La generación Z cruza fronteras y desestabiliza gobiernos: el aviso llega de Bulgaria a México
Nepal, Bulgaria, Marruecos, México, Perú, Mongolia y Madagascar son los países alcanzados por las protestas juveniles

Manifestantes de la Generación Z participan en una sentada frente a edificios gubernamentales para exigir responsabilidades en Nepal | Aryan Dhimal / Zuma Press
La generación Z —jóvenes nacidos aproximadamente entre 1997 y 2012— ha pasado en 2025 de ser un actor social ruidoso a convertirse en un factor de inestabilidad política con capacidad real de condicionar gobiernos de medio mundo. El patrón —protestas que nacen en redes sociales, se coordinan con rapidez entre los jóvenes, prescinden de estructuras partidistas y se alimentan de un mismo combustible generacional: corrupción, precariedad, deterioro de servicios públicos y una sensación de futuro robado— se ha repetido en todos los escenarios aunque con matices locales. El fenómeno estalló con fuerza en Nepal en septiembre; y esta semana pasada dio un salto simbólico al corazón de la UE con la caída del Ejecutivo búlgaro.
El precedente más contundente se produjo en Nepal, entre el 8 y el 13 de septiembre, cuando una protesta juvenil —autodefinida como Gen Z— se extendió como un incendio digital tras la suspensión gubernamental de múltiples plataformas sociales. La decisión, presentada como una medida regulatoria, fue percibida por los manifestantes como un intento de control del debate público y detonó movilizaciones que desbordaron a la policía, desafiaron el toque de queda y escalaron con episodios de violencia y represión.
El primer ministro, K. P. Sharma Oli, acabó dimitiendo el 9 de septiembre, y el país entró en una fase de incertidumbre institucional. Analistas de la región describieron el movimiento como una ola de jóvenes movilizados contra la corrupción y la falta de oportunidades, organizada en gran medida a través de canales digitales cuando se restringieron las plataformas habituales.
La protesta generacional llega a la UE
Lo ocurrido en Bulgaria la semana pasada cambia el marco: la protesta ya no golpea solo en democracias frágiles, sino dentro de la Unión Europea. El Parlamento aprobó el 12 de diciembre la dimisión del gobierno del primer ministro Rosen Zhelyazkov, tras semanas de movilizaciones contra la corrupción, la influencia de redes oligárquicas y un presupuesto para 2026 que proponía subidas fiscales. Bulgaria afronta ahora un vacío político a las puertas de un hito: la entrada prevista en la eurozona el próximo 1 de enero.
La escena ha sido especialmente incómoda para Bruselas: banderas nacionales y europeas en las calles, protestas reclamando reforma judicial y garantías de elecciones limpias. Medios locales subrayaron que la presión social ha vuelto a exhibir la fragilidad crónica del sistema político búlgaro, con parlamentos fragmentados y sucesivas crisis de gobernabilidad.
En México, la dinámica tomó otra forma: movilización sostenida en octubre e intensificación en noviembre de 2025 bajo una etiqueta explícita —«Generación Z México»— que nació y creció en redes. El detonante fue el asesinato del alcalde de Uruapan (Michoacán), Carlos Alberto Manzo, abatido a tiros en un acto público durante celebraciones del Día de Muertos el 1 de noviembre.
Desde ahí, se sucedieron protestas y marchas, culminando en movilizaciones nacionales el 15 de noviembre con consignas contra la narcoviolencia, la impunidad y la corrupción. Todos los medios nacionales e internacionales informaron de choques en Ciudad de México, con decenas de heridos y policías lesionados, mientras el gobierno cuestionaba la autenticidad del movimiento y denunciaba amplificación digital mediante bots. Sin embargo, las marchas sumaron a distintas generaciones y a críticos veteranos del gobierno.
Más allá del número de asistentes, lo significativo fue el perfil del movimiento. Bajo la etiqueta «México Z», los organizadores se definieron como una iniciativa cívica y no partidista, reclamaron instituciones electorales independientes y una respuesta eficaz contra la infiltración del crimen organizado en la política. Al mismo tiempo, las protestas quedaron envueltas en una disputa sobre su legitimidad, entre quienes las consideraron una expresión espontánea del descontento juvenil y quienes las atribuyeron a intereses políticos organizados.
Madagascar, al colapso institucional
En Madagascar el proceso fue aún más explosivo. Las protestas juveniles comenzaron por cortes de agua y electricidad y se transformaron en un desafío directo al poder. El 29 de septiembre, el presidente Andry Rajoelina anunció la disolución del gobierno en medio de manifestaciones lideradas por jóvenes. Los medios occidentales describieron el episodio como el mayor desafío a su autoridad desde la reelección. Semanas después, la crisis escaló hasta un giro de fuerza con un golpe militar tras la huida del presidente y un colapso institucional alimentado por la protesta.

En Perú, el gobierno no cayó, pero sí quedó amenazado. Tras la destitución de Dina Boluarte y la llegada de José Jerí, estallaron protestas con fuerte impronta juvenil. Los principales medios reportaron disturbios, heridos y un fallecido en octubre. Poco después, el Ejecutivo decretó un estado de emergencia de 30 días en Lima y Callao para contener la inseguridad, en un contexto de presión callejera donde la etiqueta «Generación Z» aparecía como parte del paisaje político.
En Mongolia, el ciclo fue anterior, pero ilustrativo: en mayo, cientos de jóvenes exigieron la dimisión del primer ministro por acusaciones de corrupción y favoritismo; el clima derivó en una crisis parlamentaria y, en junio, el líder acabó dimitiendo tras perder apoyo político. France 24 y The Guardian recogieron esa presión juvenil como un síntoma de hartazgo con la impunidad de las élites.
Marruecos: protestas persistentes
Finalmente, en Marruecos, las protestas iniciadas a finales de septiembre, con protagonismo juvenil y coordinación digital, fueron respondidas con una represión judicial y policial ampliamente documentada. Hubo miles de procesados y centenares de condenas ligadas a disturbios y manifestaciones, mientras Le Monde describió un endurecimiento del Estado ante un movimiento que exige mejores servicios y rendición de cuentas.
De Nepal a Bulgaria, de Madagascar a México, 2025 ha mostrado que la generación Z no solo protesta: marca agenda, erosiona legitimidades y, en algunos casos, derriba gobiernos. En el trasfondo hay una combinación de corrupción, abusos de poder y deterioro económico, amplificada por un ecosistema digital que reduce los costes de organización y acelera la contagiosidad del descontento.
Y ahí está la advertencia: cuando la protesta llega al interior de la UE —Bulgaria— deja de ser un «fenómeno exótico» y se convierte en una pregunta incómoda para cualquier gobierno: ¿qué ocurre cuando una generación entera siente que el sistema ya no le ofrece futuro y aprende a coordinarse a la velocidad de un trending topic?.
