The Objective
Enfoque global

Cosas que arreglar en Estados Unidos

La que fuera la sociedad más libre y próspera del mundo se encuentra en decadencia, y sus problemas no son nuevos

Cosas que arreglar en Estados Unidos

Una persona sin hogar en Nueva York. | Milo Hess (Zuma Press)

Alguna vez he terminado un artículo con un poema. Hoy lo comienzo así:

«Ayer pasó el pasado lentamente / con su vacilación definitiva / sabiéndote infeliz y a la deriva / con tus dudas selladas en la frente […] ayer pasó el pasado por el puente / y se llevó tu libertad cautiva / cambiando su silencio en carne viva / por tus leves alarmas de inocente […] ayer pasó el pasado con su historia / y su deshilachada incertidumbre / con su huella de espanto y de reproche […] fue haciendo del dolor una costumbre / sembrando de fracasos tu memoria / y dejándote a solas con la noche» 

Mario Benedetti, Ayer (1991).

EEUU ha sido, durante mucho tiempo, un país de referencia. El lugar idóneo de las oportunidades para progresar, y acceder a una vida mejor. Lo recoge la expresión «American Way of Life». Su sociedad y la mentalidad de sus gentes lo incentivaban. Uno de los cronistas más conocidos de ese modus vivendi, fue Alexis de Tocqueville. En el primer volumen de su obra La democracia en América (1835) apunta lo siguiente del estadounidense-tipo (página 89 de la edición de Alianza, de 1993):

«Un particular concibe una idea de una empresa cualquiera y aunque su plan tenga una relación directa con el bienestar de la sociedad, no se le pasa por las mentes la idea de dirigirse a la autoridad pública para obtener su apoyo. Da a conocer su plan, se ofrece para realizarlo, llama a las fuerzas individuales en su ayuda y lucha cuerpo a cuerpo contra todos los obstáculos»

El párrafo de Tocqueville refleja el vigor de una sociedad meritocrática (acaso la que más). Desde entonces, se han repetido mensajes similares. Mitt Romney, en un libro de 2010, No Apology: the Case for American Greatness, apunta (pág. 23 de la edición de St. Martin’s Press):

«Dos principios fundamentales: la libertad económica y la libertad política, que se retroalimentan [they actually empower one onother]. La libertad individual estimula un espíritu de emprendiduría que a su vez conduce a la innovación y los negocios (…) Y la libertad de dejar un trabajo y crear tu propia empresa alimenta el sentido de independencia en una cultura que premia las libertades individuales. Esta es la estrategia que ha conducido a EEUU a ser la nación más poderosa en la historia de la tierra».

Cuando Acemoglu y Robinson publicaron ¿Por qué fracasan los países? (2012), EEUU era tomado como el reverso de la moneda: la clave del triunfo. Sin embargo, entre ambas fechas (1835-2012) muchos autores, aun defendiendo el American Way of Life como el más adecuado de entre los modelos socioeconómicos conocidos (utopías al margen), también avisan de posibles averías en sus mecanismos. Averías estructurales. Pero no hicimos caso. La gente no quiere escuchar diagnósticos incómodos. Así nos va… 

El propio Tocqueville no solo describía el éxito (cuando se daba), sino que explicaba sus causas profundas. Ni era aleatorio, ni gratuito. En la página 271 de la edición citada, indica que esa libertad, propia de EEUU, está siempre acompañada por el respeto a tradiciones y costumbres, y es gracias a esa sensibilidad que «es atribuible el mantenimiento de la república democrática en los Estados Unidos».

Max Weber, en su clásico La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905; edición en inglés, 1930) compartía la intuición, que no el detalle, de lo que expondré en el resto de mi artículo. A su entender, los países protestantes (como EEUU) tenían mayor éxito en el capitalismo, gracias a que la gente estaba motivada por una forma de entender la vida subyacente a la economía. Weber apunta, en positivo, a Lutero o a Baxter, pero el epicentro de su argumento radica en la doctrina de la doble predestinación de Calvino: la gente estaría salvada o condenada, desde su nacimiento. No entraré a valorar tal teoría, inaceptable por católicos, ortodoxos o musulmanes. Lo importante es que el calvinismo fue muy influyente, también en EEUU, y que veía el éxito en la vida como signo o síntoma de que uno formaba parte de los llamados a la salvación. Así que ese éxito era perseguido con ahínco, aunque no fuese en fin en sí mismo, fomentando la laboriosidad, la frugalidad y el ingenio. Virtudes asociadas a ese capitalismo meritocrático del que venimos hablando. E incluso a una democracia viable, prudente y no estridente. 

