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Así envejece también tu piel: por qué necesitas protegerte mejor a medida que te haces mayor

Una piel curtida en realidad no es un escudo que nos proteja; es una brecha abierta en nuestro organismo

Así envejece también tu piel: por qué necesitas protegerte mejor a medida que te haces mayor

Una mujer extiende protector solar a otra. | ©Freepik.

El envejecimiento es un fenómeno biológico que afecta a todos los órganos del cuerpo, y la piel no es una excepción. A pesar de ser el órgano más grande y expuesto del organismo, solemos fijarnos solo en los signos visibles como las arrugas o la pérdida de firmeza, sin pensar en lo que ocurre por debajo de la superficie. La piel también envejece internamente, y esa transformación silenciosa tiene consecuencias que van mucho más allá de la estética.

Una piel envejecida no solo se ve diferente, sino que también se comporta de otra manera. Su capacidad para defendernos de agresiones externas, como la radiación solar o los cambios bruscos de temperatura, se ve reducida. Además, tarda más en regenerarse ante heridas, se irrita con mayor facilidad y puede desarrollar reacciones cutáneas o infecciones con más frecuencia. Es decir, el envejecimiento de la piel no es solo una cuestión de apariencia, sino también de salud. Algo de lo que hemos hablado en numerosas ocasiones en THE OBJECTIVE.

Ignorar estos cambios puede llevarnos a subestimar el cuidado que nuestra piel necesita a lo largo de la vida. A medida que envejecemos, deberíamos prestar más atención a cómo evoluciona y adaptar nuestras rutinas de protección y cuidado. No se trata solo de evitar que “parezca” envejecida, sino de preservar su función como barrera defensiva, reguladora y sensorial. La piel no deja de ser un órgano vivo, y como tal, requiere cuidados específicos para seguir funcionando correctamente.

Así es el envejecimiento de la piel: mucho más que arrugas

Con la edad, la piel pierde progresivamente colágeno, elastina y ácido hialurónico, tres sustancias clave para mantener su firmeza, elasticidad e hidratación. La síntesis de estas moléculas disminuye de forma natural, lo que favorece la aparición de arrugas, flacidez y sequedad. Pero estos signos visibles no son los únicos ni necesariamente los más importantes. Lo más relevante ocurre en capas más profundas, donde se reduce la capacidad de regeneración celular y se debilita la función de barrera.

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Es importante cuidar la piel todo el año con factor de protección, pero especialmente en los meses de primavera y verano. ©Freepik.

La piel actúa como un escudo frente a los agentes externos: desde bacterias hasta radiación ultravioleta. Cuando envejece, su capacidad para cumplir esta tarea se ve comprometida. Las células inmunitarias presentes en la epidermis disminuyen, lo que deja al organismo más expuesto a infecciones o inflamaciones. A esto se suma una menor capacidad para producir sebo, que aunque a veces se percibe como algo negativo, es fundamental para mantener la hidratación y evitar la entrada de sustancias nocivas. Fenómenos de los que alerta, por ejemplo, la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología.

A nivel molecular, también se produce un incremento del estrés oxidativo, un fenómeno en el que los radicales libres dañan estructuras celulares, acelerando aún más el deterioro. Este proceso afecta tanto a las proteínas estructurales como al ADN de las células cutáneas, ralentizando la reparación de tejidos. Además, se reduce el flujo sanguíneo en la dermis, lo que limita el aporte de oxígeno y nutrientes, empobreciendo la calidad de la piel. Todo esto nos recuerda que el envejecimiento cutáneo no es solo una cuestión cosmética, sino también funcional. Algo en lo que insiste la Academia Española de Dermatología y Venereología, recordando además la población fuertemente envejecida de España.

¿Me tengo que proteger mejor al hacerme mayor?

La respuesta es sí, rotundamente sí. A medida que envejecemos, no ganamos resistencia frente a las agresiones externas; más bien al contrario. La exposición acumulada a lo largo de los años a factores como la radiación ultravioleta, la contaminación o incluso el estrés, pasa factura. El problema es que muchas personas creen que, tras años de exposición al sol sin problemas graves, pueden seguir con los mismos hábitos sin consecuencias. Nada más lejos de la realidad: la piel envejecida tiene menos capacidad de defensa.

Uno de los errores más comunes es pensar que solo necesitamos protección solar en verano o cuando vamos a la playa. La radiación UV, que es la principal responsable del envejecimiento cutáneo, atraviesa las nubes y el cristal, y está presente durante todo el año. Con la edad, esta radiación no solo agrava las arrugas, sino que puede contribuir al desarrollo de lesiones precancerosas o incluso cáncer de piel. Protegerse no es una cuestión de estética, sino una necesidad dermatológica.

Por eso, las recomendaciones de los dermatólogos son claras: utilizar protector solar de amplio espectro todos los días, incluso en invierno o en días nublados. Además, conviene elegir cremas con antioxidantes y activos reparadores, que ayuden a combatir el daño acumulado. La hidratación también cobra una relevancia especial, ya que la piel madura tiende a deshidratarse con más facilidad. Prestar atención a estos cuidados no es un gesto de vanidad, sino una inversión en salud que marcará la diferencia con el paso del tiempo.

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