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Nueva York 2022: la vuelta de los excesos

«Con la ‘vuelta a la normalidad’, en esta ciudad-selva nos vemos forzados a reaprender muchos de esos antiguos hábitos que, en realidad, no tenían nada de sanos»

Nueva York 2022: la vuelta de los excesos

Los alrededores del puente de Brooklyn ya rebozan de turistas | Foto: Ryan Rahman | ContactoPhoto

Desde mi apartamento en Brooklyn, la «vuelta a la normalidad» se detecta primero por el oído. Durante la pandemia, los aviones dejaron de zumbar en el cielo, camino al aeropuerto de La Guardia, en Queens. Después de dos años, ya nos habíamos acostumbrado a los cantos de los pájaros y a las voces de los vecinos charlando en la calle, porque durante este extraño periodo de – ¿congelación?¿hundimiento?¿renacer? – tampoco las ahogaba el tráfico. Pero desde hace cosa de un mes, los motores aéreos vuelven a bramar cada pocos minutos, uno detrás de otro, uno detrás de otro, y ahora se te clavan en los oídos como agujas. No sabíamos que a esas intrusiones también nos habíamos tenido que acostumbrar en algún momento. Con la «vuelta a la normalidad», en esta ciudad-selva nos vemos forzados a reaprender muchos de esos antiguos hábitos que, en realidad, no tenían nada de sanos. 

Aquí estamos de nuevo… | Foto: Jermaine EE | Unsplash.

Algo esencial también ha regresado a Nueva York: los excesos. Broadway vuelve a rebosar de gente los fines de semana. Hay colas para entrar en tiendas de calzado deportivo, el teatro o el restaurante de brunch. Los precios de la comida se han disparado también, un 7% en los restaurantes y un 6% en la compra del supermercado – en el caso de la carne y el pescado, la subida ha sido del 15%. Los deliveristas que entregan comida a domicilio en motos eléctricas se te abalanzan sigilosos en cualquier esquina (o acera) y parecen no tener ningún interés en perder el feudo que les ha otorgado la pandemia. 

Imagen del desfile de pascua. | Foto: Ryan Rahman | Europa Press

Tras tantos meses de encierro, los adictos a la moda y las culturas alternativas salen a lucir sus mejores galas: crestas multicolores, tacones de vértigo, tops minúsculos. Nueva York no sería nada sin ellos. Tampoco lo sería sin las ratas, que se han hecho todavía más dueñas de las calles. El cierre de restaurantes durante la pandemia, así como el regreso de las obras de construcción y la subida de las temperaturas en los últimos meses, las ha hecho todavía más visibles. El otro día, de vuelta a casa por la noche, una rata de más de un palmo de larga se me cruzó en la acera, huyendo de un gran saco de basura negro. Lo que hice fue sonreír. ¿Quién iba a decir que también a ellas nos conmovería reencontrarlas? Quizá solo es un recuerdo traumático, pero que nos devuelve a la vida de antes y eso nos tranquiliza, nos da añoranza.

Midtown, la cresta de la ola del skyline donde se apilan las torres de oficinas, todavía bosteza.

Pista de patinaje inaugurada el 16 de abril en Rockefeller Center. | Foto: Ryan Rahman | Europa Press

Pero los neoyorquinos no han regresado a todas partes. Midtown, la cresta de la ola del skyline donde se apilan las torres de oficinas, todavía bosteza. Tan solo un tercio de los trabajadores han vuelto a su rutina de 9 a 5 fuera de casa. Pasear por esas calles grises, cada vez más llenas de turistas y maletines, pero también de basura, resulta ahora más deprimente de lo que ya era. Sus escaparates son como dentaduras desdentadas, cada cierto número de cristales hay unos grandes paneles que tapian algún local – armaduras que se pusieron durante las manifestaciones por la muerte de George Floyd a manos de un policía blanco, y que ahí se quedaron – o simplemente locales medio vacíos que parecen haber sido abandonados en medio de un huracán – sillas por el suelo, papeles y vasos sobre una barra, cajas de cartón a medio llenar, luces que iluminan el vacío las 24 horas. Hay muchos negocios, sobre todo los pequeños, que no han resistido. Una de las pérdidas más notorias ha sido los restaurantes. En una lista reciente, Time Out lamentaba el cierre de 79 locales destacados de los que muchos no se pudieron despedir. 

