El estrés, el enemigo silencioso de tu piel y de la caída del pelo
Cabello y dermis sufren las consecuencias de un exceso de cortisol, el cual puede implicar caída del pelo, acné o dermatitis
Si te preocupaba la relación que el invierno tiene con tu piel y tu pelo, no debes menoscabar la que tenga el estrés con ellos. Como en todo proceso fisiológico, las alteraciones de nuestro estado nervioso también se van a manifestar de diferentes maneras. Hoy hablamos de estrés, pero también la depresión o la ansiedad pueden cebarse de forma casi imprevista sobre cabello o dermis.
Los síntomas nos alarman con facilidad con la caída de pelo. La ducha, una chaqueta, la almohada… Una serie de señales que nuestro día a día nos mandan para ver como una alopecia sin aparente sentido brota. Sin embargo, no son las únicas pistas que el cuerpo nos acaba mandando.
Cabello más quebradizo o más seco; también con menos volumen y más apagado, son señuelos inequívocos de que algo no está funcionando correctamente en nuestros folículos pilosos. Irónicamente, también el estrés puede venir aparejado de un aumento de la caspa, lo cual podría parecer un contrasentido, pero todo tiene sus motivos.
Exactamente lo mismo que le ocurre a nuestra piel, el órgano más grande de nuestro cuerpo, que también palidece -casi literalmente-cuando el estrés aparece. Menos brillo, una menor elasticidad e incluso pequeñas manchas, eczemas, ampollas o ronchas a modo de urticaria también nos ponen sobre aviso.
Es cierto que antes de echarle la culpa al estrés hay que descartar otra causas. Los factores ambientales influyen, claro. De hecho, nuestro pelo sufre especialmente con los cambios de estación —generalmente más en otoño y primavera, donde comienza una gran muda—, pero también con las agresiones externas que sol, lluvia, viento y otros agentes pueden suponer.
Lo mismo que le ocurre a nuestra piel, a la cual debemos proteger con algo más de celo en las estaciones más agresivas: invierno y verano. Bajas y altas temperaturas; intensa incidencia del sol; humedad; salinidad… La lista de sospechosos habituales como elementos perjudiciales para nuestra dermis no son pocos.
En esa balanza también hay que tener en cuenta a nuestra lista de la compra. Hay alimentos que le van a venir bien a nuestra salud capilar y a nuestra piel, generalmente aquellos que guarden una gran relación con la hidratación y la desinflamación de los tejidos. Por este motivo, es habitual que ciertos productos ricos en grasas insaturadas y ácidos grasos esenciales nos vengan bastante bien. Es el caso del pescado azul, de los frutos secos, del aguacate o del aceite de oliva virgen extra, entre otros aliados necesarios.
Por qué el estrés afecta a nuestro pelo y a nuestra piel
No se trata de una simple cuestión estética, sino de causas que esconden otro tipo de alteraciones hormonales. En este caso, el famoso cortisol, una de las más relacionadas con nuestra salud tanto física como mental. El cortisol se libera en las situaciones de estrés como respuesta del cuerpo para mantenernos en estado de alarma.
Se genera una señal en el hipotálamo que encarga a las glándulas suprarrenales este subidón de adrenalina y de cortisol. Con ello conseguimos que nuestro cuerpo centre sus esfuerzos en hacer frente a la agresión -que puede ser una situación de tensión o miedo-. Cuando ésta pasa, nuestro cuerpo recupere sus funciones normales, paralizadas temporalmente. Es el caso de ciertos sistemas como el digestivo, el reproductor e incluso los procesos de crecimiento.
Como decimos, es un momento puntual en el cual el cuerpo se pone en guardia, según explican desde Mayo Clinic y que rápidamente vuelve a su situación normal. Entre las ventajas del cortisol, también encontramos una mayor disposición de azúcar en sangre —necesitamos energía rápida—, es más eficiente en su uso y también aumenta la disponibilidad de sustancias reparadoras.
A priori, todo ventajas. Por desgracia, aseguran desde el blog de la citada clínica, que los niveles altos de cortisol son perjudiciales para nuestro cuerpo porque neutralizan nuestro sistema inmune. En román paladino: también afecta a nuestra piel, pelo y uñas.
Las señales en el cabello
El estrés puede estar detrás de diferentes agresiones capilares. Algunas son reversibles, como la caída o la pérdida de brillo, pero otras son irreversibles como la aparición de las canas. A ellos también hay que sumarle el escozor e irritación en el cuero cabelludo, el surgimiento de brotes de caspa o la dermatitis seborreica y todos tienen en este caso al estrés como denominador común.