Valores y normas

Tocqueville estaba de acuerdo en la necesidad de disponer de valores y normas que sirvan de soporte a la actividad económica y política, y de los cuales surjan virtudes que estimulen una vida político-económica ordenada y productiva. En este caso, en el capitalismo, pues, pese a sus detractores, sigue vigente. Pero la ética protestante tiene las patas muy cortas. Una teoría tan rígida como la de la doble predestinación no puede durar mucho más que lo que dure esa fe. Emmanuel Todd, en su libro La caída de Occidente (2023), toma nota del retroceso generalizado de las grandes religiones monoteístas (en Occidente, claro; pues el fenómeno es menos acusado en el islam y el cristianismo ortodoxo). Pero es especialmente crítico con el protestantismo, que habría pasado, gradualmente, en sus propias palabras, de un estadio de protestantismo «zombi» (años 50 y 60 del siglo XX) a otro de «protestantismo cero» (hoy).  

La estela de Tocqueville ha sido seguida por varios libros, que citaré en batería, para quien desee ampliar conocimientos, pero también para no agotar al lector. Pienso en El espíritu del capitalismo democrático (1982) de Michael Novak, en el cual se pone énfasis en la cuestión de los valores, como sostén de cualquier sociedad bien ordenada, así como, en particular, de la capitalista, basada en la democracia liberal (nunca en una democracia sin adjetivar). Lo mismo sucede con las obras de George Gilder, entre las que destacaría Riqueza y pobreza (1981) y El espíritu de empresa (1986). Quizá también añadiría Las contradicciones culturales del capitalismo (1976), de Daniel Bell. 

El de Bell siempre me ha parecido especialmente incisivo. En esencia, indica que el capitalismo tiende a estimular el gasto y finalmente el consumismo. Y que eso, siendo aparentemente funcional y, quizá útil en una perspectiva cortoplacista, a la larga erosiona las bases morales necesarias para que el modelo sobreviva. 

A quien le sorprenda esto, lo conduciría hacia ese mismo debate, planteado entre 150 y 200 años antes (como diría Leo Strauss, las respuestas pueden variar –un poco, no tanto– pero la Humanidad siempre se ha hecho las mismas preguntas, desde que el mundo es mundo). Me refiero al debate entre Mandeville, a través de su libro La fábula de las abejas o vicios privados, beneficios públicos (1711) y Adam Smith, que le responde, con dureza, en… En realidad, en casi todos sus libros: Lecciones sobre jurisprudencia (1762-63); La riqueza de las naciones (1776) y La teoría de los sentimientos morales (1790). Mandeville viene a ser un precursor del gasto desenfrenado, en lo que sea, para dinamizar la economía. En su época, aludía satisfecho al consumo de cerveza. En cambio, Smith, defiende, como luego hará Bell, y a mitad de camino entre ambos, como hizo Tocqueville, la frugalidad y el ahorro subsiguiente. 

Ahorro y capital

Las palabras que selecciono son de La riqueza de las naciones, pudiéndose leer en la página 433 de la edición de Alianza, de 1994: «Los capitales (…) crecen con la frugalidad y disminuyen con la prodigalidad y el desorden (…) por mucho que consiga el trabajador, si la sociedad no lo ahorra y acumula, el capital jamás podrá crecer».

Novak y Bell cuestionarán la disociación entre economía y moral, precisamente para, evitándola, salvar nuestras sociedades. Novak cuestiona, en su libro ya citado, la espiral de préstamos que estimulan el triunfo de la «débil naturaleza humana sobre el sentido común», mientras Bell critica, en el suyo, que el criterio dominante, al que quizá algunos liberales llamen virtud (Mandeville lo hacía) sea el de la «autorrealización (o la autogratificación)». 

Durante años, EEUU progresó con base en la lógica profunda de un liberalismo conservador, como el que defienden Adam Smith, Tocqueville, Bell, Novak o Gilder (e incluso Romney). Sin embargo, de un tiempo a esta parte, ya no es así. La autogratificación woke ha recogido el testigo. En ese sentido, la herencia recibida por Trump es mucho más complicada de gestionar de lo que parece. Veamos… 

Tras la reflexión, aporto datos obtenidos de fuentes oficiales de la administración estadounidense. EEUU es un país endeudado… Quiero decir, muy endeudado. Su deuda pública, en términos relativos, estaba en un 125% en 2024. Pero, de no corregir la marcha de su economía, las previsiones apuntaban, al final del mandato de Biden, a entre el 166% y el 174% en 2050. El dato más pesimista, de esos dos, lo ofrece la propia Oficina del Congreso. En cifras absolutas, eso supone más de 36.000.000.000.000 millones de dólares, o sea, 36 trillones, o sea, más de 106.000 dólares por habitante, de todas las edades.  

