Por qué usar calcetines es bueno para tu salud (además de para evitar el frío)
Si tu salud hablase, no te dejaría salir sin calcetines a la calle
Parece una simple cuestión de moda, pero utilizar calcetines es una decisión que trasciende de lo estilístico. Habitual entre la gente más joven, incluso dejando buena parte del tobillo al descubierto, los pies se convierte en la puerta de entrada del frío. O, en el orden inverso, en un punto de fuga del calor corporal.
No necesariamente hablamos de llevarlos a todas partes —cama incluida—, pero sí de prestar más atención a ‘vestir’ nuestros pies. No es una cuestión baladí, sobre todo en invierno o los meses más fríos. Prescindir del calcetín no solo es una forma fácil de destemplarnos.
Podríamos además pensar que es una simple cuestión de estaciones. La lógica deja la puerta abierta a que nuestros estilismos cambien entre invierno y verano. Del calzado de oficina o de las zapatillas cerradas pasamos al mundo de las sandalias y las chanclas. Ahí topamos con la estética y ese momento en que el raciocinio nos dice que sandalias y calcetines son un atentado contra el buen gusto. No lo negamos, aunque a los británicos les convenza más como solución.
Eso no quiere decir que en verano no debiéramos utilizar calcetines. Evidentemente, no en todos los contextos, pero la realidad es que calcetines más o menos ligeros van a estar aparejados a ciertas ventajas independientemente de la estación. Con el frío fuera de juego, el calcetín también cobra importancia en los meses más calientes. No solo por una cuestión térmica; también por el aumento de la exposición solar.
Hay que manejar una panoplia elevada de alternativas. No siempre vamos a pedir calcetines de lana o de caña alta. Del mismo modo que no necesitamos calcetines tobilleros, ejecutivos o los famosos pinkies en todos los momentos.
Los calcetines, cargados de razones históricas para vestirlos
Aún con todas las vicisitudes que la moda impone, es palpable que prescindir del calcetín no es per se una buena noticia. No es que nuestra salud se vaya a convertir en un quebradero de cabeza por apartarlos del outfit. Tampoco significa que nos vaya a hacer especialmente bien, ojo.
La realidad es que el calcetín lleva en uso durante más de dos milenios como barrera protectora. Sol, viento, humedad, rozaduras, animales… Fueron los bárbaros germanos los que demostraron a las legiones romanas las ventajas de utilizar primitivos calcetines. Igual que fueron los galos los que enseñaron al Imperio las bondades del pantalón frente a la túnica.
Más basta y remota es la solución neolítica, limitada a una especie de venda —normalmente de piel de animal— en la que se envolvía el pie para reducir la fricción con el calzado. Sería en el siglo VIII a.C cuando el poeta griego Hesiodo hable de los piloi, una especie de calcetín primigenio que ya se concebía a partir de distintos tejidos no animales. Más adelante, los egipcios, de los que hay pruebas que utilizaban calcetines, desarrollaron una incipiente industria textil.
Cuatro razones para utilizar calcetines
Evitar roce, evitar humedad, concebirlo como un amortiguador previo y proteger nuestra piel entra en las tareas que un calcetín hace de forma humilde. Nuestros calcetines, amén de señal de estilo, también suponen una barrera protectora de primer orden contra ciertas inclemencias. El frío se lleva la palma, aunque no está sola. También, si metemos al invierno y al mal tiempo de por medio, corremos el riesgo de que podamos empapar nuestros pies y la sensación del destemple aumenta.
No es la única vicisitud, claro. Decir adiós a los calcetines también puede suponer decir hola a numerosas infecciones bacterianas y fúngicas en los pies. Acabar con esta barrera artificial de algodón —generalmente— y de ciertas fibras artificiales también es convertir nuestro calzado en campo de cultivo de numerosos microorganismos.
