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La pornografía es una ideología

Su mensaje propone una sociedad abierta, explícita, inmediata, simbólica, superficial, despótica, violenta y arcaizante

La pornografía es una ideología

Vídeo erótico en un móvil. | Unsplash

Internet es la máquina más eficaz y mejor engrasada para propagar doctrinas básicas, siendo una de las más importantes la pornografía, que además de ser la sexualidad deconstruida, es una ideología que está trasmitiendo, como una máquina repetitiva, ideas y principios, utilizando muy poco el lenguaje hablado. Para introducir bien su mensaje, a la pornografía le basta con mostrar los cuerpos llevando a cabo operaciones ideológicas más que sexuales, donde los hombres harán de animales dominantes y las mujeres de animales sumisos. Esa definición de las figuras masculina y femenina no obedece a la realidad intrínseca de las almas y los cuerpos, obedecen a una ideología: la de la pornografía.

El mensaje pornográfico trasmite la idea de que el amor es una vana y soporífera operación barroca para llegar a lo elemental: la cama, por eso despoja de elementos amorosos el relato sexual y utiliza una narrativa muy minimalista donde el acceso a la sexualidad es inmediato. El machismo admite un discurso amoroso, aunque pervertido y jerarquizado, pero la pornografía no, por eso es una sistema ideológico más elemental que el machismo, si bien muy vinculado a él en su estructura nuclear.

La pornografía propone una sexualidad fría, monótona, insistente y desposeída de adherencias humanistas, donde los cuerpos son máquinas de placer repetitivas: una sexualidad industrial y convertida en una industria. Su código no es racional, es simbólico, y las estructuras simbólicas llegan mejor a las masas justamente porque no son racionales. En la pornografía el hombre y la mujer son estereotipos que encarna el grado cero del pensamiento, y que quedan tallados para siempre en el inconsciente de los niños que acceden a internet. Se trataría de un corpus que cuadraría con la extrema derecha, vista desde su ángulo más pragmático y simplista, pero también con la extrema izquierda, si se valora su lado deconstructor y demoledor del mito del amor romántico, que en la pornografía brilla por su ausencia. Ahora mismo, la pornografía queda bien en los dos extremos del tablero porque es una ideología radical.

«Se trata de una gramática muy simple con dos elementos básicos: la imposición y la sumisión»

Todas las pornografías de todas las modalidades acortan la narración sexual, pero no la reducen a sus mínimos elementos reales, la reducen a sus mínimos elementos simbólicos, ideológicos y vinculados a la idea de poder. Ahí si que coinciden la pornografía heterosexual, la homosexual y la de todas las demás variantes: se trata de una gramática muy simple con dos elementos básicos: la imposición y la sumisión, que desacralizan la sexualidad. Nada es menos sagrado que el cuerpo para la pornografía, que decreta en todas sus propuestas el fin de la intimidad. A la intimidad del otro podemos acceder con tres o cuatro movimientos sin palabras. Entramos en la planicie de la inmediatez completa y a la vez claramente jerarquizada.

La pornografía propone una sociedad abierta, explícita, inmediata, simbólica, superficial, despótica, violenta y arcaizante en sus pilares básicos. En el fondo nos proyectaría en una sociedad antigua en la que estaría abolido el enamoramiento, que solo podría darse en las clases pudientes, que podrían cortejarse en sus jardines bien protegidos de la realidad. La pornografía apuesta por una sociedad espartana desde el punto de vista sentimental. Al reducir la narración sexual a unos pocos elementos del todo evidentes, se abolen las pasiones, que suelen ser narraciones muy complejas y llenas de derivaciones, y se descarta la seducción y todos sus juegos vinculados al amor. La pornografía odia la complejidad si bien no es enemiga del exceso. En la estructura simbólica de nuestra sociedad, las ideologías se expanden de verdad cuando se convierten en imágenes fantasmales de lo que será la sociedad que desean, y se propagan como una sucesión de alucinaciones sobre el mañana.

No otra cosa es la pornografía vista como una ideología. Sólo se propaga a través de imágenes crudamente simbólicas y entra en las mentes desde la infancia. Si se la deja funcionar a toda máquina y convertirse en la educadora sexual de los niños, como está ocurriendo en este preciso momento, bien podría aparecer de pronto una sociedad parecida a la que postula la pornografía. Todo fantasma aspira a encarnarse y toda ideología quiere apoderarse de la mecánica del mundo y dibujar una sociedad a su imagen y semejanza. William Burroughs, el novelista más dotado de la generación beat, ya trazaba una sociedad así en algunas de sus novelas, y antes que él Proust decía que para evadirse de los escrúpulos de las almas tiernas, había que «penetrar en el mundo inhumano del placer». Ahí veo el elemento fundamental del corpus al que me refiero: el placer real estaría enraizado en la deshumanización propuesta por otro francés: el marqués de Sade, seguramente uno de los escritores más obscenos y tediosos de todos los tiempos.

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