THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Parezco fácil; soy fácil (I)

«Esta noche le busco a él, uno que resulta tan fácil de conquistar como yo de ser conquistada»

Parezco fácil; soy fácil (I)

Una mujer bebiendo sola en la barra de un bar. | Freepik

Yo estoy sola. A ver, no sola de sola sola, más bien sola de que no comparto piso, no comparto viajes, no me abrazan para dormir, no elijo a medias las series que decido ver ni pido cervezas para dos siempre que me apetezca sentarme en la barra de un bar. En ese tipo de sola estoy. Y se me da bien. Me resulta sencillo en la intimidad, en cada una de esas acciones que musito y ejecuto sin que haya mucho lapso temporal. Sin embargo, salir;  salir y exponerte a la mirada de los demás; salir arreglada y pedir en la barra de un bar; eso es otra cosa. Ahí, en lo público, parece que debiera dar explicaciones; mujer, cuarenta y pico, en la barra sola: ¿por qué? 

Me gusta la cerveza con un golpe de tequila y luego otra con otro; quizás alguno más. Sola y borracha, ¿qué de todo me podría pasar? Eso creo leer en sus ojos, en los de aquellos que me miran con el morbo de que el alcohol me presenta con un coño disponible, fácil, accesible. Ese tipo de mujer que se presta a los deseos de cualquiera como si mi propio deseo no contara en la cuenta; como si el mismo deseo de los otros, en mí tuviera un valor desaseado; como si siempre hubiera sido ésta y me fuera a quedar en esta silla por toda la eternidad; como si supieran de mí, mi historia y mis ganas; como si hubiera salido de un calco y mi relato hubiera dejado de ser mío para ser de todos por andar sola en la barra de un bar, deleitandome con mi cerveza, mi tequila y mis juegos. 

El juego, mi juego, mis juegos. El de hoy éste: mantener las miradas, flirtear con el camarero, con una clienta que se acerca, con uno que se aleja… Sorbo mi copa e imagino mundos posibles mientras parezco fácil. Hoy, en este juego mío, soy fácil. 

Desde el otro lado de la barra, el bartender se sonríe mientras prepara una copa y yo le miro. «¿Parezco fácil o soy fácil?» . Le pregunto sin palabras. Él me contesta también sin hablar: «ambas cosas». Los dos sabemos que hoy, allí, decido lo que quiero ser y esta noche, allí, tiene toda la razón.  Apunto mis encantos sobre él, afilo mis flechas y tenso el arco de mi espalda. Esta noche le busco a él, uno que resulta tan fácil de conquistar como yo de ser conquistada. 

Saúl tiene unos diez años menos que yo y se parece a otros muchos como él. Viste tirantes, lleva las mangas de la camisa recogidas para enseñar los tatuajes que se hizo antes de ayer y se recoge el pelo en un moño que tiñe de hombría dejándose una barba bien larga. Le pregunto que a qué hora cierra y contesta que a las 4. «Demasiado tarde para esperarte» , le suelto con el descaro del segundo tequila. «Bueno, con tan poca gente como hay hoy, cierro antes», me dijo, pronunciando media frase mientras miraba la copa que llenaba y la otra mitad directamente a mis ojos. Catorce palabras que bailaron al son del acuerdo de lo que iba a pasar; catorce palabras que anunciaban que  «tú y yo, vamos a follar» .  

En esta historia sin protocolos, el taxi nos llevó a su casa y cruzando el salón caímos directos en su habitación. Sin nombres; esto no va de un nosotros. En esta historia  sin protocolos los besos pasaron tan desapercibidos como las preguntas,  como el libro que no había en su mesita de noche, como el olor de la ropa de su armario o la alarma que a las ocho sonó en su despertador. Lo que tenemos son muchas ganas, yo aún no sabía cuántas, de lo que luego pasó…     

Continuará

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