«Pla, al describir la verborrea estéril de los políticos republicanos y las fatales consecuencias de su incapacidad, no disimuló su nítido adhesión al relato de la victoria franquista»
«Como reconoció el hijo de Hemingway, Patrick, ‘La quinta columna’ no es precisamente un ‘Ricardo III»
«En la tribuna de oradores, como en tiempos de los procuradores, ya se habla de golpe de estado como se hacía durante la dictadura»
«Ha tenido que llegar otra generación más ignorante de políticos para que jueguen con fuego pero sin saber que lo están haciendo»
La historia de nuestra Guerra Civil parece haberse ido elaborando con la finalidad de ahorrarnos cualquier escarmiento
El poder de la imaginación, la imaginación al poder… Para que algo exista, primero hay que imaginarlo. Hoy mismo le dije esta frase a uno de mis hijos, que me preguntó quién fue el inventor de las leyes de la robótica.
Quizás sirva como respuesta uno de los diagnósticos que el propio Ganivet transmite en el Idearium, y que reza así: si yo fuese consultado como médico espiritual para formular el diagnóstico del padecimiento que los españoles sufrimos, (porque padecimiento hay y de difícil curación) diría que la enfermedad se designa con el nombre de no-querer o en términos más científicos por la palabra griega aboulia, que significa eso mismo, extinción ó debilitación grave de la voluntad.
Virginia Cowles llegó a Madrid en 1937, una semana después de la batalla de Guadalajara, con tres vestidos de lana y una chaqueta de pieles en la maleta.
Durante los primeros 20 minutos de la película El reino, de Rodrigo Sorogoyen, existe el temor de estar ante otra obra guerracivilista del cine español, pero con ladrillos y edificios —en lugar de fusiles y tricornios— como telón de fondo. Era fácil caer en un discurso maniqueo, que atizara la indignación de un supuesto pueblo honrado en contraste con una clase política deshonesta. Pero no.