El invierno, un mal amigo para tu salud ocular: cómo proteger tus ojos del frío
Cuidar nuestros ojos es una tarea complicada durante el invierno. Calefacciones, poca luz, poca humedad y exceso de pantallas complican la salud ocular
No hay estación del año que no suponga una amenaza para nuestra salud ocular. Los ojos sufren tanto en invierno como en verano, y también en otoño y primavera. Lo que en una temporada se convierte en ventaja, meses después se convierte en inconveniente. Así hasta suponer una serie de perjuicios, más o menos graves, para nuestra vista.
Si al verano le echamos en cara que llene de sol, arena, cloro y sal nuestros ojos, o a la primavera le recriminamos que la alergia se cebe con ellos, provocando incómodas conjuntivitis y sequedad, el invierno y el otoño no se iban a quedar de brazos cruzados. Donde antes nos enfrentábamos a altas temperaturas, ahora nos peleamos con las bajas.
Donde antes había arena, ahora hay viento y donde antes el sol hacía de las suyas, ahora es el momento de que los fríos mercurios compliquen la salud ocular. Tampoco nos viene bien que los contrastes de temperatura hagan acto de aparición. Ni que sea el momento de enfrentarse a ambientes demasiado secos.
Por si fuera poco, también nos toca lidiar con menos horas de luz natural. Menos sol que podríamos pensar en una ventaja para proteger a los ojos de forma directa, pero no es el único caso. Reducir la luz natural también exige a nuestros ojos adaptarse a ciertos cambios que incluyen un abuso de la luz artificial, motivo que también castiga a nuestros ojos.
Es el invierno, aunque el otoño no se queda corto, así que podríamos sintetizarlo en ‘los meses de frío’ como un mal momento para nuestros ojos. Y el momento idóneo para que prestemos más mimo a su cuidado, no debiendo olvidar que el sistema visual rara vez descansa.
Es habitual pensar que los principales enemigos de los ojos se concentran en verano, lo cual no exime al mal tiempo de su dosis de daño ocular. Quizá sea menos perceptible, principalmente por esa menor insolación y por una menor cantidad de cuerpos extraños presentes en el ambiente.
Es arena, es tierra y también es la irritación asociada a cloro, sal y también a la sequedad propiciada por los aires acondicionados. Sin embargo, el invierno y el otoño, con otras características, tampoco se quedan cortos.
Los enemigos de la salud ocular en invierno
Uno de los errores habituales para proteger nuestra salud ocular es considerar que no necesitamos prestarle atención. Aquellas personas que no tienen ninguna ametropía o defecto de refracción (miopía, hipermetropía o astigmatismo) o que todavía no han entrado en la barrera de la presbicia (la vista cansada) es frecuente que descuiden la protección de los ojos.
Pasar por optometristas, oftalmólogos o médicos de cabecera para chequear nuestra vista no es una idea descabellada. Del mismo modo que no lo es tener citas periódicas con los odontólogos u otros especialistas, nuestra visión también requiere que le echemos un vistazo -casi literalmente-.
Ninguna franja de edad está exenta de sufrir problemas oculares, ni tampoco por género, aunque sí es cierto que a medida que envejecemos somos más sensibles a todo tipo de patologías. Si además metemos en la ecuación otros factores como las ametropías, el uso de lentes de contacto, conjuntivitis de repetición, vista cansada o el síndrome del ojo, es conveniente que no perdamos ripio sobre las señales que mandan nuestros ojos.
Dicho esto, conviene que tengamos en cuenta a quiénes nos enfrentamos para saber cómo remediarlo.
Calefacciones
Pocos espacios se libran de sus ‘inclemencias’. Da igual que sea en casa, en el trabajo, cuando salimos o en el coche. De hecho, en algunos casos nos enfrentamos a una corriente de aire caliente que se dirige directamente a la cara. Seca así nuestros ojos y genera sensaciones de escozor, ardor y también las de algún cuerpo extraño en los ojos.
Esa sensación además puede implicar irritaciones o pequeñas conjuntivitis si estamos expuestos a estas corrientes cuando proceden de focos no especialmente limpios. Pasa con los aires acondiciones o las bombas de calor y con la calefacción de los automóviles.
Por ello, es normal que las personas que sufren del síndrome del ojo se vean especialmente afectadas. Dolor, visión borrosa, escozor, enrojecimiento o lagrimeo excesivo se aprecian entre los síntomas más frecuentes. Algo que también sucede para las personas que utilizan lentes de contacto. Al secarse dentro del ojo, tienden a perder su forma y se adhieren con más firmeza al globo ocular.
Más vida en interiores y baja humedad
La mayoría de las causas que deterioran nuestra salud ocular son multifactoriales y no se suelen explicar la una sin la otra. Si tenemos la calefacción alta también se deberá a que hacemos más vida en las casas. Como sabemos, también es un territorio abonado a las alergias -especialmente a las de los animales domésticos y a las de los ácaros-. Este par de causas se multiplican en invierno porque la ventilación de los espacios es menor, motivo por el que deberíamos buscar alguna solución para ventilar sin dejar las casas muy frías.
Puede parecer un contrasentido que en estaciones aparentemente frías pueda haber una baja humedad ambiental. Sin embargo, ocurre que el frío no siempre viene cargado de humedad, sino que puede ser seco. Motivo por el que la exposición prolongada al aire puede deshidratar nuestros ojos y dañarlos.
Las consecuencias, las habituales: ojo seco, irritación, escozor, ardor, lagrimeo excesivo e injustificado y la sensación de tener cuerpos extraños en el globo ocular. Por este motivo, conviene que en cualquier caso recurramos a fórmulas humectantes para tener los ojos lo más hidratados posibles.
Menor luminosidad
El verano lastima nuestros ojos a base de rayos de sol muy directos y de calor, así que podríamos pensar que el invierno será una bendición por lo contrario. Por desgracia, el invierno tampoco muestra clemencia con nuestros ojos. Al haber menos luz natural, abusamos de la luz artificial, lo cual también supone una ligera alteración ocular. En ese mismo sentido, se debe remarcar el esfuerzo que los ojos deben hacer para adecuarse a ella, lo cual puede generar también el llamado estrés visual, enemigo de la salud ocular.
A eso hay que sumarle también otro factor: el universo de las pantallas. Teléfonos, ordenadores, televisiones, tablets… Toda clase de aparatos domésticos que nos exigen ese plus de concentración que además obligan a utilizarlos con mucha luz artificial. Por este motivo, es conveniente que además tengamos en cuenta el tipo de luz en función de la estancia.
Las destinadas al descanso deberían tener una luz cálida y amarillenta, relegando las luces blancas para los cuartos de baño y para las cocinas. Eso también significa que hemos de tener varios puntos de luz, una causa habitual de fatiga ocular al depender de una sola fuente, que en ocasiones podemos bloquear en función de su procedencia. Por ejemplo, cuando estamos en un despacho o en una sala de estudio.
Forzar así los ojos en situaciones de baja luminosidad también implica a menudo dolores de cabeza. Si se focalizan en la zona de la frente es habitual que se deba a una ametropía no diagnosticada. Por contra, si son dolores de cabeza que implican aura o destellos lo más común es que sean migrañas oculares y tengan otro origen.