«Porque si hay un trabajo excesivo que hastía, no puede decirse menos de un ocio igual de compulsivo que no lleva a ninguna parte, más que a la insatisfacción por la falta de sentido y propósito»
«¿Hay que desconectar en vacaciones? Quienes sostienen tal cosa hacen precisamente la contraria: pasar el estío permanentemente conectados»
«Con el elocuente Lemmon y su tendencia natural a la mueca, la hipocondría y la sobreactuación, tendríamos un compañero de cautiverio tan divertido y gesticulante como pulcro y casi sibarita»
El aburrimiento bueno es el de producción propia: el aburrimiento autárquico. Porque acompaña sin quitar la soledad, precisamente
La alergia a los viajes estivales y las vacaciones masificadas me lleva a buscar el ocio de agosto sin salir de casa. Desconectando del lodazal político, me mudo al Oxford de mediados de los sesenta del pasado siglo. Estética sixties, arquitectura medieval, cielos plomizos, cálidas veladas de pub entre pintas y denso y aromático humo de pipas. Como no puede ser de otra manera, en un contexto de ficción inglesa, la apacible y civilizada ciudad universitaria esconde un submundo de crímenes perversos, delitos de pasión y ambición, tramas inextricables de corrupción política con hampones malvados y sin escrúpulos.
Nos desespera perder el tiempo. Y es que nos repiten machaconamente que este siempre es oro. Ni sabemos esperar, ni sabemos qué esperar. No hemos sido educados en la espera. Deseamos vivir la inmediatez. Todo lo queremos aquí y ahora, instantáneamente. Nos repetimos: siempre, todo, en cualquier momento y en cualquier lugar. Los retrasos nos angustian e incomodan. El ejercicio es sencillo. ¿Qué nos sucede cuando nos enfrentamos a una conexión de internet más lenta de la que usamos habitualmente? Para la mayoría, por muy banal que sea la búsqueda, se trata de una experiencia desquiciante e inquietante. Lo mismo sucede con nuestra participación en el debate público en las redes. Fallamos demasiadas veces, pero no aprendemos del error.
Un desprecio paternalista, lleno de prejuicios, de desconocimiento de lo que es un anciano, como si al ser viejo dejases de ser individuo y te convirtieras en un animal de una raza diferente. Si las mujeres nos quejamos del mansplaining, imaginen lo que los viejos podrían decir del youngsplaining. Ese explicarle al anciano como si fuera imbécil la cosa más tonta y encima, explicárselo mal.
‘Jim & Andy’ es un documental perturbador. Relata la interpretación que hizo Jim Carrey de Andy Kaufman en la película ‘Man on the Moon’, que se estrenó en 1999, cuando Carrey era una estrella de Hollywood, y no ese tipo desquiciado al que acusan de haberle contagiado tres enfermedades sexuales a su exnovia.
Cuando llega el verano, llega el calor y, también, mi hijo, y con él nuestros viajes por la comarca de acá para allá consumiendo días largos de luz y nostalgias. Y gasolina. A sus cinco años, el cansancio aparece imperturbable apenas arrancamos tras dejarlo instalado con esfuerzo torpe en su silla trasera, entre mis sudores y lamentos callados por la aparatosidad con que manejo semiagachado el mecanismo del cinturón y mi impaciencia ante la canícula. Pongo el aire acondicionado, intento relajarme, conduzco y observo por el retrovisor sus cabezadas con indisimulable ternura. Pero hay que repostar.