Guerra híbrida: la amenaza sin firma que desborda a Europa
El viejo continente sufre una serie de sabotajes con el sello del Kremlin, pero difícilmente relacionables entre sí

Un dron despega frente a un avión de combate en Herstal (Bruselas). | Eric Lalmand (Belga Press)
Las repetidas incursiones con drones, más que sospechosamente rusas, causando trastornos en el tráfico aéreo en aeropuertos europeos, los atentados contra factorías de material militar en varios países europeos, o contra las vías férreas polacas, que canalizan la ayuda occidental a Ucrania, han vuelto a sacar al primer plano de la prensa el término «guerra híbrida», que floreció en 2014 cuando Rusia invadió casi sin oposición la Crimea. Se asociaba entonces el término a los «hombrecillos verdes», en realidad soldados rusos sin emblemas en sus uniformes, y las acciones de subversión llevadas a cabo contra la autoridad ucraniana en los oblasti Donetsk y Luhansk.
El hecho de que la invasión de Crimea y la subversión en el Dombás fuesen vistas por Europa con relativa indiferencia (lo que ocurrió en febrero de 2022 con efectos hasta hoy se debe en gran medida a esa indiferencia) impidió un análisis medianamente serio de lo que significaba la irrupción de este concepto, aparentemente fácil de aprehender, pero difícil de perimetrar, empezando por los aspectos semánticos.
En primer lugar, «guerra híbrida» es una traducción deficiente del término inglés original «hybrid warfare». La lengua inglesa hace una distinción, inexistente en castellano, entre la guerra en sí (war) y el modo de hacer, conducir o practicar la guerra (warfare), del mismo modo que otro término que está últimamente de moda, creado precisamente por analogía a warfare, «lawfare», no significa la Ley, sino una cierta manera de utilizarla.
Pues bien, esa distinción entre war y warfare es importante, porque, al fundirlas, la lengua castellana trae artificialmente la «guerra híbrida» al ámbito de la defensa, donde no pertenece. Tal vez una traducción más apropiada, manteniendo el término simple, habría sido «acciones híbridas», pero ésta no es sino una de las muchas posibilidades.
En todo caso, la guerra o acciones híbridas, por más que se presenten ahora como un novedoso medio de alterar los equilibrios de poder, no son nada nuevo. Las guerras no siempre fueron unos «limpios» enfrentamientos entre fuerzas militares convencionales que defienden los intereses de su Estado-nación, porque desde siempre, la economía, incluso la subsistencia del enemigo ha sido también un objetivo para minar su moral y capacidad de resistencia. Recordemos, por ejemplo, a Publio Cornelio Escipión el africano sembrando sal en los campos de Cartago tras su victoria sobre Aníbal en Zama. Y en el ámbito cognitivo, el acertado axioma «la primera víctima de la guerra es la verdad».
Recordemos también que hasta hace bien poco el comienzo de las hostilidades entre naciones requería de una declaración formal de guerra, formalidad que Hitler obvió el 22 de junio de 1941 al invadir la Unión Soviética, y que Japón tampoco cumplió el 7 de diciembre del mismo año al atacar Pearl Harbour (aunque en este caso la intención era entregar en Washington una declaración de guerra formal minutos antes del ataque, formalidad que se retrasó a causa de dificultades con el descifrado del mensaje, destrozando la puntillosidad japonesa). Desde entonces la «declaración de guerra» se ha convertido en algo anticuado e innecesario, y, más en general, las barreras de caballerosidad y derecho internacional han desaparecido, por lo que cualquier herramienta se considera buena si sirve para mejorar las expectativas de victoria.
Así pues, centrándonos en la actualidad, es preciso acotar qué es exactamente la «guerra híbrida». Para ello, analizaremos varias definiciones recientemente propuestas.
El ministro de Defensa italiano, Guido Crosetto, ha definido la amenaza híbrida en un documento de 125 páginas publicado el 18 de noviembre pasado y titulado «Countering Hybrid Warfare: An Active Strategy» (Contrarrestando la guerra híbrida: una estrategia activa) de la siguiente manera: «son acciones coordinadas en varias esferas, llevadas a cabo por actores estatales y no estatales, que no alcanzan el nivel de conflicto armado y a menudo no se prestan a la atribución, destinadas a dañar, desestabilizar o debilitar [al enemigo]. Esto incluye sabotaje, desinformación, influencia política, socavación de suministros estratégicos, ciberataques y el uso de mercenarios y migrantes como herramientas de desestabilización».
