Croquetas precocinadas de calidad: cinco aspectos para que no nos den gato por liebre
Oro parecen, pero no siempre. Fiarse de una buena croqueta precocinada también supone fijarse en el etiquetado
Como las croquetas de tu abuela —o de tu madre— no hay ninguna. Eso lo sabemos y no vamos a negociarlo, pero la realidad es que el mundo de este apasionante rebozado está en auge desde hace unos cuantos años. Por eso, no nos extraña que las croquetas precocinadas estén viviendo también su particular resurgir.
La ventaja es que cada vez son más las empresas que se esmeran en convertir este rebozado en un plato gourmet. Mejores ingredientes, mejor bechamel o simplemente una sencilla cuestión de cantidad hacen que, por suerte, ya no tengamos que mirar con una mezcla de temor y respeto al congelador.
De hecho, incluso si nos metemos en la cocina, no tenemos por qué tener miedo a su contenido calórico. Huelga decir que nunca van a ser un producto que un nutricionista recomiende para el día a día, pero hay remedios. Ya te contamos en su día cómo hacer croquetas caseras más saludables, ligeras y digestivas. Hoy, sin embargo, vamos a abrir la veda a las buenas croquetas precocinadas que, como las meigas, haberlas haylas.
Más de dos siglos de croquetas
La cuestión es en qué fijarnos para saber si estamos ante una croqueta de calidad o no, mucho antes de que la pasemos por la freidora, la sartén, el horno o la air fryer (las populares freidoras de aire). No es una cuestión baladí. Somos un país muy de croquetas, reinas del aperitivo patrio y siempre dispuestas, como decía la canción, a alegrarte el día.
Las opciones huelga decir que son casi infinitas y todo ello como idea de aprovechamiento. Al menos eso sostiene la historiografía, vinculada al cocinero y gastrónomo Antonin Carême, que sirvió en varios menús a principios de 1817 diversas ‘croquetas’ al príncipe regente de Inglaterra en su pabellón de Brighton, como dejó el propio Carême atestiguado en el libro Le maître d’hotel français.
Mito mediante, cada español se zampa al año 151 croquetas; algo menos de una cada dos días, según un informe de Oído Cocina Gourmet, cuyos expertos proponen croquetas sencillas precocinadas que no nos exijan en la cocina mucha mano de obra.
Además, para que no nos liemos en el supermercado, nos aconsejan sobre en qué fijarnos para saber cuándo estamos ante una croqueta precocinada de calidad. Ahora, además, marcados por las limitaciones hosteleras, nuestro hobby croquetero se ve mermado. No es casualidad que la consultora Kantar haya identificado que antes comíamos de media 5,4 veces por semana fuera de casa y ahora solo lo hacemos tres veces. Un dato que salpica tanto al consumo de menú del día, asociado al trabajo, como al propio ocio.
Cómo identificar croquetas precocinadas de calidad
Son muchos los nombres que nos van a tentar para apostar por una croqueta en lineales de supermercado. Las opciones son infinitas, pero, evidentemente, suelen contener pequeñas trampas. Ibérico, cocido, pollo, espinacas, gambas, carabineros, marisco, calamares en su tinta… Las opciones darían para reconstruir un Arca de Noé entera, aunque no es oro todo lo que reluce.
No solo importa el qué, sino también la cantidad. Todos nos hemos topado alguna vez con esa croqueta que dijo ser de jamón y lo único que pasó fue que un día le saludó. O esa otra que presume de ser croqueta de gamba y en realidad de gamba solo tiene la chaqueta.
Cómo identificar una croqueta de calidad antes de comprarla y probarla
- Si breve, dos veces bueno. O lo que es lo mismo, cuanto menos ingredientes, mejor croqueta. En esencia, si las hacemos en casa, una croqueta es harina, leche, pan rallado, sal y el ingrediente del relleno. Nos podemos esmerar más o menos, pero esa es la base. Si nos encontramos con un sinfín de ingredientes, tendremos por seguro que, aunque duradera, la croqueta no va a ser de una magnífica calidad.
- El orden de los factores. El orden importa. Los ingredientes, en una formulación, van en orden decreciente, de más abundante a menos abundante. Si vemos que, por ejemplo, el jamón o la gamba de turno están muy por detrás de harina, leche o pan rallado, mala señal. Lógicamente, la harina es la reina de la croqueta, pero será aún más fiable todavía si el etiquetado pone el porcentaje de cada ingrediente.
- No liarnos con las grasas. Cristina Comenge, chef y cofundadora de la citada plataforma hace hincapié en no temer al concepto grasa. En el caso de las croquetas su recomendación es «intentar evitar los aceites refinados, el aceite de palma y las grasas trans». Por contra, habla también de «grasas realmente buenas y necesarias para el organismo»» De esta manera, si tienen aceite de oliva y no ocupa una posición primordial en la composición, bien; si topamos con otros aceites, a evitar.
- El despiste del azúcar. En la guerra de los precocinados —no solo de las croquetas—, la batalla del azúcar siempre está en perpetua disputa. ¿Necesita azúcar una croqueta? La respuesta más obvia es no, lógicamente. Por eso mismo, nos recomiendan fijarnos en conceptos como sacarosa, dextrosa o fructosa, que a veces se utilizan como camuflaje para despistar al consumidor en vez de decir azúcar.
- Calorías sí, pero saludables. Obcecarse en el control de las calorías es un error, lo cual no quiere decir que las vigilemos, ¡ojo! Lo que sí hay que tener claro es que las calorías en función de lo que consumamos. Por este motivo, los expertos aconsejan no fiarse «de un valor reducido que se traduzca como saludable», pues podemos encontrar productos con pocas calorías pero que nutricionalmente sean irrelevantes. Por tanto, insisten en que «el secreto está en el valor nutricional de los alimentos». Se trata, en definitiva, de que las calorías aporten.