Correos 2084 (I)
«Cuando Saúl vio a Amanda se quedó tan embobado que casi la arrolla atestándole un tremendo golpe en la cabeza»
El sonido de los drones zumbando sobre la ciudad ya no era una novedad. El ocio se había convertido en el gran propósito de la existencia. Despojado el cuerpo de sus límites espaciotemporales y vaciada la vida de su cartera de imposibilidades, la búsqueda de placer y entretenimiento se había convertido en la única brújula que guiaba a la humanidad. La experiencia humana, espantando a manotazos el mundo de los significados compartidos y el tejido de vínculos que trascienden lo inmediato, ofrecía a los habitantes de finales del siglo XXI un universo de estímulos diseñados a medida donde refugiarse. El abismo de la interioridad humana, ese océano incognoscible donde la luz y la sombra se entrelazan con el vaivén agitado de una tormenta, ahora se hallaba en calma. La soledad de los pensamientos más íntimos, el desasosiego de las preguntas sin respuesta, el sufrimiento por los anhelos no cumplidos que mermaban la esperanza habían quedado sellados bajo el vuelo de los drones que vibraban sobre la ciudad. Cumplidos los deseos inmediatos, la vida resultaba tremendamente fácil; una secuencia ininterrumpida de placeres instantáneos sin pasado ni futuro, como un conjunto de calambres gustosos sobre un gran paisaje deshabitado.
Los drones, con su promesa de sensaciones perfectas y experiencias sin riesgo, habían logrado eliminar el esfuerzo, el dolor e incluso la necesidad de soñar. Los sentidos se sacudían al final de cada juego como un perro se sacude el exceso de agua. Con el ímpetu de un deportista que se agita antes de lanzarse a competir, se preparaban para ser arrastrados por la siguiente corriente de estímulos fugaces.
Amanda se agachó con rapidez. Esta vez pasó demasiado cerca, pudo llegar a sentir el silbido eléctrico de las hélices rozando su piel. Menudo gilipollas, pensó, pero se le olvidó antes de que el lector de retina le pidiera mantenerse quieta unos segundos más. Entonces la puerta se abrió.
Al otro lado de esos drones, la gente viajaba sin moverse del sofá. Había drones diseñados para cada tipo de ocio: unos para sobrevolar montañas o sumergirse en un arrecife de coral; otros para experiencias más extremas, como pasear por la ladera de un volcán en erupción. No todos usaban estos dispositivos para explorar. Algunos los empleaban para actividades más simples como tomar un café en otra época por el barrio que alguna vez fue de alguien «el de siempre»; bailar en una fiesta de azotea desde la que la esperanza del primer beso sostiene sobre los intestinos el agarre de un puño; o simplemente sobrevolar las calles de este mismo momento en esta misma ciudad, como le gustaba a Saúl. Cada hogar estaba equipado con una cámara sensorial y con un leve pulso en la sien los usuarios podían subirse a un dron asignado. Cuando Saúl vio a Amanda se quedó tan embobado que casi la arrolla atestándole un tremendo golpe en la cabeza desde su sala de estar. ¡Qué reflejos! – exclamó Saúl ante la agilidad de Amanda al esquivar el golpe.
En ese mismo instante una notificación apareció ante su visor. Un mensaje directo de su dron le alertaba: «Advertencia: peligro inminente, se recomienda ajustar la velocidad a la distancia de seguridad. Infracción de protocolo de vuelo. No repita este comportamiento». El tono era frío y mecanizado, pero el mensaje dejó a Saúl un tanto avergonzado. Reajustó los controles y pudo retroceder a tiempo para volverla a ver. Ya de espaldas, Amanda entraba en uno de los NAS de la ciudad. Consultó Saúl su propia tarjeta y efectivamente, llevaba tres meses sin pasar por uno de ellos, pronto le restringirían cualquier opción posible de entretenimiento en toda la ciudad: «Advertencia: se ha detectado la falta de acceso mensual a los Núcleos de Afecto Simulado. El incumplimiento de esta obligación durante dos ciclos consecutivos pone en riesgo su estatus social y las futuras autorizaciones para realizar actividades sensoriales. La visita a los Núcleos es obligatoria. Su acceso será bloqueado temporalmente si no se regulariza su participación antes de la próxima revisión.»