Donald Trump dobla la apuesta: 'made in USA' y la amenaza de más aranceles
El presidente continúa con su política proteccionista al anunciar un arancel del 25% a los coches importados

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Apreciado lector, aquí en Washington DC, la primavera empieza a asomarse tímidamente, trayendo vientos cada vez más tranquilos. Pero, una vez más, parece que esos vientos apacibles no aplican a la Casa Blanca, que sigue marcando el ritmo frenético de noticias que salen a diario desde el despacho oval, un reflejo de las políticas audaces y, en algunos casos, polarizantes de Donald Trump.
En un contexto global cada vez más incierto, el presidente continúa tomando decisiones que no solo sacuden el tablero del ajedrez político internacional, sino que también abren un frente interno de críticas y apoyo fervoroso simultáneo. Desde los aranceles a los autos importados hasta su insistente interés en Groenlandia, Trump sigue haciendo que, con su estilo de gobernar directo y sin filtros, Estados Unidos se mantenga en el ojo del huracán.
Aranceles, la palabra favorita de Trump
El presidente Trump sorprendió esta semana a los corresponsales que le cubrimos a diario, anunciando la imposición de un arancel del 25% a los coches importados. Un paso que, para algunos, representa la política proteccionista en acción pura y directa, y para otros, una medida arriesgada que podría afectar directamente al bolsillo de los ciudadanos. Para Trump, este arancel no es solo una estrategia económica; es la materialización de su promesa de «América primero» o por qué no, «América grande».
Al imponer esta medida, odiada por los demócratas y celebrada por el séquito de republicanos de Capitol Hill, Trump busca proteger a la industria automovilística nacional y asegurar que más vehículos sean fabricados dentro de las fronteras de Estados Unidos intentando despertar un sentido nacionalista mayor.
En todo caso, el mensaje es claro: las empresas extranjeras que venden sus productos en el mercado estadounidense deben pagar un precio por hacerlo, asegurando que la manufactura dentro del país crezca, que los empleos aumenten y que los ciudadanos disfruten de una industria automotriz que no dependa de la importación. El presidente ha hecho de los aranceles una de sus principales armas en su lucha contra la globalización, pero la medida ha causado alarma en otros sectores.
Porque, por ejemplo, si bien los fabricantes nacionales podrían verse beneficiados, la medida pone en peligro los precios accesibles de los que millones de estadounidenses dependen para comprar un automóvil, que al final son la mayoría, la clase media. Además, el temor a represalias comerciales por parte de otros países, especialmente aquellos en Europa y Asia, se ha multiplicado, lo que abre un frente aún más complicado.
Pero el debate va más allá de lo económico porque, en un giro inesperado, el interés de Trump por Groenlandia sigue vivo. Si alguien pensaba que la idea de comprar la isla había quedado en el olvido, esta semana demostró lo contrario, sin medias tintas ni asomos de tener dudas.
Trump, en su característico estilo directo, retomó el tema en una reunión privada con su círculo más cercano de asesores de seguridad nacional. Según los reportes, preguntó sobre la viabilidad de adquirir Groenlandia, argumentando que la isla, con su posición geopolítica estratégica y sus valiosos recursos naturales, podría ser un activo increíblemente beneficioso para Estados Unidos.
Este tema, que parecía una tras el rechazo de Dinamarca a la venta de la isla en 2019, resurgió como una preocupación seria en la Casa Blanca. Las implicaciones geopolíticas de la adquisición de Groenlandia podrían ser más vastas de lo que parece a simple vista, y la administración Trump parece estar dispuesta a explorar cualquier opción que permita a los Estados Unidos reforzar su presencia en el Ártico. Aunque el interés no está exento de críticas, ya que muchos lo consideran una distracción innecesaria, la persistencia de Trump en este tema resalta su enfoque poco convencional sobre las relaciones internacionales y su visión de expansión territorial.
Y un tercer episodio, para rematar la semana, y tal vez uno de los capítulos más polémicos de la semana, llegó de una manera inesperada: el escándalo de SignalGate. El reconocido periodista Jeffrey Goldberg, editor en jefe de The Atlantic, reveló que recibió accidentalmente en un chat de Signal documentos clasificados sobre planes de guerra en Yemen.
Estos documentos filtrados contenían detalles sensibles sobre estrategias militares y posibles intervenciones en el conflicto de Yemen, lo que desató un torbellino en la administración Trump, que intenta disipar los ánimos criticando al periodista Goldberg y diciendo que simplemente se trató de un error. ¿Era o no era información clasificada? Nos preguntábamos en los pasillos esta semana en la Casa Blanca. Y la respuesta, brillante a propósito, que me respondió un colega: «Depende de a quién le preguntemos».