THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Parezco fácil; soy fácil (II)

«Saúl me propinó un giro de guión que me dejó seca»

Parezco fácil; soy fácil (II)

Un hombre y una mujer en la cama. | Freepik

Mordiscos como besos y alientos sin historia. Nada me dijo en aquella barra del bar, mientras jugaba a mostrarme accesible; a molestar con mi presencia el pulso de este bartender de estilo fotocopiado y ademanes faroleros; que su cuerpo despertara como lo hizo junto al mío. Dicho de otro modo, descubro en este moderno sin gracia a un cerdo intuitivo, ingenioso y clarividente que pone del revés mis ganas de guarrear esa noche.

En la espera de cuatro besos desganados, una penetración acelerada y un par de chupadas en los pezones porque quisiera o pensara que querría yo, Saúl me propinó un giro de guión que me dejó seca. «Es de los míos», pensé, «¿cómo es posible, así de la nada, tanta casualidad?» . 

Es de los que te meten los dedos y te hurgan con la habilidad que le dan las ganas de divertirse con ese coño, que era el mío. Apretaba mi vulva con la palma de la mano como si presionara fuerte el botón de un programa de preguntas y respuestas. ¡Con la A! Saúl me hurgaba con los dedos de la otra mano hasta al fondo para batirme a punto de nieve. ¡Con la G! Saúl me arrastraba los dedos por la pared superior de la vagina hasta engancharlos en el arrecife que le ofrece mi pubis para apretar después con intermitencia  mientras observaba mis ojos desconcertados. ¡Con la F, con la H, con la I! Saúl palmoteaba mis muslos, me estiraba los labios interiores, manoseaba los exteriores; llenaba cada uno de mis poros de sorpresas que respiraban juego, recreo, esparcimiento y exhalaban sudor, flujo, risas y buen humor. 

Es de los que te agarran de la cadera como una sandía y se zambulle con ansia chupando con la lengua y arrastrando con el rostro todo lo que su cuello le permita. Mi cadera se retorcía del gusto y él me apretaba fuerte esos huesos prominentes,  convirtiéndome  de inmediato en una jarra de dos asas o una temblorosa olla exprés. Saúl baja para ahogarse entre los pliegues de mi coño y de mi culo. Respira para hundirse en la carne floja de mis muslos. Sube para reírse mientras se deja caer en habitación mullida que le ofrecen  mis tetas encontradas. Estas que tengo tan gloriosas y venerables, entre las que apenas pudiera escaparse un minúsculo y escurridizo pez. Salta con jolgorio como un delfín juguetón que hace carambolas sonriente para bucear de nuevo en su medio, que para Saúl, es la carne acolchada de mis enormes tetas. 

Es de los que te encuentras en todos los sitios que me gustan y de los que me enseña algunos nuevos, difíciles de prever. 

«Vaya, vaya con el camarero», le solté con una risotada en una de estas que salió a inhalar. «Vaya, vaya con la mujer sola de la barra» , contestó con una chispa alegre que me reconfortó aún más entre sus manos. 

Largo rato después, cuando los verbos del tocarse se agotaron y pidieron su descanso, apareció otro, en este punto, altamente deseado.  Saúl decide penetrarme. Decide agarrar su polla erecta de más y acercarla a mi coño babeante. Hambriento y sediento mi coño de fricción, Saúl le calla el lamento empujándomela sin soltarla de la base. Saúl me  mete su polla, me la encaja, la introduce, la presiona, me la clava con el mismo temple y ganas que jugó con todo lo anterior.  Este coño chillón clama por ser perforado y Saúl se deja caer hasta el fondo del abismo que le presento. Sin piruetas, sin acrobacias, Saúl se lanza por el acantilado para impactar en el mar que le ofrezco, que le acoge y que le dispara un chorro salado que provoca su delirio y mi sorpresa; otra, una más. Volvemos a reírnos y nos comemos la boca. Ya era hora, hacía rato que teníamos ganas y el encaje nos lleva a calmarnos y a besarnos con entusiasmo. 

Empapada, corrida, contenta. La alarma sonó a las ocho y él la apagó para girarse y abrazarme de nuevo. Esa noche no dormimos solos. Esa noche no dormí sola. 

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