Madrid y París, nuevas trincheras de la guerra soterrada entre Marruecos y Argelia
España sufre el chantaje migratorio, Francia la presión diplomática… e Italia firma acuerdos millonarios

Un inmigrante argelino recién llegado a Palma de Mallorca el pasado 12 de agosto. | Reuters
La rivalidad histórica entre Marruecos y Argelia, marcada por disputas territoriales, diferencias ideológicas y conflictos diplomáticos, ha dejado de ser un pulso regional para desplegarse hoy en los principales centros de decisión europeos. Madrid y París se han convertido en escenarios clave de esta contienda diplomática, económica y mediática, que gana fuerza en los márgenes invisibles de la geopolítica mediterránea. En esa reconfiguración, Italia emerge como el gran beneficiado, mientras Madrid pierde influencia y París soporta las represalias.
Desde que el Gobierno de Pedro Sánchez decidiera en 2022 apoyar la propuesta de autonomía marroquí como «la base más seria, realista y creíble» para resolver el contencioso del Sáhara, Argelia ha respondido con una congelación progresiva de relaciones diplomáticas y comerciales. Pero también con un aumento significativo de la presión migratoria irregular.
El chantaje migratorio
Los datos revelan un cambio de patrón que ha pasado desapercibido para buena parte de la opinión pública. En lo que va de 2025 —según datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR)— de los 23.549 inmigrantes llegados por mar a las costas españolas, el 18% procedía de Argelia (3.229 personas), frente al 11% desde Marruecos (1.970 personas). Lo llamativo es que las costas argelinas están a más de 300 kilómetros del litoral español, mientras Marruecos está a apenas 14 kilómetros de Tarifa.
Este cambio no es aislado. En 2023, los inmigrantes argelinos representaban solo el 12%, frente al 25% de los marroquíes. En 2024, Argelia ya alcanzó el 16%, y Marruecos cayó al 13%. En los dos últimos años y medio se ha producido así un intercambio de roles en la inmigración irregular por el Mediterráneo occidental.
Las rutas desde Argelia hacia Baleares, Almería o Murcia están siendo utilizadas con intensidad creciente, mientras Marruecos ha reforzado sus controles fronterizos tanto en sus playas como en las fronteras terrestres de Ceuta y Melilla. El último informe de Frontex alerta de que personas con intenciones potencialmente delictivas podrían estar infiltrándose en estas travesías, lo que refuerza la idea de que Argelia utiliza el flujo migratorio como herramienta de presión política. La agencia también señala que estas embarcaciones comparten rutas con el tráfico de drogas, especialmente hachís y cannabis.
Represalias selectivas
La política exterior argelina aplica así una estrategia selectiva: presión migratoria sobre España y presión diplomática sobre Francia. En 2024, Emmanuel Macron modificó su postura tradicional sobre el Sáhara Occidental, acercándose a la posición de Rabat. Argel reaccionó con expulsión de diplomáticos franceses, retirada de visados, cancelación de acuerdos bilaterales y declaraciones cruzadas sobre la «ruptura» del entendimiento histórico.
El punto de máxima tensión llegó con la detención en Argel del escritor franco-argelino Boualem Sansal, crítico tanto con el islamismo como con el régimen. Fue condenado a cinco años de prisión, generando protestas de intelectuales y del Gobierno francés, que llamó a consultas a su embajador y acusó a Argelia de deteriorar unilateralmente las relaciones.
El ministro de Exteriores Jean-Noël Barrot calificó la decisión de «injustificada» y advirtió que el diálogo «no puede ser unidireccional». El propio Macron ha intentado recomponer la relación con su homólogo Abdelmadjid Tebboune, pero los canales diplomáticos permanecen bloqueados. El distanciamiento se agravó tras el apoyo de Francia al plan de autonomía marroquí, algo que Argelia considera una traición directa a su respaldo histórico al Frente Polisario.
Meloni aprovecha el vacío
Mientras tanto, Italia ha ocupado el espacio dejado por España como interlocutor preferente de Argelia. El pasado 23 de julio, Giorgia Meloni recibió a Tebboune en la quinta Cumbre Intergubernamental Italia-Argelia, donde se firmaron más de 40 acuerdos estratégicos en energía, industria y tecnología.
El respaldo italiano no se limita al gas natural. Roma acompaña a Argel en declaraciones conjuntas sobre Siria, Libia, Gaza y Ucrania. Sobre el Sáhara Occidental, ambos países expresaron su apoyo a una solución «mutuamente aceptable» de acuerdo con las resoluciones de la ONU, en contraste con la línea de Madrid o París.
La ausencia de presión migratoria también habla por sí sola: Italia ha recibido apenas 600 inmigrantes argelinos en lo que va de 2025, pese a la proximidad de Cerdeña. Los analistas lo vinculan con una relación pragmática que Argelia prefiere preservar.
Una guerra silenciosa, pero asimétrica
La paradoja es clara. Estados Unidos y Reino Unido han respaldado también el plan marroquí para el Sáhara, pero Argelia se ha cuidado de mantener relaciones estables con ambos. En cambio, las represalias se han centrado en España y Francia, sus vecinos europeos más inmediatos. Este doble rasero sugiere que la enemistad no se dirige solo contra posiciones políticas, sino contra la debilidad estratégica de quienes las adoptan.
Por si fuera poco, medios oficiales argelinos celebran abiertamente los rumores recientes sobre el «fin de reinado» de Mohamed VI, recogidos por el diario francés Le Monde. El monarca alauí, de salud frágil y con escasas apariciones públicas, ha sido retratado como una figura debilitada, mientras su hijo, el príncipe heredero Moulay Hassan, gana protagonismo. Desde Rabat, esas narrativas son vistas como campañas de desprestigio impulsadas desde Argel.
En este tablero inestable, España paga en migrantes, Francia en embajadores… e Italia cobra en gas. Argelia ha desplegado su influencia con una lógica fría, donde los principios van detrás de los intereses. Y donde, una vez más, la política exterior española parece ir a remolque.