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Cómo proteger tu garganta en invierno (por dentro y por fuera)

El frío, las calefacciones, lo que bebemos o cómo hablamos pueden suponer en invierno elementos que condicionen la salud de nuestra garganta

Cómo proteger tu garganta en invierno (por dentro y por fuera)

Una mujer se toca la garganta. | Gtres

Las bajas temperaturas, los cambios de humedad y las corrientes de aire se convierten en peligros constantes para nuestra salud. La garganta, como la boca, se convierten en la puerta de entrada que tienen que enfrentarse a a numerosos enemigos. Al contrario que pasa con la nariz, nuestra garganta no está diseñada con la misma minuciosidad para filtrar y calentar el aire exterior.

Se suceden así diferentes infecciones que pueden tener carácter bacteriano o vírico, y que hacen que el malestar de garganta sea una tónica habitual durante el invierno y los meses de frío. El frío genera así una inflamación en la garganta, lugar adecuado para que los virus ambientales aniden y puedan causar esa infección vírica. En otros casos, también diversos virus como el estreptococo pueden acabar desembocando en una amigdalitis, por lo que los enemigos vienen por dos frentes.

Por qué aumentan las faringitis en invierno

El frío no es el único enemigo que desata estos dolores de garganta, que suelen cursar inflamación, enrojecimiento, picor, carraspera y, que si no se atajan, también pueden acabar provocando fiebre, dolor de cabeza, diversos dolores tanto musculares como articulares o inflamación de los ganglios linfáticos.

Se estima así que la mitad de los españoles sufrirán una infección de garganta durante el invierno, y que un tercio padecerá dos o más de dos. Datos poco positivos de una enfermedad o patología aparentemente menor que, sin embargo, podemos intentar minimizar lo máximo posible.

Amén del frío, gran elemento perturbador de nuestras defensas, también hay que poner sobre la mesa a otros enemigos. Generalmente, la reducción de la humedad ambiental, tanto interior como exterior. Esto puede suceder en las casas, debido al uso de calefacciones o sistemas de refrigeración. Igual que ocurre en la calle, ya que el viento y la baja humedad atmosférica son frecuentes en esta época del año.

A ello se debe sumar enemigos conductuales, como puede ser lo que bebamos o comamos. El contraste térmico entre el frío y el calor, en el que solemos incurrir cuando bajan las temperaturas, también nos afecta para mal. La garganta es extremadamente delicada a los cambios de temperatura, por lo que el calor extremo de una bebida también supondrá una causa de irritación. Del mismo modo que sucederá con una bebida fría o con hielo, por ejemplo.

Cómo proteger la garganta por fuera

Tanto el frío excesivo como el calor pueden irritar y dañar la delicada mucosa de la garganta. ©Gtres.

El mundo cambió en la forma de relacionarse con la covid-19 y ha supuesto la aparición de las mascarillas en nuestra vida. Más allá de su incomodidad o la causa de fuerza mayor que las impone, la realidad es que para evitar pequeñas infecciones bucofaríngeas o nasales nos vienen bastante bien. Al final, ese filtro del que nuestra boca adolece acaba apareciendo de forma externa con estas mascarillas, por lo que no nos viene mal para evitar faringitis.

Podéis pensar que es un mal menor, lo cual no deja de ser cierto, pero es beneficioso para limitar la aparición de patógenos externos. En cualquier caso, la otra buena idea es que recurramos a las bufandas, pero no de cualquier manera. También con las denominadas bragas y los buffs podemos protegernos, pero siempre con cierta altura.

Evitemos llevar demasiado bajas tanto bufandas como bragas, puesto que el frío realmente no solo afecta a nivel externo, sino que el enemigo viene al entrar por la boca abierta. También, si queremos intentar reducir estas irritaciones sobre todo en el ámbito doméstico, una buena opción es recurrir a vaporizadores y humidificadores para reducir la sequedad que suelen producir las calefacciones, enemigas de estas inflamaciones.

Cómo proteger la garganta por dentro

Conviene no excederse con la temperatura de las infusiones y añadir una pizca de miel para potenciar el efecto antiséptico. ©Gtres.

Toda la vida hemos recurrido a recetas tradicionales, muy de abuelas, que sin embargo han funcionado. Es habitual haber recomendado hacer gargarismos a base de miel y zumo de limón, aunque hay un remedio bastante más práctico y también doméstico. En este caso, se aconseja que las gárgaras sean de agua con bicarbonato o con sal, es decir, con un elemento alcalino antes que un elemento ácido como el zumo de limón.

Evidentemente, no es un remedio infalible, pero sí ayuda a minimizar la inflamación y a reducir el dolor que se produce, especialmente al tragar. También, aunque no es mágico, conviene estar siempre bien hidratados. El agua nos ayuda a hidratarnos, algo esencial si queremos que la enfermedad desaparezca cuanto antes, pero también porque ayuda a mantener lubricadas y húmedas las membranas y las mucosas, por lo que se reduce la sensación de dolor.

El uso de la miel también es recurrente por sus virtudes antisépticas, antibacterianas y antiinflamatorias. Podemos disfrutar de ella sobre un té templado —recordemos que no esté ardiendo— o simplemente consumiendo una cucharadita. En todo caso, no olvidemos que se trata de una gran cantidad de azúcar. Por este motivo hay que moderarse en su ingesta y, si padecemos acidez o reflujo gastroesofágico tener en cuenta que puede aumentar la pirosis nocturna.

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