Es un excelente ejemplo de definición extensiva, según la norma ISO 704: «enumera todos los elementos que lo componen, útil solo para conjuntos cerrados y totalmente conocidos». El problema es que la guerra híbrida dista, por su esencia, de ser un conjunto cerrado y conocido; precisamente, la imaginación es lo que prima a la hora de hacer daño. La mayor parte de las definiciones conocidas hasta ahora de guerra híbrida son, sin embargo, de ese tipo. Por ejemplo, tomemos estas dos de «By other means, A report of the CSIC International Security Program», julio de 2019:
«Una forma de conflicto que persigue objetivos políticos mediante campañas integradas; emplea principalmente herramientas no militares o no cinéticas; busca situarse por debajo de umbrales críticos de escalada o líneas rojas para evitar un conflicto abierto convencional; y avanza gradualmente hacia sus objetivos en lugar de buscar resultados concluyentes en un período limitado».
Variedad casuística
«Una elección política deliberada para debilitar a un adversario o lograr otros objetivos políticos explícitos mediante medios distintos a la diplomacia normal o la guerra declarada, y que consiste en el uso intencionado de una o más herramientas del poder (diplomático, informativo, militar y económico) para afectar a la composición política o al proceso de toma de decisiones internas de un Estado. La guerra política se lleva a cabo a menudo —pero no necesariamente— de manera encubierta, pero debe desarrollarse fuera del contexto de la guerra tradicional».
Al margen de que ambas sean fundamentalmente incompatibles entre sí (para empezar, «una forma de conflicto» es algo conceptualmente diferente de «una elección política», y sugiere diferentes formas de contrarrestarlo), creo que son poco útiles para determinar las responsabilidades y organización de medios para combatirla.
Para ello, es mejor volver a la ISO 704, donde dice que el otro tipo de definición es la «intensiva» (que la misma norma dice ser la preferente): se trata de describir el concepto mediante su género y diferencia específica, es decir, de manera conceptual. Para comparar, un ejemplo canónico de ambos tipos sería la definición de «poliedro regular». Según la extensiva sería: «tetraedro, hexaedro, octaedro, dodecaedro e icosaedro». Perfecto, están todos y no puede haber más. Pero no se compara con la precisión y elegancia de la intensiva «poliedro regular es aquel cuyas caras son polígonos regulares idénticos».
La cuestión, no obstante, no está en la elegancia, sino en la precisión. Esa precisión es posible con el ejemplo propuesto, pero en la vida real, no digamos en la guerra híbrida con su enorme variedad casuística, las definiciones extensivas tienen el grave riesgo de dejar algo fuera, por mucho que intenten ser inclusivas, dejando así por deslindar las responsabilidades para algunos casos concretos. Es por ello por lo que las definiciones extensivas no son útiles.
Pues bien, la única definición intensiva de guerra híbrida, en el sentido de la norma ISO 704, de que tengo noticia la ha producido el Mando Aliado de Transformación en enero 2017 (en el mismo documento que se cita al principio de este trabajo):
«El uso sincronizado de múltiples instrumentos de poder adaptados a vulnerabilidades específicas a lo largo del espectro de funciones sociales para lograr efectos sinérgicos».
Sinergia mutua
Las virtudes de esta última definición van más allá de la elegancia: primero, establece que la guerra híbrida no es ni una forma de conflicto ni una elección política, sino una acción, lo que la sitúa en un nivel menos etéreo. Es una herramienta, ni más ni menos trascendente que una operación militar tradicional, aunque más sutil y, preferiblemente, oculta. Segundo, señala como objetivo las funciones sociales, no un enemigo militar. Por último, la referencia a la sinergia —olvidada por los demás autores— resplandece. En mi opinión, este es un factor crucial en una situación en la que —y aquí todos coinciden— los elementos en juego son múltiples y variados. Sin sinergia mutua, no serían más que acciones independientes, ninguna de las cuales podría alcanzar por sí sola el objetivo deseado.