La deuda privada

Pero, siendo un problema, ni siquiera es el más importante. Porque la deuda privada –tarjetas de crédito, préstamos e hipotecas– asciende a cerca del 200% (197%, exactamente, al final de la era Biden). Eso lo debería devolver una población tan envejecida como la de China, ya que la baja natalidad en EEUU hará que, en 2050, los mayores de 65 años superen los 82 millones de personas, que serán unos 100 millones en 2070. Casi un tercio del total. Porque el abortismo ha provocado unos efectos no tan distantes de los sufridos por China en su época de la política del hijo único. ¿Para qué ordenar tal cosa, en EEUU, si funciona automáticamente? Afortunadamente, la emigración hispana compensa algo la situación, de momento. Y a pesar de que Obama –a la sazón el presidente de EEUU que más emigrantes ha expulsado; el segundo es Biden–, echó a más de tres millones en su mandato. Trump tendrá que esforzarse mucho para igualar esas cifras, si bien le iría mejor a su país si no lo logra, o si lo modera. 

A su vez, nada de eso es fruto de la casualidad. Tal como comenta Robert Brenner en su libro La economía de la turbulencia global (1998), las elites estadounidenses apostaron por lo que en el argot se llama «financierización» de la economía, dejando en un plano secundario la economía real, dinámica que viene acompañada de la QE (Quantitative Easing o flexibilización cuantitativa), consistente en dopar la economía mediante la creación de dinero. Este círculo vicioso ha llevado a EEUU a dejar de ser la fábrica del mundo. Las cifras de deuda comentadas tienen mucho que ver con esto: a falta de otra cosa que vender, EEUU vende dólares para pagar sus gastos, aunque eso genere una espiral de deuda, y nuevos gastos. 

Para rematar este escenario mandevilleano, observamos un deterioro imparable de la sociedad estadounidense. Por desgracia, más allá de la cerveza, tan preciada por Mandeville, como símbolo del vicio privado generador de beneficios públicos. En los últimos cinco años, en EEUU han muerto por sobredosis 481.700 personas; y por causas vinculadas al abuso del alcohol, 784.000 personas más. De hecho, he ido acumulando datos, para un posible libro, que plantean que la combinación de muertos por drogas, alcohol y suicidios supera los 300.000 al año. Ahí detallaré las fuentes. En todo caso, eso significa que, mientras nos preocupamos por las guerras (muy necesario), en ese país que fue –pero ya no es– tan ejemplar, cada año muere más gente por estas causas que los soldados de sus FFAA en las guerras de Corea y Vietnam juntas. Claro que, si nos acogemos a la cifra de muertos del último lustro, supera la de los soldados estadounidenses muertos en todas las guerras del siglo XX, incluyendo las dos guerras mundiales. 

Lógicamente, la mayoría de esos desdichados no han leído a Mandeville. Eso es un reflejo de una disonancia cognitiva no resuelta. De una sociedad que tiene el doble de paro del que nos cuentan, debido al maquillaje de las cifras (cuentan los 6.8 millones de parados que buscaron trabajo, activamente, en las cuatro semanas previas a la encuesta, pero no los 5.5 millones que lo buscaron antes de esa semana), que tiene cerca de un millón de homeless (que tampoco constan como parados, claro) y 1.708.000 personas en las cárceles. Además, muchos de los que no constan como parados aspiran a un trabajo a tiempo completo, que nunca llega (otros 4.5 millones de personas). En total, un 11.5% de la gente vive por debajo del umbral de pobreza. Menudo legado el de la era Biden. Pero el ex decía que la economía norteamericana iba como un tiro. Me suena, de mi propio país (lo de Pinocho). Lo común es el endeudamiento, público y privado, así como el dopaje crediticio de una economía cada vez más ficticia, mientras se abandonan los sectores productivos: la industria y el campo. Luego, tienen que venir los demás a arreglar el entuerto, desde la UCI. Si pueden… 

Pero no olvidemos que hay un problema de fondo. Los datos son el síntoma. Lo importante es: ¿Mandeville o Adam Smith? ¿Individuos atomizados, maximizadores del placer, o valores tradicionales que creen comunidad y sirvan de faro a la gente? La diferencia entre izquierda y derecha va por ahí. Hay más cosas, pero esa es una, y muy importante.  

Josep Baqués es investigador asociado del Centro para el Bien Común Global.

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