Imagen del Día internacional de pelea de almohadas | Foto: Jeenah Moon | Europa Press

La pandemia bombeó la vida hacia los barrios de afuera – Brooklyn, Queens, el Bronx – los lugares donde la gente vive de verdad. En estas zonas más residenciales se empezaron a cortar las calles para que la gente pudiera pasear durante los meses de encierro. Avenidas importantes como la de Vanderbilt, en Brooklyn, se han vuelto una fiesta los fines de semana. La gente pone sus mantas sobre el arcén y hace picnic, las mesas de los restaurantes toman los carriles dobles y los vecinos sacan los altavoces por la noche para montar discotecas improvisadas. Hizo falta una pandemia para que los neoyorquinos entendieran el valor de las terrazas. Ahora la mayoría de los restaurantes tiene un área reservada en lo que antes era el carril de aparcamiento, normalmente protegida con sólidas estructuras de madera y todo tipo de divisiones creativas para asegurar la separación de las mesas – pantallas plásticas, cortinas floreadas – creando en ocasiones espacios íntimos y agradables que antes no existían en la ciudad. 

Hizo falta una pandemia para que los neoyorquinos entendieran el valor de las terrazas.

Protesta en contra del desalojo a los ‘homeless’ en la calle East 9th de Manhattan, New York. | Foto: Andrew Kelly | Reuters

Pero también hay una realidad más oscura que la pandemia ha sacado a la luz: la falta de ayudas sociales a las personas más necesitadas. Esto se ha notado sobre todo en el metro, que, a falta de alternativas, es el refugio improvisado de muchas personas sin hogar, sobre todo durante el invierno. Durante la pandemia, el número de personas que usan el metro se desplomó y sigue muy lejos de recuperarse todavía. Paradas que antes eran bulliciosas, como Times Square o Grand Central, están a poco más del 30% del número de usuarios de 2019. A la vez, más personas que estaban al borde del precipicio económico no lograron seguir agarrándose con uñas y dientes a la poca estabilidad que les quedaba. Y la gran mayoría de esas personas que cayeron al vacío no tienen la piel blanca. Muchos también padecen de problemas mentales o de adicción. Eso se ha traducido en vagones de metro donde es extraño que no haya más de una persona parapetada en un banco de la esquina durmiendo, hablando sola, o gritando, mientras el resto de los pasajeros se esconden detrás de las mascarillas y miran hacia otro lado. Son escenas cotidianas del sistema de circulación sanguínea de esta ciudad envenenada.

Un afiche en el que se puede ver al alcalde de NYC, Eric Adams, junto al lema «Nunca confíes en un cerdo». | Foto: Andrew Kelly | Reuters

El nuevo alcalde de Nueva York, el expolicía Eric Adams, ha optado por intentar solucionar el problema sistémico de las personas sin hogar con la herramienta que mejor conoce: más policía. En febrero inauguró un programa que básicamente prohíbe a las personas sin techo dormir en el metro o en campamentos al aire libre – el objetivo es barrer ese exceso, esconderlo debajo de la siguiente alfombra, en este caso, supuestamente, los albergues. Según el alcalde, en 12 días han limpiado 239 campamentos, pero tan solo cinco personas de todas las que vivían en estos enclaves aceptaron ir al albergue. Mientras tanto, suenan los helicópteros por todo Brooklyn, después de un tiroteo en el metro que tanta policía no pudo remediar. Nueva York no es ni más segura, ni más divertida, ni más limpia, ni más solidaria de lo que era antes de la pandemia, pero sí hay más de todo.  

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