tendemos a olvidarlo- es miembro de la OTAN, y un miembro importante. El presidente ha sabido colocarse como un actor destacado en el escenario de la guerra de Ucrania. Juega a tener una posición independiente y reclama la devolución de todo el territorio ucraniano invadido por Rusia. Además, en cuanto al conflicto de Oriente Medio, mantiene una relación estable con Israel, y en el fondo se entiende bien con otro gran autócrata, el primer ministro israelí Bibi Netanyahu. Así que, en un mundo sacudido por el actual ocupante de la Casa Blanca y preocupado por que la seguridad global esté en manos de EEUU, China y, en menor medida, Rusia, Erdogan juega sus cartas sin preocuparse mucho por Europa.

La represión de las actividades políticas de la oposición en Turquía no es nueva. Pero detener al alcalde de Estambul, el único que podría hacerle sombra a Erdogan en unas elecciones -si es que las hay- ha cruzado unas cuantas líneas rojas. Quizá Erdogan ha ido demasiado lejos esta vez.

Imamoglu, dirigente del Partido Republicano del Pueblo, fue detenido la semana pasada en el marco de un proceso inventado contra líderes opositores con el habitual montaje dictatorial de acusaciones de corrupción y colaboración con un grupo terrorista. Poca originalidad también en las explicaciones oficiales. Erdogan, gran polarizador, acusa a Imamoglu de «polarizar al pueblo». La oposición dice que el presidente está preparando un golpe de Estado. Interior reprime a la vez que se toma la justicia por su mano y decreta que Imamoglu ha dejado de ser alcalde de Estambul, donde la prohibición de manifestarse, los cortes de tráfico y transporte público y la censura sobre X, TikTok, Instagram y YouTube no evitan las protestas, las mayores en los últimos 12 años. En 55 de las 81 provincias de Turquía ha habido manifestaciones.

Con Imamoglu ya detenido se celebraron el pasado domingo las primarias de su partido, la razón -según los observadores- del ataque de Erdogan. El alcalde es el único candidato de su formación para las presidenciales previstas para 2028, y hubo larguísimas colas en los lugares de votación para expresar apoyo y solidaridad. Según el Partido Republicano del Pueblo, hubo casi 15 millones de papeletas depositadas en las urnas, diez veces más que los miembros que tiene el partido.

Ekrem Imamoglu es la pesadilla de Erdogan, el único que le puede hacer sombra y estropear sus planes de seguir en el poder a cualquier precio. El año pasado dio la sorpresa al ganar de nuevo la alcaldía de Estambul. Su victoria de 2019 fue impugnada por el partido de Erdogan. Las solícitas autoridades electorales anularon los resultados; la votación se repitió, e Imamoglu volvió a ganar con un margen mayor.

El líder opositor, después de trabajar como empresario en la construcción, entró en política a los 43 años -tiene 55- y se declara socialdemócrata. Ser alcalde de Estambul, una ciudad de 17 millones de habitantes, es mucho en Turquía. Ya lo dijo el propio Erdogan, que lo fue antes de ser primer ministro y presidente: «El que gana Estambul, gana Turquía». Precisamente por eso Imamoglu está hoy en la cárcel.

Es habilidoso Erdogan, lo ha sido hasta ahora. Como buen autócrata con escasos escrúpulos, desafía a los manifestantes y aprieta los dientes ante la bolsa y la lira turca por los suelos y un 39% de inflación. Sus 22 años en el poder -como primer ministro y como presidente- deberían concluir en 2028, y no podría volver a presentarse por imperativo constitucional; salvo que haya una condena fraudulenta contra Imamoglu que le impida participar en las elecciones, y que Erdogan aproveche esta situación para adelantar la convocatoria, ir a las urnas en medio de la represión y tratar de contar con los escaños suficientes como para cambiar la Constitución y seguir en el poder. No es el primero que dedica a ello todos sus esfuerzos, cueste lo que cueste. No será el último. Mientras tanto, ojalá miráramos un poco más hacia Turquía y la lucha de los demócratas turcos contra la autocracia.

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