¿Un tercer mandato en la Casa Blanca? Trump quiere ser como Putin y Xi Jinping
El presidente juega con la posibilidad de violar la Constitución y desempeñar un tercer mandato en la Casa Blanca

El presidente de EEUU, Donald Trump, en el despacho oval junto al cantante Kid Rock. | Reuters
«Ninguna persona podrá ser elegida para el cargo de presidente más de dos veces, y ninguna persona que haya ocupado el cargo de presidente, o ejercido como presidente, durante más de dos años de un mandato para el que otra persona hubiera sido elegida como presidente, será elegida para el cargo de presidente más de una vez».
Esta es la vigesimosegunda enmienda de la Constitución de EEUU, que estipula el límite de los mandatos presidenciales. Se aprobó en marzo de 1947, casi dos años después de la muerte de Franklin D. Roosevelt, el único presidente estadounidense que ha servido más de dos mandatos (y el único que ha ganado consecutivamente cuatro elecciones presidenciales).
Ahora, el actual ocupante de la Casa Blanca ha resucitado la gracia que ya ha manejado en numerosas ocasiones. A Trump le encanta jugar con la idea de un tercer mandato, algo que siempre excita a sus seguidores porque pone nerviosos a sus oponentes. El pasado domingo lo repitió en respuesta a una llamada telefónica de la NBC. “Mucha gente quiere que lo haga. Yo lo que les digo es que es pronto para plantear eso”. Pero ¿va en serio?, le preguntó la periodista Kristen Welker. «No estoy bromeando. Pero es muy pronto para pensar en ello”, reiteró. ¿Y hay algún plan? «Hay métodos con los que se podría hacer». Por ejemplo, ¿que el vicepresidente Vance se presentara y, en caso de victoria, le cediera la presidencia? «Ese es uno de ellos. Pero hay otros».
Modificar la Constitución para cargarse la 22ª enmienda no es sencillo. La convocatoria de una convención para hacer cambios exige dos tercios del voto del Congreso o dos tercios del voto de los 50 estados, y posteriormente necesita la ratificación de lo acordado por parte del 75% de los estados. Si la democracia y el respeto a la ley se mantienen en vigor, estas exigencias son imposibles de superar con la correlación de fuerzas políticas en EEUU.
Los golpes para lograrlo han sido más fáciles en países no democráticos como Rusia y China.
El amigo -y aliado objetivo- de Trump, Vladímir Putin, concluyó su etapa presidencial en 2008, así que decidió ser elegido primer ministro, cambiando los papeles con su fiel Dmitry Medvédev. En el teatrillo organizado en el Kremlin, Medvédev hizo de presidente hasta 2012, tiempo suficiente para cambiar la ley y ampliar los plazos presidenciales. Putin volvió al sillón -que realmente nunca había abandonado- en 2012, y se ha garantizado una permanencia hasta 2036 como poco.
Xi Jinping, presidente de China desde 2013, logró que el Comité Central del Partido Comunista cambiara la Constitución y anulara el límite de dos mandatos. Fue reelegido en 2018 y elegido nuevamente para un tercer mandato en 2023. Será presidente hasta 2028 o hasta que se muera, porque ya no tiene ninguna obligación formal de dejar el cargo.
Dos métodos, un mismo objetivo. Ese es el modelo. Permanecer en el poder a toda costa, caiga quien caiga: las instituciones, la oposición, los jueces, la prensa independiente… La verdad es que en esta deriva no solo están personajes como Trump, Putin, Xi Jinping, Netanyahu, Viktor Orbán y Erdogan, pero esa es otra historia.
En EEUU la Constitución no decía inicialmente nada sobre la duración de los mandatos presidenciales. A ningún presidente se le había ocurrido romper la tradición de George Washington de retirarse después del segundo mandato. Hasta que, en 1940, Franklin D. Roosevelt, que había sido elegido en 1932 y reelegido en 1936, planteó la necesidad de continuar acudiendo a las elecciones por la crítica situación internacional, en plena guerra mundial. Ganó esas elecciones de 1940 y las de 1944. Murió en abril de 1945, menos de tres meses después de su cuarta jura presidencial.
No es que la situación internacional no sea complicada ahora mismo. Trump está trabajando, de la mano de Putin, para subvertir las normas políticas y comerciales establecidas. En dos meses y medio ha logrado irritar y atemorizar a medio EEUU y medio mundo, ha decretado la guerra contra la separación de poderes y los jueces que cumplen con la Constitución, ha debilitado la OTAN, ha puesto en ridículo al Pentágono y ha sentado las bases para un conflicto arancelario y una recesión económica.
Pero ni los más ofuscados de sus seguidores, en EEUU y fuera -por ejemplo, en Hungría, en España- se atreverían a comparar 2025 con 1940. (O sí, igual que habrá quien no se avergüence de establecer comparaciones entre George Washington y Franklin D. Roosevelt por un lado y Donald Trump por otro).
Mientras tanto, un solícito congresista de Tennessee, Andy Ogles, ha elaborado una resolución para enmendar la Constitución en la que se plantea la extensión de los límites presidenciales si los dos primeros mandatos no hubieran sido consecutivos. Por su parte, el ultratrumpista Steve Bannon ha dicho que Trump «se presentará y ganará de nuevo» las elecciones de 2028, y que hay «un par de opciones» para llevar a cabo ese plan, evocando el atajo mencionado, la vía rusa de presentarle como vicepresidente y que luego el presidente dimita y él asuma la presidencia.
La propia Casa Blanca, en este espíritu tan de reality show en el que el matonismo se adueña del Despacho Oval y las payasadas auténticas superan la ficción, se sumó hace unas semanas a la broma con la fabricación de una falsa portada de revista: Trump. Larga vida al rey.
El club de los autócratas -o de los aspirantes a serlo-, que se está muriendo de risa con el espectáculo que empezó el 20 de enero, celebra la pelea de Trump por ser miembro de tan distinguido círculo.
El menguante club de los demócratas haría bien en tomarse en serio cualquier bravata que salga de la actual Casa Blanca. ¿Es que hubiera parecido posible tener al frente del Pentágono, de Sanidad o de Seguridad Interior a personas como Pete Hegseth, Robert F. Kennedy y Kristi Noem? La luna de miel entre la Casa Blanca y el Kremlin no hubiera colado como argumento ni siquiera en una película de serie B. Y así, en la serie de los imposibles que luego son reales, anotemos la campaña contra Groenlandia y Canadá, la guerra arancelaria, los sorteos de cheques millonarios de Elon Musk para influir -sin éxito, afortunadamente- en la elección de un juez en Wisconsin, la deportación por error de inmigrantes legales que llevan decenas de años viviendo y trabajando en EEUU…
En este marco en el que cada día, literalmente, se alumbra un nuevo dislate de una agenda arbitraria y extremista, nada es imposible. Algunas de las ideas que parecían más absurda o perjudiciales de Trump empezaron como una broma, una de esas cosas que le gusta decir a este hombre. La anulación de la 22ª enmienda puede ser una pesadilla real en el verano de 2028, antes de las próximas elecciones presidenciales.