La ducha perfecta que tu salud pide (y por qué el término medio es lo más correcto)
Podemos recurrir a la hidroterapia doméstica siempre y cuando no nos vayamos a los extremos
Un placer cotidiano como la ducha no tiene por qué limitarse a una mera cuestión higiénica. La realidad es que este momento bajo el chorro de agua es una pequeña bendición merecida después de un día de trabajo o, en función del día, la mejor manera de ponernos en marcha.
Los dos bandos enfrentados en el grifo tienen sus argumentos para hablar de las bondades de la temperatura. Están los irredentos del agua caliente, que piden superar los 40º con facilidad, y también están los devotos del agua fría, fieles a bajar de los 25º según sea posible.
La realidad es que ambos mundos tienen parte de razón, pero en cualquier caso el término medio será lo más aceptable si lo que buscamos es una ducha saludable. Es cierto que en los dos ejemplos encontramos ventajas para la salud aunque no se ha de correr el riesgo de encontrar también los efectos perjudiciales —que los hay— si nos vamos a los extremos.
Podríamos decir que hay una especie de ducha aristotélica en la que ‘en el término medio está la virtud’ y que no se limita solo al agua tibia. Más bien lo contrario, a una ducha de contrastes, una técnica de duchas frío-calor que lleva siendo utilizada en hidroterapia desde hace décadas.
No hace falta que en nuestra casa tengamos una ducha de chorros o un jacuzzi. Tampoco las fastuosas duchas efecto lluvia que suelen abundar en los hoteles, ya que nos bastará con nuestra tradicional alcachofa para disfrutar de estos placeres. Además, como es lógico, incluso cada momento del día tiene su ducha predilecta, pero esto os lo contaremos más adelante.
Agua fría vs. agua caliente: ¿cuál es la ducha perfecta?
Consideramos agua caliente en una ducha toda aquella que supere la temperatura corporal de 36º en la que nuestro organismo funciona. Más allá de ella, los termorreceptores de nuestro cuerpo se pondrán en marcha y transmitirán al orden al cerebro de que nos estamos calentando en exceso. Dependiendo de nuestra edad, la tolerancia también varía.
En este sentido, se estima que la temperatura más adecuada para niños y menores está en torno a los 36º, lo que supondría un agua tibia. Los adultos, por el contrario, pueden soportar temperaturas más elevadas de entre 40º y 45º, considerándose peligrosa el agua que va más allá de los 48º. En cualquier caso, la industria de calderas y termos impiden de esta manera que la temperatura del agua corriente caliente pueda superar los 60º, una temperatura que ya supone riesgo de quemaduras aún a bajísimas exposiciones de tiempo.
Sin embargo, tan malo puede ser el defecto como el exceso. Una temperatura demasiado fría, por contra, también supone riesgos para la salud como hipotermias, arritmias o taquicardias, motivo por el que debemos descartar ese escenario de extremos. Para hablar de una temperatura del agua ‘fría’ tolerable, debemos hablar de unos 25º aunque, como es lógico, hay que contemplar el momento del año en que lo hagamos. No es lo mismo ducharse a 25º cuando estamos en invierno que hacerlo a 25º cuando estamos en verano.
Los beneficios del agua caliente
Concebimos la ducha caliente como un momento relajante al final del día y no le falta razón. La tentación existe y sus motivos realmente la hacen útil, ya que activamos el sistema nervioso parasimpático que nos da esa sensación de cansancio. Una ducha caliente —no ardiendo—, además de servir como relajante muscular, también puede tener beneficios respiratorios.
Se lo debemos, principalmente, a la creación de vapor y de vaho que nos rodea, el cual servirá para abrir las vías respiratorias, del mismo modo que potenciamos la acción vasodilatadora gracias al calor. Esta liberación es particularmente útil en los meses de invierno, momento en que la congestión suele alcanzar sus picos, pero también nos vendrá bien en verano o en primavera, sobre todo durante episodios alérgicos.
Sin embargo, pecar de agua demasiado caliente tiene contraprestaciones. La primera es que reseca la piel en exceso, aún en contacto con agua, impidiendo que nuestra dermis genere la capa lipídica protectora y naturalmente hidratante que genera. Además, también supone una potencial irritación dérmica. La ventaja en este caso también se asocia al mismo inconveniente, ya que abre los poros y permite que la suciedad y el exceso de grasa se eliminen, pero con matices.
Los beneficios del agua fría
Aunque de inicio exija más valentía, la ducha de agua fría también incluye ventajas saludables. Con reservas, pues no todo el mundo debe exponerse igual, pero incluye beneficios. Nos hará bien para calmar pieles irritadas, ya que el calor exacerba el picor, pero no solo la piel encuentra bondades en el agua fría.
Aumenta el flujo sanguíneo, ya que la contracción de los vasos sanguíneos —la vasoconstricción asociada al frío— posibilita que el corazón aumente el bombeo de sangre. Del mismo modo, también obliga a los pulmones a aumentar la respiración para poder transportar todo ese oxígeno, teniendo como consecuencia —entre otras— el despabile matutino.
También incluye ventajas asociadas a la pérdida de peso, o a su estimulación. Al obligar al cuerpo a quemar calorías para mantener la temperatura, la ducha de agua fría podría verse recompensada con la pérdida de algunos gramos. En cualquier caso, no es la única forma —ni la más rápida— de adelgazar. Lo que sí es una ventaja más demostrable es que nos permite tener una piel y un pelo más cuidados y brillantes.
Tiene que ver más con la estética, es cierto, pero al no resecar los folículos pilosos, permite que el pelo tenga su brillo natural. Lo mismo que ocurre con la piel, ya que no erradica esa capa lipídica al deshidratar como pasa con el agua caliente. En ese sentido, además de tener mejor pelo, el agua fría también descongestiona músculos tirantes después del ejercicio.
En la parte mala, pasarnos con el agua fría, también puede venir asociado a arritmias y taquicardias y, aunque entre sus ventajas está la de potenciar nuestro sistema inmune, es conveniente que la adaptación sea paulatina y que no nos duchemos con agua fría si nuestra temperatura corporal es baja o si estamos resfriados, por ejemplo.
La ducha más saludable
Bautizada como ducha escocesa, es conocido el éxito en la hidroterapia de las duchas alternantes de agua caliente y fría, muy presentes en los spas, saunas y centros de bienestar. En casa es complicado tener una máquina que se adapte a estas necesidades y a gestionar con velocidad los contrastes de frío calor que sería lo más adecuado.
La opción pasa así por enfrentarnos a nuestro monomando —es más manejable que el los grifos bimando—y cambiar del agua fría al caliente —en la medida que soportemos ambas— de manera continua. Una teoría desarrollada por el doctor Sebastian Kneipp, padre de esta técnica de hidroterapia, que consiste en mantenerse un minuto bajo el agua fría para, a continuación, pasar otro minuto con el agua tan caliente como soportemos —insistimos, sin que nos queme—. Así durante entre tres y cinco veces.
Con ello, conseguiremos fortalecer el sistema inmunitario, el sistema respiratorio y el sistema circulatorio, además de conseguir un buen equilibrio térmico y sanguíneo. Por un lado, el agua caliente dilatará los vasos sanguíneos e, instantáneamente, el agua fría aumentará el bombeo de sangre, lo que vendrá de fábula al organismo para ese momento détox.