Puede parecer raro que la caspa, un proceso tradicionalmente asociado a un exceso de grasa, pueda ser un síntoma que conviva con un cabello seco o quebradizo, pero sucede. Para ello hay que entender cómo funciona nuestro pelo. Hablamos de los folículos pilosos, pequeñas raíces presentes en toda nuestra piel que se encargan de dar a luz a nuestro cabello. Junto a ellos están las glándulas sebáceas, cuya misión es ayudar a eliminar las células muertas de la piel, lubricándolas y también previniendo la resecación de los tejidos.
El problema es que en los episodios mantenidos de estrés, nuestro cuerpo segrega más sebo. Por este motivo, no damos tiempo a que ese sebo cumpla con su ciclo vital de hidratación, sino que tiende a saturarse en su salida a través de los poros. Bloquea así los folículos pilosos, razón por la que el cuero cabelludo se llena de estas incómodas escamitas al secarse. Y motivo también que veremos en la afectación de la piel.
Sin embargo, hay otras causas con las que el estrés se manifiesta en el pelo. Desde CantabriaLabs hablan del efluvio telógeno, un proceso donde la raíz del folículo interrumpe su crecimiento. Es otro motivo más de ese extra de atención que el cuerpo debe prestar a las agresiones externas, dejando en segundo plano otras tareas. Por esa razón, se aprecia una caída prolongada y notable de pelo que, por fortuna, es reversible.
Lo que no es reversible es la aparición de canas. También asociadas al estrés, su aumento se debe a la reducción de los melanocitos, los pigmentos encargados de dar color a nuestro cabello. Esto se debe a un exceso de norepinefrina química durante los episodios de estrés, que afecta a las células madre que se encargan de generar los melanocitos, acabando con ellas y permitiendo que aumente el cabello blanco o grisáceo.
El estrés en la piel
La sintomatología de cómo el estrés se ceba con nuestra piel es diversa. Puede ser con un exceso de grasa y acné —sí, incluso en adultos—, pero también puede ser con episodios de extrema sequedad, poco brillo, irritaciones, eczemas, dermatitis o arrugas.
Todo esto se debe a las reacciones inflamatorias que el estrés causa en nuestro sistema neuroendocrino por ese exceso de cortisol. Cuando se mantiene en el tiempo, su influencia provoca una mayor actividad de metaloproteinasas, pequeñas enzimas que degradan el colágeno y la elastina presentes en la piel. Al mermarse estas cantidades, aparece una mayor flacidez y más arrugas. Pero no es la única causa.
También apreciamos una piel más reseca o con menos brillo, a pesar de que las glándulas sebáceas trabajan a pleno rendimiento. Sucede lo mismo que en nuestra cabeza: una oclusión de los poros. Al secretarse en mayor cantidad, el sebo bloquea su salida, impidiendo a la piel que respire y que este sebo se reparta por la superficie de la dermis y la lubrique. Por contra, lo que puede propiciar es que aparezcan episodios acneicos.
Al concentrarse en gran medida estos puntos en la cara, una zona donde la generación de sebo es elevada, los poros se obstruyen y pueden dar vida a los famosos puntos negros (los comedones abiertos) o las espinillas o puntos blancos (comedones cerrados). Aparece un exceso de grasa en ese desequilibrio que, como tantos otros motivos, tiene un origen en el estrés.
No es la única manifestación, claro. Dermatitis atópica, urticaria, eczemas o psoriasis también pueden tener una justificación a través del estrés. En este ‘rompan filan’ que el estrés supone, alertando al cuerpo, aumentamos una respuesta del sistema inmune con un incremento hormonal que puede afectar con más potencia a personas con la piel sensible.
Se produce una inflamación de los tejidos, se activa la circulación sanguínea y se engrosa la piel, razones por las que los picores, los sarpullidos o las dermatitis también encuentran motivos para quejarse del estrés. De nuevo, cortisol, adrenalina y noradrenalina tienen culpa de que esto suceda al dar la señal de alarma.
Puntualmente no es perjudicial, pero sí lo es cuando se mantiene en el tiempo. Por este motivo, conviene identificar las causas que nos están produciendo ese estrés y no pensar que es solo una patología que afecta a la salud psicológica, sino también a la física, incluso en campos tan aparentemente nimios como la piel o el pelo.