Dos alientos
«Durante estos días, no hemos dejado de tocarnos. Horas interminables de caricias que se repiten impacientes»
Estás en la cama, al otro lado; siento tu presencia. Al mover un pie tropiezo con el tuyo. Estás ahí, emanas calor: calor humano. Te giras hacia mí. No sé si es un acto reflejo o es que ya percibiste la llamada de mi lado salvaje. Ya te has girado del todo y te intuyo cerca, tan cerca que podría alcanzar tus labios; tan cerca que me aterra mi aliento sobre tu nariz. Anoche compartimos comida, cigarros y cuerpo hasta quedarnos exhaustos. No sé si fuimos al baño entre cabezadas para el triatlón de cada noche: dientes, pipí y a la cama; será que no y es por eso que me estoy meando tanto.
Mis ojos y mi boca se entreabren, lo hago en este mismo momento, y me encuentro con tu piel adormilada. Estamos sudorosos, es verano y el calor es intenso. O tal vez sea invierno y estemos atrapados bajo un exceso de mantas. Sea cual sea la estación, el caso es que estamos sudados. El aroma de ayer impregna la atmósfera. Probablemente olamos a todo eso. No puedo confirmar si nos cepillamos los dientes o no, aún me asalta esa incertidumbre, pero mis labios ya están rozando los tuyos, todavía adormilados, y tú me respondes. Una vez más, no sé si es un acto reflejo o si has captado la llamada de mi lado salvaje. La duda me atormenta. Por un momento, considero continuar y sonreír al darte los buenos días o disiparme silenciosamente hacia el suelo y salir de puntillas para mear y nada más.
Tus labios están resecos; tu boca atontada y confundida. Estás dormido aún y gimes. O gruñes. No estoy segura, pero uno de tus largos brazos ha caído sobre mi cintura como un árbol talado y me abrazas. Tal vez sea un acto reflejo o quizás has sentido la llamada de mi lado salvaje, que te aúlla suavemente en silencio.
«Estoy besándote con mi lengua plástica, capaz de introducirse en cada rendija que permiten tus labios»
Abro los ojos y te contemplo desde tan cerca que te veo borroso. Te beso, desenfocadamente. Ahora, mientras sigues siendo una figura sin claridad, te estoy besando y se me llena el paladar de todo tú. Te absorbo el alma a través de tu aliento, inhalándote. Te respiro. El aroma de tu boca es un auténtico manjar. Estoy besándote con mi lengua plástica, capaz de introducirse en cada rendija que permiten tus labios. Te ingiero por completo. Te trago entero masticándote bien para que te deslices fácilmente por mi garganta y te arraigues en mi estómago; así te siembro en mí para que siga creciendo allí la llama de este amor tan casual que desafía mi entendimiento.
Durante estos días, no hemos dejado de tocarnos. Nuestros dedos se entrelazan; nos tocamos brazos, rodillas, vientre, pecho, piernas, espalda. Horas interminables de caricias que se repiten impacientes. El temor a que cada una termine ha acelerado la que viene detrás en un intento por mitigar el miedo a una posible despedida, una realidad que, a nuestra edad, sabemos que tarde o temprano puede llegar.
Una atracción irrefrenable. Un misterio que desafía la razón. Magnetismo.
Ahora estamos aquí, en el umbral del sueño y la vigilia. De repente, tu lengua emerge con urgencia en busca de la mía. No es un acto reflejo, has venido a buscarme a mí, a mi lado salvaje. Nos lamemos el aliento que llega cargado del otro; están jugosos. Buscamos atraparlos como se persiguen las sombras, insistiendo tenazmente en una tarea imposible. Te beso. Me besas. Nos besamos. Agarro tu rostro para evitar que te escapes mientras
haces lo mismo con mis caderas. Me empujas fuerte el culo para acercarme del todo a ti. En este instante, siento cómo tu brazo dormido se despierta y se mueve revolviendo las sábanas. Me pellizcas por donde pasas; en el culo te paras un rato más. No es lujuria, es un «fúndete conmigo»; es fusión. Y, miento, sí que es lujuria; y un grito de «no te vayas»; y un acto de caníbal en una habitación indecorosa llena olores a carne enamorada.
¿Y ahora? ¿Ahora, qué? Ahora, tu mano curiosa vendrá a explorar los confines de mi coño; tu voz empalmada me dirá cuánto te gusta este coño, el mío; y tu erección crecerá cerca de mi muslo, entre nosotros, en nuestro abrazo. Eso es lo que sucederá ahora, así que volveré a cerrar los ojos y permitiré que todo vuelva a ocurrir. Te buscaré una vez más a mi lado, desde mi loba salvaje. Vuelve a encontrarme una y otra vez. Que todo vuelva a ocurrir. Busca mi yo salvaje, y que todo vuelva a ocurrir.