Farage y el auge de Reform: síntomas de una democracia británica más fragmentada
Si los resultados del 1 de mayo se repitieran en unas generales, Nigel Farage podría llegar a Downing Street

Nigel Farage conversa con un trabajador del acero en una zona tradicionalmente laborista. | Martin Pope (Zuma Press)
La reciente victoria de los comicios del partido Reform del Reino Unido en la circunscripción de Runcorn y Helsby por apenas seis votos ha desencadenado un terremoto político que trasciende lo local. Lo que podría parecer una anécdota electoral encierra realmente una señal más profunda: la democracia británica se ha adentrado en una fase de fragmentación estructural, con un sistema bipartidista que ya no responde a las demandas sociales y culturales de un mundo en constante transformación.
Nigel Farage, figura central del populismo británico y responsable en buena medida del referéndum del Brexit, ha regresado esta vez con una versión más sofisticada, más agresiva y mejor organizada de su movimiento. Lejos han quedado los tiempos de la vieja UKIP, con mítines que recordaban más a mercadillos de domingo que a plataformas promotoras del cambio político. Reform UK se presenta ahora ante la ciudadanía con una auténtica apisonadora electoral profesional, ambiciosa y decidida no a presionar a la derecha tradicional conservadora de los tories, sino a reemplazarla.
El mitin inaugural de su campaña local en Birmingham fue ya un síntoma: focos, música, maquinaria pesada, camisetas lanzadas al público como si de un concierto de rock se tratara. Más que un encuentro con simpatizantes, fue un espectáculo cuidadosamente coreografiado. Y detrás de ese envoltorio populista hubo un mensaje directo: «Vamos a tomar el relevo de los tories; ellos ya no cuentan», decían.
Lo cierto es que este discurso ha encontrado hueco en las zonas postindustriales del norte y el centro de Inglaterra, en otros tiempos bastiones laboristas y actualmente marcadas por el abandono institucional, la inmigración y el desgaste del orgullo obrero. Reform UK se ha convertido así en la herramienta de una clase trabajadora envejecida, blanca y euroescéptica, que ya votó por UKIP en 2015, por el Brexit en 2016 y que ahora lo hace por Farage en 2025. La continuidad del voto es una señal de arraigo del movimiento.
Un liderazgo desafiante y personalista
El paralelismo con las victorias de Margaret Thatcher en antiguos barrios obreros no es casual. Entonces, la Dama de Hierro capitalizó el hartazgo con los sindicatos y una izquierda paralizada. Hoy, Farage se alimenta del descontento con un sistema incapaz de ofrecer seguridad, identidad y prosperidad. Pero a diferencia de Thatcher, su programa es contradictorio: propone recortes fiscales drásticos al mismo tiempo que nacionalizaciones; promete eliminar impuestos y, a la vez, aumentar el gasto público; arremete contra las grandes empresas y contra el Estado, sin explicar cómo pretende gestionar un país extremadamente complejo desde el caos.
Las encuestas colocan a Reform en torno al 25% de los votos, por encima incluso de los conservadores y amenazando incluso a la izquierda en varias zonas. En un sistema electoral mayoritario como el británico, esas cifras podrían traducirse en más de 230 escaños. Una leve oscilación del 2% podría ponerlos cerca de la mayoría absoluta. Y aunque parezca una hipótesis lejana, Farage ya contempla pactos con los tories o incluso liderar un gobierno en solitario.
La derecha clásica británica vive así una crisis existencial. Desde que Boris Johnson alcanzó su mayor cota de éxito en 2019, los conservadores han perdido una franja significativa de su base electoral. Así, el 25% de quienes votaron al ex primer ministro en 2019 ya se han pasado a Reform, según la consultora YouGov. Su líder actual, Kemi Badenoch, no ha logrado reactivar al partido ni ofrecer una alternativa clara a sus votantes. Y ante la división reinante, ya se multiplican las voces que proponen un pacto para «unificar a la derecha» antes de que sea demasiado tarde.
