Washington mira a la Transición española para preparar el futuro político en Venezuela
La administración Trump revive su plan de transición pactada para conducir al país hacia la normalidad democrática

El secretario de Estado, Marco Rubio, defensor de la presión al régimen de Maduro | Douglas Christian (Europa Press)
Washington ha rescatado un modelo histórico que nunca desapareció del todo de los manuales diplomáticos: la Transición española. Pero esta vez lo hace en un contexto radicalmente distinto. Venezuela vive la mayor tensión política y militar de su historia reciente, y la Administración de Donald Trump explora simultáneamente dos rutas que parecen contradictorias: la presión militar creciente y la búsqueda de una salida política pactada que permita estabilizar el país el día después de la caída de Nicolás Maduro.
En las últimas semanas, la Casa Blanca ha multiplicado los movimientos de fuerza. Los ataques marítimos autorizados por Trump contra embarcaciones vinculadas al narcotráfico venezolano han elevado la cifra de operaciones a más de veinte desde septiembre. Mientras la vieja guardia intervencionista del Partido Republicano —representada por algunos miembros importantes como Lindsey Graham o el secretario de Estado, Marco Rubio— aplaude la escalada militar, sectores nacionalistas del trumpismo rechazan que Estados Unidos se acerque a un escenario de intervención abierta en territorio venezolano.
El propio Trump ha alimentado la tensión al advertir repetidamente que «los ataques por tierra llegarán» si Maduro no cede. Documentos internos citados por fuentes diplomáticas describen que el presidente considera Venezuela como la pieza central de un rediseño más amplio, en el que Washington recuperaría la primacía estratégica en el continente.
Su equipo de seguridad nacional ha defendido que, tras años de lo que consideran una política de contención insuficiente, Estados Unidos debe actuar con contundencia para frenar la expansión de redes criminales y la influencia de potencias rivales.
Un debate abierto: fuerza o negociación
A pesar del lenguaje militar, la estrategia estadounidense no se limita a la acción de fuerza. En paralelo a esta escalada militar, dentro del Departamento de Estado se ha desempolvado un viejo documento: el Marco para la Transición Democrática, elaborado en 2020, que propone una salida negociada en la que ambos bandos cedan poder temporalmente hasta llegar a elecciones libres. Su filosofía recuerda a la Transición española: fractura del bloque autoritario, construcción de consensos mínimos, amnistía parcial y recuperación institucional progresiva.
La referencia a España no es casual. La idea de que la democratización puede nacer desde dentro del propio sistema —y no solo de su colapso— ha vuelto a ganar peso en medio del debate sobre cómo gestionar el fin del chavismo.
La discusión se intensificó tras la conversación telefónica entre Trump y Maduro, en la que el mandatario venezolano habría exigido una amnistía para su entorno y un papel central para Delcy Rodríguez en la transición. La Casa Blanca rechazó ambas condiciones y respondió con el cierre total del espacio aéreo venezolano, un movimiento que situó al régimen en el mayor aislamiento diplomático de su historia. La negativa estadounidense demostró que, aunque Washington contemple un esquema pactado, no está dispuesto a aceptar una transición dirigida por figuras del propio núcleo chavista.
Mientras tanto, la oposición democrática venezolana mantiene una postura tajante. María Corina Machado afirma que Venezuela se encuentra ante «un momento histórico, enorme». Sostiene que ninguna negociación será viable si desconoce la victoria popular obtenida por Edmundo González en 2024 y recalca que «ninguna negociación que desconozca la voluntad soberana del pueblo de Venezuela puede conducir a una solución viable». Para ella, Venezuela tiene condiciones únicas para una transición ordenada: una sociedad unida en torno al deseo de cambio, una cultura democrática arraigada y una estructura social que ha demostrado capacidad de resistencia, incluso bajo represión.
La dirigente ha rechazado frontalmente en los foros a los que la han invitado la idea de que el país pueda deslizarse hacia un escenario similar al de Siria o Libia. Defiende que la verdadera amenaza de caos es la continuidad del régimen actual y afirma que la transición representa la vía hacia «una paz basada en el Estado de derecho, la libertad y la dignidad humana». Asegura además que buena parte de las fuerzas armadas y los cuerpos policiales están alineados con el cambio y que el nuevo gobierno podrá implementar de inmediato reformas para recuperar el control territorial, desmantelar estructuras criminales y restaurar las instituciones.
La Transición como referencia útil
Dentro de Washington, quienes reivindican la Transición española sostienen que aquel proceso demostró que la clave reside en administrar los tiempos, incentivar las fracturas internas y construir instituciones que sobrevivan al relevo político. La experiencia española se estudia hoy como un ejemplo de negociación pragmática, capaz de ofrecer garantías a los sectores reformistas del antiguo régimen mientras se consolidaba un nuevo sistema democrático.
Sin embargo, hay diferencias sustanciales. El contexto venezolano incluye investigaciones de la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad, un escenario que complica cualquier discusión sobre amnistías amplias. Varios analistas estadounidenses señalan que será necesario diseñar fórmulas mixtas de justicia transicional que eviten tanto la impunidad como el colapso institucional.
A ello se suma un elemento geopolítico: el chavismo ha perdido apoyos en América Latina y el Caribe, y potencias como Moscú y Pekín han reducido su involucramiento, lo que ha incrementado la sensación de aislamiento del régimen.
En la Casa Blanca se asume que la manera en que se gestione la transición venezolana tendrá repercusiones que van mucho más allá del país. El rediseño del equilibrio hemisférico, la contención de redes ilícitas y la disputa geopolítica global atraviesan cada decisión. Washington se mueve así entre dos vectores que chocan, pero que avanzan en paralelo: una presión militar más intensa que nunca y la convicción de que Venezuela necesitará una transición planificada desde dentro, gradual y con supervisión internacional, más cercana al espíritu de la Transición española que a una ruptura abrupta.
El desafío para Estados Unidos es encontrar el equilibrio entre ambas fuerzas. Por un lado, busca acelerar el desgaste del régimen. Por otro, reconoce que una caída sin plan podría desatar una guerra civil. La experiencia española ofrece lecciones, pero no soluciones automáticas. La transición venezolana, si llega, será necesariamente un modelo propio, condicionado por una sociedad exhausta pero cohesionada, una oposición fortalecida y un régimen cada vez más aislado.
