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'Pobres criaturas': la mujer frankenstein descubre el mundo (y el sexo)

La divertida y conmovedora película del griego Yorgos Lanthimos, que se estrena hoy, está nominada a 11 Oscars

‘Pobres criaturas’: la mujer frankenstein descubre el mundo (y el sexo)

Bella Baxter, protagonista de la película. | Element Pictures, Film4 Productions

La protagonista, Bella Baxter (deslumbrante Emma Stone, que lo da todo y más) es una criatura creada en el laboratorio por un doctor heterodoxo y chiflado (perturbador Willem Dafoe, con el rostro surcado de cicatrices). El método: rescata del Támesis el cuerpo de una suicida y le inserta el cerebro de un bebé. El científico responde al nada inocente nombre de Godwin Baxter y su hija-creación lo llama en plan diminutivo God, o sea Dios. No es casual. Los referentes diáfanos son dos grandes personajes literarios que ejemplifican los peligros de jugar a ser dioses y alterar las leyes naturales: el doctor Frankenstein de Mary Shelley y el doctor Moreau de H. G. Wells (este último porque el lunático de la película también crea aberraciones vivientes combinando cuerpos de diversos animales).

Al mando de Pobres criaturas está el griego Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973), el rey del absurdo y el barroquismo visual. Por primera vez en su carrera no parte de un guion original, sino que adapta una novela del mismo título del escocés Alasdair Gray (1934-2019), escritor experimental al que gustaba elaborar pastiches de géneros literarios. El guion es del australiano Tony McNamara, que ya colaboró con el cineasta en su anterior largometraje, La favorita. Hay no pocos puntos en común entre ambas, empezando por el uso reiterado del ojo de pez, es decir el objetivo de gran angular que distorsiona de forma muy evidente todo el contorno de la imagen. En La favorita también inició el director su colaboración con Emma Stone (que sigue en marcha, porque han vuelto a unir fuerzas en KInd of Kindness, todavía no estrenada).

Lo que narra Pobres criaturas es el viaje iniciático de Bella una vez logra abandonar la mansión en la que su creador la mantiene recluida y aislada del mundo. La disociación de un cuerpo de mujer adulta y un cerebro de bebé que se va desarrollando poco a poco es el motor de la película. Desde la completa desinhibición infantil y ausencia de corsés sociales, Bella va descubriendo los placeres y los horrores del mundo. Impulsiva y carente de vergüenza, escupe lo que no le gusta sin disimulo y rompe cosas si se la contraría. Al final, ya dueña de su destino, llegará al conocimiento liberador de la filosofía y la política.

Willem Dafoe en ‘Pobres criaturas’. Imagen de Atsushi Nishijima. © 2023 20th Century Studios All Rights Reserved.

Deseo y libertad

Sin embargo, hay un elemento crucial en su proceso de aprendizaje: la revelación de la sexualidad. Primero llegará a la «felicidad» mediante la autoexploración y más tarde, ya en compañía, disfrutará de lo que ella denomina con su peculiar lenguaje «saltos furiosos». Entran en escena otros dos personajes masculinos: un candoroso estudiante al que el doctor toma como discípulo para que le ayude a monitorizar el desarrollo de Bella (enternecedor Ramy Youssef) y un abogado vividor y con ínfulas de seductor (hilarante Mark Ruffalo).

Una de las cosas que descubre Bella es que utilizando su cuerpo puede dominar a los hombres que la rodean y tratan de manipularla o aprovecharse de ella. Habrá quien leerá la película como un alegato en favor del empoderamiento femenino, que de «mujer bebé» prisionera de los hombres pasa a ser finalmente dueña de su sexualidad y con ella de su libertad. Pero también habrá quien discuta el regodeo en la sordidez del prolongado episodio parisino en el que Bella entra a trabajar en un burdel regido por una siniestra madame y se confronta con una sucesión perversiones, cual Justine sadiana. En cualquier caso, si el referente más obvio de Pobres criaturas es el ya mencionado de Mary Shelley y la literatura gótica, en su trasfondo asoma otro eco literario: el del deseo femenino desbocado y libre que supone un cuestionamiento del orden establecido, tema de las novelas con protagonista adúltera que abundaron en el siglo XIX, de Madame Bovary a Ana Karenina, pasando por La Regenta.

El escenario de la película es un Londres seudovictoriano, retrofuturista y steampunk, al que después se suman otras ciudades -Lisboa, Alejandría, París- cuando el personaje emprende su periplo con el patético y liante seductor. Todo está rodado en unos decorados de aire art decó con toques fantasiosos, lo cual confiere a Pobres criaturas el aspecto visual de un cuento perverso. A ello contribuyen también el imaginativo vestuario, la fotografía que combina tramos en blanco y negro con otros de colores saturados, y de forma muy destacada la osada banda sonora del músico británico Jerskin Fendrix, en su primer trabajo para el cine.

Lanthimos es uno de esos directores con un universo y un estilo propios e intransferibles -como Wes Anderson en un registro distinto- que no dejan a nadie indiferente, lo cual ya es un mérito. Lo amas o lo odias, en ambos casos con fervor. Pobres criaturas seguramente no sea una propuesta de digestión fácil para todos los paladares. Es un delirio rococó, una extravagancia con momentos desternillantes. Es muy divertida, pero también conmovedora. No se queda en la mera fachada del artificio visual, porque el viaje hacia la libertad que relata está lleno de matices y también de aristas. Una genialidad, ya oficialmente nominada a 11 categorías de los Oscars, incluido el de mejor película.

Cartel de la película.
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