Por su parte, los laboristas parecen beneficiarse de la división del voto en la derecha, pero también se enfrentan a riesgos importantes. Si el actual dirigente del país, Keir Starmer, no logra aprovechar el momento para acometer reformas, el desgaste podría irrumpir con fuerza antes de lo esperado. Y Farage ya ha demostrado una gran capacidad para capitalizar el descontento social. En palabras del propio Farage: «Ya somos la oposición al laborismo». Si bien parece una exageración, resume su estrategia: desbancar a los tories como principal referente de la derecha política.
Reform UK, entre la euforia y las grietas internas
Detrás de la pirotecnia populista, Reform UK ha conseguido algo que UKIP nunca alcanzó: una estructura nacional, financiación privada relevante y presencia en casi todos los distritos locales. Su coordinador, Zia Yusuf, ha profesionalizado el partido, y Farage ha asumido el control absoluto de la estrategia. Ya no hay lugar para los aficionados del pasado: los trajes de tweed han dado paso a ejecutivos en trajes azul marino, móviles en mano y sondeos al minuto.
Pero lo que más ha cambiado es el propio Farage. Atrás queda su tono de humorista de pub inglés. Hoy se presenta como un líder serio, endurecido, que promete gobernar con determinación. Según sus propias palabras: «La gente necesita liderazgo, alguien a quien mirar hacia arriba». Y lo dice sin sonreír, rodeado de escoltas, con la seguridad de quien se siente bendecido.
A diferencia de los partidos tradicionales, Farage ha recuperado una forma antigua de hacer política: alquilar un local, vender entradas y hablar durante horas ante quienes quieran escucharle. Es una versión moderna de los grandes discursos del siglo XIX, que combina entretenimiento, mensaje ideológico y conexión emocional. En palabras de uno de sus seguidores en Lincolnshire: «Es una noche para salir, divertirse y sentirse escuchado». Más que rabia, sus actos desprenden euforia. Los asistentes se describen como parte de una familia. «Es como si todos estuviéramos leyendo el mismo libro», cuentan sus asistentes.
Aunque Reform atrae sobre todo a votantes de zonas empobrecidas, en sus actos también hay presencia de clases medias: farmacéuticos jubilados, exmilitares o antiguos votantes conservadores con jardines bien cuidados. No es solo el partido de los «olvidados», sino de quienes sienten que el Reino Unido ya no les pertenece. Los temas que más movilizan no son los económicos: son culturales, como inmigración, integración, Islam. Cuando Farage anuncia deportaciones masivas, el público rompe en aplausos.
Los resultados en concejalías y gobiernos locales del primer día de mayo han sido demoledores: casi 500 concejales y la victoria en siete de los 23 consistorios en juego, entre ellos Staffordshire, Lincolnshire, Nottinghamshire y Kent. En regiones que votaron mayoritariamente por el Brexit, Reform UK es ya la primera fuerza. Si esos resultados se repitieran en unas elecciones generales, Farage podría convertirse en primer ministro, salvo que conservadores y laboristas acuerden una gran coalición para impedirlo. De este modo, el Reino Unido podría enfrentarse a un escenario inédito desde hace más de un siglo.
El propio Farage y sus colaboradores han invertido enormes recursos humanos y materiales en ganar visibilidad en territorios del antiguo «Muro Rojo», como Runcorn y Helsby, donde Starmer ni siquiera hizo acto de presencia. Fue una contienda simbólica, y el resultado final, el más ajustado desde 1892, supone un varapalo político y moral para el gobierno laborista.
No obstante, Reform UK no está exento de fracturas internas. Farage mantiene una batalla legal con el diputado Rupert Lowe, quien fue expulsado del partido por denuncias de acoso que él niega. Esta contienda refleja el carácter personalista del liderazgo de Farage y las tensiones que pueden aflorar en formaciones construidas en torno a una figura carismática. A pesar de ello, su perfil simbólico sigue creciendo. Si Farage dejó ya su huella con el Brexit, hoy amenaza con reconfigurar por completo el equilibrio político de Westminster.
Por todo ello, la democracia británica ha entrado en una nueva era. Fragmentada, volátil y marcada por liderazgos personales que desafían las instituciones, Farage ahora quiere moldear el país a su imagen. Y el Reino Unido, con un sistema electoral anticuado y una ciudadanía desencantada, podría estar a punto de permitírselo.