Además, al elevar la sinergia a lo esencial, nos aleja de lo que hasta hoy erróneamente se consideraba el paradigma de la guerra híbrida moderna: los famosos «hombrecillos verdes» de la ocupación subrepticia rusa del Donbás y Crimea en 2014, así como de la siembra de inestabilidad en toda Ucrania. Allí no hubo sinergia. Fue solo un medio de acción, tan ruin como se quiera, ajeno a la ética y práctica militares, pero en modo alguno distinto, por ejemplo, del que empleó Hitler en la antesala de la Segunda Guerra Mundial cuando invadió Polonia bajo el pretexto del incidente de Gleiwitz, en el que tropas alemanas disfrazadas con uniformes polacos simularon un ataque contra la emisora alemana del mismo nombre, presentando posteriormente como prueba los cadáveres de prisioneros de Dachau vestidos y maquillados para la ocasión. Y por si alguien piensa que la invasión de Crimea y el Donbas fue menos cruenta o más «militar», basta con recordar el crimen que los «hombrecillos verdes» cometieron en Donetsk con el derribo el 17 de julio de 2014 —y posterior torpe intento de eliminación de pruebas de su autoría— del vuelo Malaysian Airlines 17 de Amsterdam a Kuala Lumpur.
Hay dos factores que han evolucionado mucho desde aquellos tiempos: las vulnerabilidades sociales a disrupciones externas han aumentado enormemente, debido a la mayor complejidad de la vida moderna. Por poner un ejemplo fácil pero de ningún modo único, el acceso a internet, entonces inexistente, es hoy un delicado talón de Aquiles; y la imaginación de los que planean las maldades ha crecido, pues hoy hay completas organizaciones —particularmente en Rusia— dedicadas a ello.
Actos de sabotaje
Esta evolución coloca la guerra híbrida en espacios cada vez más alejados de la guerra propiamente dicha. Si no hay declaración de guerra, si las acciones no son fácilmente atribuibles, si los bienes o las vidas afectadas no tienen que ver con la defensa, la respuesta militar se hace impracticable. Y aquí es donde aparece el verdadero dilema, el que requiere, al menos, una definición intensiva y clara de lo que son las acciones híbridas (o guerra híbrida si se prefiere): qué parte del Estado es la responsable de contender con ello.
Consideremos las siguientes acciones nada imaginarias: varios incendios claramente intencionados en Polonia, el principal de ellos en el centro comercial Marywilska (Varsovia); un incendio en una tienda de Ikea en Vilna, Lituania; incendios en un almacén logístico y una planta de producción de armamento de Diehl, en Berlín; interceptación de varios paquetes incendiarios dispuestos para ser enviados al Reino Unido y Estados Unidos; ruptura en el Báltico de cables de comunicaciones y energía (Estlink 2) entre Lituania y Finlandia. Todo ello en el lapso de unos pocos meses de 2024. En 2025 los incendios parecen haber dado paso preferente a la disrupción del tráfico aéreo comercial por medio de la aparición de drones (que en algunos casos se han relacionado con buques rusos en las inmediaciones) en lugares tan alejados del conflicto militar como Zaventen, Bruselas; a un incremento sustancial de acciones cibernéticas hostiles en lugares y redes muy variadas; o, más original, un sabotaje en la presa de Bremanguer, Noruega, tratando de vaciarla. El colofón, hasta ahora, por ser el más directamente relacionado con la zona de guerra, ha sido un sabotaje a la principal línea férrea polaca que es intensamente utilizada para transportar material militar de la ayuda europea a la asediada Ucrania. Pueden añadirse a esto las vehementes sospechas de estímulo ruso a la inmigración ilegal y el tráfico de estupefacientes desde el Norte de África hacia Europa, más difíciles aún de demostrar pero suficientemente indiciarias como para haber sido denunciadas por el teniente general Michael Claesson, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Suecas, en declaraciones al Financial Times.
Se puede ver que no hay ninguna acción militar entre todas estas acciones. Y que, aunque el listado conjunto no deja mucho lugar a la duda sobre su autoría, cada uno de ellos considerado separadamente es de dudosa atribución, lo que dificulta sobremanera las posibles acciones legales, pues la simple denegación es la respuesta, y las pruebas raramente son irrefutables: los actores de cada atentado podrían ser meros simpatizantes con la causa rusa, tal vez descontentos con las condiciones laborales del país en cuestión. o simplemente en busca de su propio y criminal beneficio, como en los tráficos desde África citados. Es la coincidencia en el tiempo (no en lugar) y el común efecto dañino en el lado de los que apoyan a Ucrania, lo que nos descubre lo que hay detrás.
