¿Quién manda realmente en Gaza? Los clanes que desafían a Hamás tras la guerra
Los islamistas desatan una represión feroz para aplastar a los grupos de insurgentes que desafían su autoridad

Refugiados palestinos regresan a sus barrios al sur de Ciudad de Gaza, el pasado viernes | Omar Ashtawy / Zuma Press
Tras el alto el fuego de hace diez días que puso fin a meses de combates entre Israel y Hamás, Gaza vive una calma aparente que esconde otra guerra: una lucha interna por el poder. En las calles devastadas de las ciudades de Gaza, Jan Yunis o Ráfah, ya no se oyen los drones israelíes, sino los disparos entre facciones palestinas. Hamás, debilitado por la guerra, combate ahora a clanes armados como el Doghmush, el Al-Majayda y el Abu Shabab, tres milicias tribales que se reparten zonas de influencia y desafían abiertamente su autoridad.
El pasado 12 de octubre, los barrios de Tel al-Hawa y Sabra, en el corazón de la ciudad de Gaza, se convirtieron en un campo de batalla. Hamás lanzó una ofensiva contra el clan Doghmush, uno de los más poderosos y antiguos de la Franja. Según fuentes locales, al menos 27 personas murieron en los enfrentamientos, ocho miembros de Hamás y diecinueve del clan. Los milicianos Doghmush, parapetados en viviendas y almacenes, resistieron durante horas hasta que la policía de Hamás impuso el control. Decenas de detenidos fueron trasladados a una prisión improvisada en el norte de la ciudad.
La violencia no se limita a la ciudad de Gaza. En Jan Yunis, el clan Al-Majayda –uno de los más influyentes del sur– se enfrentó a las brigadas de Hamás el 3 de octubre, cuando las fuerzas islamistas asaltaron su bastión del barrio de Al-Mujaida. Días después, en Ráfah, el clan Abu Shabab, dirigido por Yasser Abu Shabab, volvió a desafiar abiertamente a Hamás, acusándolo de «traicionar la resistencia» y de haber convertido la Franja en un «reino del terror».
Un poder que se desangra
Desde 2007, Hamás gobierna Gaza con mano de hierro, pero la última guerra con Israel ha dejado grietas profundas. Los bombardeos destruyeron parte de su aparato de seguridad, y la retirada parcial de las tropas israelíes creó un vacío que ahora tratan de llenar los clanes con raíces tribales, familiares o incluso criminales. Algunos, como el Doghmush y el Al-Majayda, cuentan con centenares de combatientes y arsenales que rivalizan con los del propio movimiento islamista.
Un informe reciente de Reuters describe cómo «la autoridad de Hamás se está debilitando» mientras los clanes locales aprovechan el caos para consolidar su poder. Hamás asegura que busca «restaurar el orden» frente a «elementos criminales», pero la represión ha derivado en una serie de enfrentamientos internos con decenas de muertos y centenares de arrestos.
En Ráfah, el clan Abu Shabab se ha convertido en el símbolo del desafío al poder. Sus milicianos patrullan de noche con fusiles de fabricación rusa y gestionan parte del comercio clandestino que cruza la frontera egipcia. Hamás lo acusa de colaborar con Israel, algo que el propio clan niega. La acusación, sin embargo, no es gratuita. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, reconoció recientemente que su gobierno «activó contactos» con grupos locales para debilitar a Hamás. Al parecer, algunos clanes podrían haber recibido suministros y apoyo logístico a cambio de información.
La respuesta del movimiento islamista fue inmediata. El 13 de octubre, fuerzas de seguridad de Hamás abatieron a 32 hombres en Ciudad de Gaza, supuestamente pertenecientes a un «grupo de colaboracionistas». Otros 24 fueron arrestados. «Fue una ejecución grupal», declaró un vecino a The Guardian, «no hubo juicio ni advertencia; solo disparos y cuerpos en la calle».
Desde entonces, Hamás ha desplegado su unidad especial «Sahem» (Flecha) para retomar el control de los barrios donde las milicias locales han crecido durante la guerra. «Hamás ha lanzado una represión interna violenta para volver a imponer el control», señalan medios estadounidenses, que describen escenas de ejecuciones públicas, redadas nocturnas y torturas a sospechosos de colaborar con clanes rivales.
La batalla por las calles
Los enfrentamientos no son solo una disputa política: son una lucha por los recursos. El control de la ayuda internacional, del contrabando y de los túneles que conectan Gaza con Egipto es clave para sobrevivir. Los clanes se benefician de esas rutas, mientras Hamás intenta monopolizarlas. En muchos barrios, los jefes tribales imponen su propia ley, resuelven disputas y distribuyen alimentos, ganando así la lealtad de vecinos que ya no confían en las instituciones oficiales.
«Esta vez no huíamos de Israel, huíamos de los nuestros», contó a Al Jazeera un residente del distrito de Sabra. Las ambulancias de la Media Luna Roja recogieron cuerpos en mitad del fuego cruzado, mientras los hospitales –sin suministro eléctrico ni camas– improvisaban morgues en los pasillos. Médicos locales hablan de más de 70 muertos y un centenar de heridos en la última semana de enfrentamientos internos, aunque Hamás mantiene en secreto el número real de víctimas.
La violencia interna amenaza con transformar Gaza en un mosaico de feudos armados, una suerte de guerra civil de baja intensidad. Hamás, con entre 15.000 y 20.000 combatientes, aún conserva superioridad militar, pero los clanes disponen de un conocimiento territorial y una estructura organizativa familiar que les permite resistir. «Si Hamás no logra someterlos pronto, podría perder el monopolio de la fuerza», advierte el Washington Institute for Near East Policy.
El dilema para el movimiento islamista es claro: reprimir o negociar. Una represión prolongada puede desgastar su legitimidad y provocar nuevas deserciones, pero una negociación implicaría reconocer a los clanes como actores políticos, lo que equivaldría a dividir el poder en Gaza.
En medio de la ruina, la población civil asiste con resignación a esta nueva espiral de violencia. «Pensábamos que el alto el fuego traería paz, pero solo cambió de bando la guerra», afirma un comerciante de Jan Yunis, mientras muestra los restos de su tienda destrozada por una ráfaga de ametralladora.
Organismos internacionales temen que la reconstrucción de Gaza se paralice si continúa la fragmentación interna. Las agencias de la ONU advierten que la ayuda humanitaria no puede distribuirse con seguridad en zonas donde Hamás y los grupos de insurgentes libran batallas callejeras. Alemania, por su parte, calificó las ejecuciones de Hamás como «actos de terror», un pronunciamiento que enfatiza el aislamiento diplomático del grupo.
¿Quién manda realmente en Gaza?
La pregunta sigue sin respuesta. Hamás controla los ministerios, el armamento y el relato oficial, pero su autoridad se resquebraja en las calles. Los clanes, invisibles durante años, se han convertido en los nuevos árbitros del poder local. En algunos barrios, los emblemas de las brigadas Al-Qassam (Hamás) han sido sustituidos por banderas tribales.
Lo que ocurre ahora tras la guerra es más que una pugna armada. Es el reflejo de un territorio exhausto, dividido entre la obediencia y la supervivencia. Mientras los líderes de Hamás prometen restaurar el orden, las familias entierran a sus muertos y se preparan, otra vez, para la siguiente batalla. Porque en Gaza, incluso la paz se libra con pólvora.