Obviamente, son microorganismos que, con calcetín o sin él, van a existir. Eso no significa que, si dejamos al calcetín actuar, al menos podamos reducirlos o intentar que no vayan a más a marchas forzadas. Un amortiguador natural que, en ese mismo sentido, también permite limitar las asperezas y durezas podales.
Quizá no sean las que más nos preocupen en el mundo, claro. Aún así, recurrir al calcetín —de calidad— es una magnífica forma de reducir el contacto entre el calzado y la piel del pie, bastante sensible. Con esta profilaxis añadida, reducimos el roce —que en este caso no hace el cariño— .
Incluso hay teorías (que necesitan una demostración empírica) que aseguran que usar calcetines durante el coito aumenta las probabilidades de alcanzar el orgasmo. En este caso, según explicaba a la BBC el director del estudio, no se debe exclusivamente al calcetín, sino a paliar el frío durante el clímax sexual.
Evitar el roce
Las rozaduras, sobre todo en la zona del talón y en la zona del antepié son bastante incómodas y frecuentes. Normalmente por ser las zonas más expuestas y comprimidas del pie, más aún cuando el calzado es especialmente rígido. Huelga decir que no es muy recomendable caminar con un zapato de cuero y sin calcetines, pero no está solo.
Estas rozaduras, si el calzado está muy apretado, pueden desembocar en callos o en pequeñas heridas. Los primeros son antiestéticos aunque más allá de su presencia no supone ningún peligro para la salud. Las segundas, si pasan desapercibidas, pueden ser difíciles de curar porque es complicado prescindir de ese roce —aún con calcetines—. Además, al estar en los pies, una zona donde la humedad es abundante, es posible que se compliquen a través de hongos y bacterias.
Previene el mal olor
Piensa qué lavas más a menudo: ¿tus zapatillas o tus calcetines? La respuesta es una obviedad, además de ser más complicado lavar unas zapatillas y correr el riesgo de deformarlas. Prescindir del calcetín supone que toda la humedad que tu pie, procedente de las glándulas sudoríparas aterrice en los tejidos del calzado.
Algunos serán duros, como el cuero, que también sufre si es delicado. Otros serán blandos, como los tejidos artificiales de las zapatillas, cuyas telas se convertirán en el hogar ideal para que ese sudor, mezclado con las bacterias habituales de los pies. De esta manera, la proliferación de hongos y bacterias serán responsables del mal olor del calzado y, por extensión, de los pies.
Un freno para los hongos
El pie de atleta no es el único hongo presente en nuestros pies, generalmente entre los espacios interdigitales. Tampoco el uso de calcetines supone la panacea para esta complicación que se multiplica cuando no utilizamos calcetines. De hecho, hay calcetines especialmente recomendados para evitarlo al combinar materiales como el algodón, fibras de celulosa e iones de plata.
Para ello necesitamos que la transpiración sea lo más elevada posible, tanto en calcetines como calzado. Por eso, los calzados demasiado cerrados se convierten en condensadores de la humedad y del sudor, ofreciendo esa sensación de encharcado. Si utilizamos calcetines, estos absorberán ese sudor, permitiendo que el pie se mantenga relativamente seco.
Un amortiguador añadido
Especialmente para calzados planos y rígidos, como suele ser el calzado de oficina, el uso de calcetines relativamente gruesos supone un extra de descanso para los talones. En ese mismo sentido, un calcetín también supone un extra de agarre dentro de la zapatilla o calzado elegido, por lo que también disminuye la posibilidad de resbalón. Si, por contra, tenemos un calzado deslizante —como los que tienen plantillas de cuero—, nuestro pie patinará de lo lindo dentro de él.
La ventaja parece nimia, pero el correcto agarre del pie también permite que no tengamos que hacer fuerza con los dedos. Piensa en esas chanclas sueltas de la playa y en cómo, para evitar que patinen, agarrotas los dedos de los pies para sujetarlas. Ahora multiplica ese efecto al resto de días del año y descubrirás por qué tus pies piden calcetines.