Así es como cobra sentido el calificativo de «sinérgico» al que aludíamos en la definición del ACT: lo que importa no son los objetivos individuales de las acciones, sino el efecto conjunto. Según Politico, el reputado periódico digital americano, los cálculos del think tank Globsec, con sede en Praga, dicen que entre enero y julio de este año, personas vinculadas a Rusia cometieron más de 110 actos de sabotaje e intentos de ataque en Europa, principalmente en Polonia y Francia. Que el número sea sorprendentemente alto significa que la mayoría de ellos ha caído por debajo del umbral de detección de la opinión pública, pero el daño, por pequeño que haya sido individualmente, es muy real.
Volviendo al documento del ministro Crosetto, en él denuncia la incuria de los países europeos ante esta amenaza, que acertadamente llama «absurda» e «inaceptable», y propone la creación de un Centro Europeo para la Lucha contra la Guerra Híbrida. Desafortunadamente la proclama no parece haber hecho una gran impresión, en unos Estados Miembros sin duda porque aún no han sido blanco de los ataques, en otros seguramente porque como este tipo de amenaza es de bajo nivel consideran que pueden resolver el problema solos. Error. Como hemos dicho más arriba, las acciones son sinérgicas, es la combinación y suma de ellas lo que produce el efecto deseado por el atacante. La sinergia, además, no se obtiene solo a nivel nacional, sino que, dado el nivel de integración económica y política de la UE, también se alcanza aunque las acciones estén repartidas por toda Europa. No hace falta que uno o algunos de los ataques sean catastróficos, es la combinación de ellos lo que importa.
El Centro Europeo que propone el ministro debería, en su opinión, estar constituido por elementos militares y capacidades cibernéticas. No me opondría a tal cosa; todo vale para aunar esfuerzos y elevar la conciencia del problema, pero es preciso comprender que el problema es más de seguridad (policial) que de defensa (militar), más de los Ministerios del Interior que de los de Defensa, si es que algo de estos últimos. Eso, sin duda, añade una complicación, el uso de nuevas herramientas de coordinación entre organizaciones tan diferentes como las policiales y las militares, pero es indispensable.
Combatir la estrategia del enemigo
Esto es la guerra híbrida, el ejemplo perfecto del famoso dictum de Clausewitz sobre la niebla y la fricción como componentes intrínsecos de la guerra. La niebla es aquí la dificultad de identificar positivamente la autoría de las acciones individuales, y a estas como componentes de algo sinérgico y de más entidad. La fricción está en los problemas para poner organizaciones dispares a coordinar las respuestas.
Desde luego, parte de la respuesta es la creación de una organización europea para contender con la guerra híbrida, como propone el ministro italiano, pero no solamente. Es preciso primero acordar una definición —desde luego intensiva— de qué es aquello con lo que nos enfrentamos, para no dejar nada fuera. La propuesta por el Mando Aliado de Transformación, citada más arriba, es un excelente punto de partida, quizá la que se debe acordar.
Hay que olvidar la idea de que la guerra híbrida es exclusivamente un asunto militar. Tal vez alguna de sus acciones caiga bajo ese ámbito, en cuyo caso la intervención militar sería imprescindible, pero no es lo probable, y en todo caso esa intervención sería puntual y subordinada a la acción general. Algunos ámbitos físicos también pueden requerir intervención militar por su naturaleza, por ejemplo, los atentados contra cables submarinos de energía y comunicaciones, algo que sólo las fuerzas navales tienen los medios para impedir o reaccionar. Pero en general olvidemos los hombrecillos verdes de Crimea, o los inventados soldados polacos de Gleiwitz, son cosas que ya no son de estos tiempos, o al menos del particular conflicto desatado hoy por Rusia contra Ucrania y, por extensión, guste o no, contra Europa.
Y sobre todo, impidamos que Putin pueda apropiarse de la máxima de Sun-Tzu:
«…porque lograr cien victorias en cien batallas no es la cumbre de la habilidad. Lo fundamental es combatir la estrategia del enemigo; lo segundo es obligarle a romper sus alianzas… de este modo, el experto en el arte de la guerra somete al enemigo sin combatir».
Fernando del Pozo es almirante (Ret) y analista de Seguridad Internacional en el Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria
