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Obituario

Miguel Uribe Turbay (1986–2025) y la herida que vuelve a abrirse en Colombia

«Si esta muerte no duele, si la reducimos a otro episodio de violencia colombiana, habremos aceptado vivir en un mundo donde la democracia es apenas una fachada que cualquiera puede perforar con un arma»

Miguel Uribe Turbay (1986–2025) y la herida que vuelve a abrirse en Colombia

La esposa de Miguel Uribe, Claudia Tarazona, abraza a una de sus hijas frente a una fotografía del asesinado. | EFE/ Carlos Ortega

En Colombia acaban de matar a un político que creía en la democracia. Miguel Uribe Turbay, senador y precandidato presidencial, murió dos meses después de recibir los disparos que lo silenciaron en plena campaña. No lo mataron por lo que había hecho, sino por lo que podía hacer: ofrecer una política decente.

Abogado por la Universidad de los Andes y formado en la Harvard Kennedy School, Uribe fue concejal, secretario de Gobierno, senador y aspirante a la presidencia. Su estilo era sobrio, reacio al insulto.

Su biografía llevaba una marca indeleble: hijo de la periodista Diana Turbay, directora de Hoy x Hoy y del Noticiero Criptón, una de las voces más recordadas del periodismo colombiano. Nieto del expresidente Julio César Turbay Ayala, que gobernó entre 1978 y 1982, creció en una familia marcada por la política y el servicio público, pero también por el dolor. El secuestro y asesinato de su madre por el cartel de Medellín, en 1991, quedó retratado por Gabriel García Márquez en Noticia de un secuestro. Miguel tenía entonces cuatro años y estaba a tres días de cumplir cinco. 34 años después, su propio hijo, Alejandro, vive la misma tragedia: perder a su padre, asesinado en plena aspiración presidencial, casi a la misma edad.

Miguel Uribe con su madre antes de que fuese asesinada.

Hacía más de tres décadas que Colombia no veía un atentado mortal contra un candidato presidencial. Para muchos, las series de ficción han fijado la imagen de que este tipo de violencia es parte de la normalidad colombiana; en realidad, el país había logrado dejar atrás esa dinámica. Volver a ella no es solo una tragedia, es la señal inequívoca de que las defensas institucionales se han debilitado peligrosamente.

«Defendía que la democracia no puede confiar el poder a quienes intentaron destruirla, porque hacerlo deslegitima a las instituciones y erosiona la confianza ciudadana»

En el Congreso, su voz contra la impunidad era firme y recurrente. «La paz no se consigue con impunidad», repetía —en redes sociales y en el Senado—, y agregaba que «sólo una política seria de seguridad incentiva al criminal a dejar las armas y someterse a la ley». No era ingenuidad, si no conciencia: defendía que la democracia no puede confiar el poder a quienes intentaron destruirla, porque hacerlo deslegitima a las instituciones y erosiona la confianza ciudadana. El perdón, decía, solo vale si viene acompañado de verdad y del abandono definitivo del crimen; y las democracias que lo olvidan pagan un precio que no siempre es reversible.

Su asesinato es un acto de cobardía con significado político. Atentar contra un candidato es agredir al ciudadano antes que al adversario. Uribe Turbay representaba una alternativa capaz de sostener la ley sin ceder al resentimiento. Sus enemigos lo entendieron antes que muchos de sus compatriotas.

Abrazamos desde esta redacción con profundo dolor a su esposa, María Claudia; a su familia; a su equipo de trabajo. En su visita a Madrid nos supo transmitir su honesto proyecto. Lamentamos este atentado a nuestros valores. 

Si esta muerte no duele, si la reducimos a otro episodio de violencia colombiana, habremos aceptado vivir en un mundo donde la democracia es apenas una fachada que cualquiera puede perforar con un arma. Cuando un país olvida quién intentó destruirlo, termina dándole las llaves.

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