Cómo afecta a tu alergia estacional una primavera con más lluvias
Año de nieves, ¿año de bienes y en abril, aguas mil? Cuál es la relación entre un exceso de agua y el polen

Alergia estacional
Te despiertas una mañana de primavera, abres la ventana y, en lugar del aire fresco que esperabas, una ráfaga de estornudos te da los buenos días. Tus ojos lagrimean, la nariz no para de moquear y la cabeza te zumba como si llevaras horas en un concierto. Es el comienzo de la temporada de alergias, y aunque el paisaje esté precioso, tú apenas puedes disfrutarlo. En España, este malestar no es extraño: millones de personas conviven cada año con las consecuencias del polen en el ambiente. Las alergias estacionales, especialmente las provocadas por pólenes de árboles como el olivo, el plátano de sombra o el ciprés, afectan a una gran parte de la población entre marzo y junio.
A medida que avanza el día, los síntomas no hacen más que intensificarse. Pasear por una avenida repleta de árboles se convierte en una prueba de resistencia. Sabes que lo que te irrita no es el polvo ni el aire seco, sino ese enemigo invisible que flota en el ambiente: el polen. El sistema inmunológico reacciona con desmesura ante estas pequeñas partículas vegetales, liberando histamina y provocando molestias como rinitis, conjuntivitis o incluso asma. Las gramíneas, tan comunes en zonas rurales y parques urbanos, son otra fuente importante de alergias, y su época dorada coincide, precisamente, con el corazón de la primavera.
Quizá te hayas preguntado alguna vez si el clima tiene algo que ver en cómo te afecta esta alergia. La respuesta es sí, y la lluvia juega un papel clave. Aunque a simple vista podría parecer que la humedad lo empeora todo, lo cierto es que su efecto es más complejo de lo que parece. En un país como España, donde las estaciones están bien marcadas y la primavera puede ser tan seca como lluviosa, las variaciones climáticas influyen directamente en la producción de polen.
La lluvia previa y las alergias, ¿enemiga o aliada?
Las lluvias que llegan antes de la primavera son un arma de doble filo para quienes padecen alergias estacionales. Por un lado, estas precipitaciones son esenciales para la regeneración vegetal, especialmente después del invierno. El agua empapa el suelo, activa los ciclos de crecimiento y aporta la energía necesaria para una floración intensa. Por otro, este impulso natural se traduce en una mayor cantidad de polen en el ambiente cuando las temperaturas comienzan a subir. Así que lo que parece una bendición para el campo puede convertirse en una pesadilla para tus vías respiratorias.
En España, los principales picos de polinización se concentran en dos momentos del año. El primero llega en febrero y marzo, con árboles como el ciprés, el aliso o el plátano de sombra. El segundo, más intenso, se produce entre abril y junio, cuando florecen especies como el olivo o las gramíneas. Estas últimas, responsables de un alto porcentaje de las alergias primaverales, aprovechan especialmente bien el agua acumulada durante los meses anteriores. Por eso, una primavera con lluvias precedidas de un invierno húmedo puede ser más intensa para quienes son sensibles al polen, como explica la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia.
Esa abundancia de agua que favorece el campo también implica que la vegetación tenga un crecimiento más vigoroso. Árboles y plantas se activan con fuerza y, en cuanto llega el calor, liberan más polen al aire. No se trata solo de la cantidad de especies en floración, sino del volumen de polen que cada una puede emitir. Las gramíneas, en particular, pueden multiplicar su producción, lo que incrementa la carga alergénica en el ambiente. Para ti, eso se traduce en más congestión, más estornudos y más visitas a la farmacia. También, como hemos hablado a veces en THE OBJECTIVE, no se trata solo del polen, sino de otras alergias como a las que producen los ácaros y los mohos.
Lluvias en primavera y alergias: una pareja controvertida

Sin embargo, cuando la lluvia cae ya en plena primavera, la historia puede cambiar. Si eres alérgico, probablemente hayas notado que los días lluviosos te sientan mejor. Esto se debe a que el agua arrastra el polen hacia el suelo y limpia el aire, reduciendo temporalmente la exposición a estas partículas. Además, las temperaturas tienden a bajar, lo que también ralentiza la actividad polínica. Durante esas jornadas grises, puedes respirar algo más tranquilo y salir a la calle sin temer tanto a la naturaleza.
Pero esta tregua no dura demasiado cuando se habla de tormentas. Tras las lluvias, los días ventosos suelen hacer acto de presencia, sobre todo en zonas del interior peninsular. El viento ayuda a dispersar el polen ya generado por las plantas que han recibido un extra de agua, multiplicando su capacidad de difusión. Además, esos cambios bruscos de tiempo suelen coincidir con repuntes en los síntomas de los alérgicos. Así que, aunque parezca que las lluvias alivian, a veces solo están preparando el terreno para una oleada más fuerte.
Por eso, no hay una única respuesta válida a la pregunta de si la lluvia es buena o mala para tus alergias. Todo depende del momento, de la intensidad y de lo que venga después. Las lluvias tempranas potencian la producción de polen, mientras que las que llegan en plena temporada pueden ayudarte a sobrellevar los síntomas. En cualquier caso, estar atento a las previsiones meteorológicas y conocer el calendario polínico de tu zona es clave para anticiparte. Porque cuando se trata de alergias, cada detalle cuenta, incluso el cielo que tienes sobre la cabeza.